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La fotografía, una guerra contra el tiempo

Prefacio de un libro sobre el encuentro entre dos formas de expresión: la imagen y la literatura

Ante la fotografía estamos en el umbral de lo inefable, dice Sciascia en esta meditación sobre la fotografía y la escritura, prólogo al libro sobre Los escritores y la fotografía, que está a punto de publicar Editori Riuniti. Entre las representaciones que el hombre sabe dar de su vida, dice el autor siciliano, posiblemente nada hay más cercano a la abolición del tiempo que la fotografía y, a la vez, nada hay más lejano. En la guerra contra el tiempo, la fotografía, humilde y cotidiana, alcanza y sobrepasa al género histórico y a la novela

Hace dos años me sorprendí sugiriendo la exposición Desconocido de mí mismo, retratos desde Edgar Allan Poe hasta Jorge Luis Borges. Me vino el título de una cuarteta que escribiera Valéry a modo de filigrana para un retrato suyo y escribí la introducción al catálogo descifrando el concepto aristotélico-tomístico-dantesco-goethiano de entelequia. Es uno de mis pocos escritos que consigo releer sin impaciencia.Igual que los navajos tejían sus alfombras dejando una pequeña imperfección en cada una de ellas para que el alma del tejedor no quedara allí aprisionada, también había en la muestra pequeñas imperfecciones, y dos siguen siendo memorables y afortunadamente rememoradas en el catálogo, al estimarlas, en suma como "perfecciones" no premeditadas en vez de como "imperfecciones". La primera atañe a Pirandello: la fotografila que lleva su nombre, realizada por Franco Antonicelli, está fechada en el año 1938, pero de manera incier ta, entre signos de interrogación: ¿1938?, como si se dudara que Pirandello había muerto dos años antes, el 10 de diciembre de 1936. Uno recurre a veríficaciones y aparece como posible el año 1935. Pero en 1935 Antonicelli estaba en Agropoli -en la Campania- en calidad de desterrado político. Y precisamente allí había descubierto el deleite de fotografiar, si bien, más que improbable, es imposible que P¡randello se hubiera trasladado a ese lugar. No parece que hubiera habido relación alguna entre ellos ni es pensable que se le otorgara un permiso-premio al confinado político. Por otra parte, la fotografia no se le semejaba: lo que le confería semejanza era una cierta teatralidad pirandelliana, como si estuviera sobre el escenario de los Seis personajes; pero aquel hombre desaliñado y bondadoso, como mitigado por una libación insólita, no podía ser Pirandello.

La segunda imperfección tiene que ver con Erskine Caldwell. Era criterio de la muestra la exclusión de los escritores vivos por razones prácticas pero también -por mi parte- por una razón que llamaré metafísica. Pero he aquí que una fotografía del viviente Caldwell se insinúa entre las otras 200 de la exposición. Sorprendente descuido si consideramos que Caldwell es el único escritor sin año de muerte en el catálogo. Puede ser que quienes hacían la relación, quienes catalogaban, hubieran buscado larga y vanamente el año de la muerte. Pero tiene de prodigioso el hecho de que, al no encontrarlo, no se les pasé por la cabeza el hecho de que Caldwell viviera todavía. Giovanni Arpino hizo notar agudamente el incidente algunos días después en el Giornale, ya que Caldwell murió apenas inaugurada la muestra. Por no quedar mal con el catálogo, decía Arpino.

Casi he bromeado. Casi. Porque estos dos incidentes -casuales, frívolos, incluso divertidos- terminan por configurarse en parábolas de sentido vagamente inquietante, de sutil premonición. Están dentro del ámbito de la superstición, si se prefiere, aunque de diflicil deposición; trabando el miedo y la maravilla antigua que en el sentimiento popular acompañaron al nacimiento de la fotograrla con la revitalización actual -por decirlo simple y simplistamente- de la metafisica en la física. El sentido, la premonición de que la fotograrla tiene que ver con la identidad y con la muerte Problemas que abarca el problema del tiempo: el problema capital de la metafísica -como decía Bergson y como Borges repite en toda su obra-, representando su insolubilidad de forma variada.

Cerca y lejos

Estamos en el umbral de lo inefable. Pero entre las representaciones que el hombre sabe dar de su propia vida, posiblemente nada hay más cercano a la abolición del tiempo que la fotograflia y, al mismo tiempo, nada hay más lejano. Es como la pelota de goma que golpea el muro pero que rebota lejos, acaso para extraviarse. El muro del tiempo que existe -que no existe: un muro en cualquier caso (dos versos de Ungaretti surgen de la memoria: "Cuando el corazón dé un último latido / habrá hecho caer el muro de sombra"). Y acaba por parodiar a San Agustín: "¿Qué es el tiempo? Si no me lo pregunto, lo sé; lo ignoro si me lo pregunto"; y es sobre una misma fotografía: sabemos qué es el tiempo si no nos lo preguntan (si no nos lo preguntamos) pero no lo sabemos ya si nos lo preguntan (si nos lo preguntamos). Y decimos sobre una fotografla porque una aporema tal, un pequeño drama metafísico tal, puede sorprendernos más o menos lábilmente en cualquier momento y frente a cualquier representación, vértigo momentáneo o pensamiento que dura hasta desvanecerse pero que nos asalta inevitable e inmediatamente -a menudo con la inmediatez propia de permanecer indescifrado, del malestar sin nombre, del desasosiego- al mirar una fotografía. Por abolirlo o por detenerlo, por abolirlo deteniéndolo, se puede llamar a la fotografia guerra contra el tiempo, no ilustre sino más bien humilde y cotidiana; pero precisamente en su condición de humilde, en su cotidianeidad, en su estar actualmente al acecho en todas partes o en su condición de invasora -violenta en un cierto sentido- alcanza y sobrepasa -incluso en sus resultados más bastos, más brutales o triviales- a las otras formas ya ilustres de guerra contra el tiempo: el género histórico y la novela... Y creo que fue esto lo que Capuana -escritor verista y fotógrafo a veces metarisico- advirtió. Y no es que no hubiera instancias veristas en su fotografia: más bien se puede decir que en su reclutamiento de adeptos a la fotografia -Verga, De Roberto- no había más que un servirse de ella para fundar una especie de archivo de "apuntes sobre la realidad" (véase su coloquio con Zola, atestigua Ojetti). Mas, al practicarla (con gran pericia técnica y prodigándole su tiempo en una medida que -con respecto a las dificultades técnicas de entonces- se puede considerar ingente) estaba como imbuido de instancias metafísicas. Su "fotografiarse muerto" era algo más que un "fingirse muerto": era un exigir al objetivo, en el mundo sin tiempo en que el objetivo vaga como el ojo de Dios, la celebración anticipada -en el mundo del tiempo- de ese instante de verdad. No encontró nada mejor que llamar "profético" a su retrato de "inuerto". Pero era algo más si consideramos cuan obvia resulta para todos la profecía de morir y cuan absoluta la impasibilidad de contemplarse dormido o muerto. Y ya que sólo la fotografía puede captarnos, sin saberlo, en el sueño (es estupendo el capítulo de Cecchi en esta antología sobre el retrato de una niña durmiente , en la equivalencia del dormir-morir, he aquí a Capuana ensayando el efecto. Sólo que el "sacarnos realmente dormidos" puede suceder en fotografía -y sólo en fotografía- por alevosía ajena o por caprichoso encargo nuestro, mientras que podemos ser sacados "realmente muertos" sólo si estamos "realmente muertos", fotografiados -como antes de la fotografía- por el yeso de la "máscara fúnebre". Y, sin embargo, imaginemos que ignoramos la historia de este autorretrato de Capuana; imaginemos que es un autorretrato y una broma, imaginemos que trae la leyenda de "Capuana sobre el catafalco fúnebre" (porque entonces, Capuana, se tendió sobre un catafalco -especie de túmulo donde se colocaba al muerto durante la duración de la ceremonia fánebre- para mayor "verosimilitud") y llegaremos a la "verdad" a la que Capuana quería embaucar (y acaso embaucarse).

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