Una mala noticia
Los RESULTADOS de las elecciones generales celebradas el pasado martes en Israel, con la más que probable formación de un Gobierno del bloque de derechas agrupado en tomo al Likud, van a modificar el panorama político en aquel país -y, en consecuencia, de todo Oriente Próximo- de manera significativa: pueden acabar con la confusión provocada por la coexistencia de dos bloques antitéticos en el poder y, paralelamente, hacer más remota la consecución de la paz en la región. De los 120 escaños de la Kneset (Parlamento), 64 han sido para el bloque de la derecha y extrema derecha (suponiendo que se incorporen a él los 18 escaños del bloque religioso), y 56, para la izquierda y extrema izquierda. Gana el Likud, la derecha nacionalista del primer ministro Shamir, y pierde el laborismo del hasta ahora ministro de Asuntos Exteriores, Simón Peres. De los resultados se deduce una creciente influencia de la religión -léase intransigencia religiosa- en los asuntos políticos de Israel. Los partidos religiosos consideran que la existencia de Israel está ligada a una creencia, y su organización política, a un código religioso; creen en un futuro que excluye, naturalmente, la convivencia con los árabes, pero lo entienden como consecuencia de un objetivo fundamental, el Estado confesional. No es de extrañar, por tanto, que los 18 escaños religiosos puedan ir más fácilmente a engrosar las filas de la derecha de Shamir que las del bloque de la izquierda; aunque nada se puede aventurar en relación con estos pequeños partidos cuya estrategia de alianzas no siempre se ha correspondido con su credo ideológico.Shamir sugirió ayer que podría considerar la reconducción del Gobierno de unión nacional, siempre y cuando Simón Peres abandonara la idea de una salida negociada a la crisis de Oriente Próximo. Si se piensa en la esquizofrenia política de los últimos años, no parece que una prolongación del pacto de la anterior legislatura ayude a clarificar una situación que aparece bloqueada. Durante estos años, el Partido Laborista ha gastado gran parte de su capital político, basado en la moderación y el realismo político, y no ha conseguido a cambio modificar ni un ápice los postulados ultranacionalistas de sus socios de coalición. Todo inclina a pensar que Peres no puede aceptar volver a gobernar con el Likud. Ello constituye el único elemento positivo de estas elecciones: Peres, como líder de la oposición y sin responsabilidades de gobierno, podrá hablar con más decisión y coherencia de la paz con los palestinos y de las consecuencias inevitables de ésta.
En cuanto a las consecuencias para la región, las elecciones de anteayer afectan de manera grave a las posibilidades de paz en Oriente Próximo. Sin el freno de Simón Peres en el Gobierno, Isaac Shamir ha anunciado ya que rechazará cualquier iniciativa de paz que no pase por la perpetuación, sin excluir ningún medio a su alcance, del Gran Israel. Dentro de unos días se reúne el Consejo Nacional Palestino en una sesión que se considera decisiva para el futuro del movimiento que encabeza Yasir Arafat. El consejo tiene en sus manos convertir a la resistencia palestina -abandonando viejos métodos- en una instancia política capaz de convertirse en un interlocutor aceptado por Occidente en una eventual conferencia internacional de paz. En vísperas de esa reunión, Arafat acaba de reiterar a la revista Time la disposición de la OLP a aceptar la existencia del Estado de Israel a cambio del reconocimiento del derecho a la autodeterminación del pueblo palestino en los términos enunciados por la resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de la ONU. Así las cosas, la casi segura formación de un Gobierno encabezado por Sharnir no es, desde luego, la noticia que estaban esperando los responsables palestínos para dar un paso al frente.
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