Cristóbal Díaz y Emiliano Revilla
CON DIFERENCIA de unas pocas horas, ETA mató ayer a un hombre y liberó a otro. Durante los 249 días transcurridos desde que Emiliano Revilla fuera secuestrado, ETA ha seguido matando policías, guardias civiles y ciudadanos particulares, y miles de manifestantes han salido a la -calle para pedir la puesta en libertad del industrial. A estas peticiones los terroristas han hecho oídos sordos, pero han aceptado negociar con los intermediarios de la familia de Revilla el pago de un rescate. Ultimado un acuerdo considerado satisfactorio por los jefes de esa empresa mafiosa en que se ha convertido ETA, fue dada la orden de liberar al detenido. Pero antes mataron, de un disparo efectuado con un fusil equipado con mira telescópica, a un hombre a quienes sus asesinos ni vieron la cara. Ese muerto anónimo se llamaba Cristóbal Díaz García, era natural de Montellano (Sevilla), contaba 36 años de edad, estaba casado y tenía un hijo. Fue cazado como un conejo, aunque con la ventaja para los cazadores de que se trataba de un blanco estático. Así, en un mismo día, ETA ha ilustrado con hechos cuál es la lógica que preside sus actuaciones: la expresada en la fórmula según la cual todo el que no se pliegue a sus exigencias está condenado a muerte, pero se respetará la vida de quien pueda comprarla.Tras estos ocho meses de suplicio de un hombre, toda persona con un mínimo de sensibilidad humana se alegrará de que Emiliano Revilla haya sido devuelto con vida a sus familiares y amigos. Pero no puede hablarse, no sería decente con el cuerpo de Cristóbal Díaz todavía caliente, de un "final feliz" del secuestro, de un "desenlace satisfactorio". Es feliz para los secuestradores y satisfactorio para aquellos que de una u otra forma se beneficiarán del dinero, muchos cientos de millones de pesetas, obtenido por los pistoleros. No lo es para quienes seguirán pagando con su vida su falta de recursos para negociar su derecho a no morir. Porque esos millones serán empleados para financiar nuevos secuestros y nuevos asesinatos y para pagar a los encargados de blanquear el rostro de los pistoleros con el apelativo de patriotas.
No hace tanto que sujetos que tal vez se consideren a sí mismos ejemplo de cordura y coherencia personal declaraban que la prolongación del secuestro de Revilla era la consecuencia de la "intransigencia del Gobierno". Para tales pensadores, intransigencia es no ceder a las exigencias de quienes pretenden algo por la fuerza. Los familiares de Revilla tenían derecho a intentar salvar al secuestrado por los medios a su alcance, y nadie podrá reprocharles de buena fe su negativa a colaborar con las autoridades si de esa colaboración resultaba un riesgo añadido para la integridad del industrial. Pero el Gobierno tenía no ya el derecho sino la obligación de intentar que esa ingente cantidad de dinero destinada a organizar nuevos crímenes no llegase a manos de los terroristas. Dificultar la libertad de movimientos de los secuestradores y sus cómplices, hacerles ver que, por seguro que fuera el zulo en que retenían al secuestrado, obtener centenares de millones de pesetas no era tarea fácil, constituía un deber de las autoridades y un derecho de todas las víctimas potenciales de las extorsiones de ETA.
Dicho esto, es urgente insistir (como implícitamente lo hizo ayer el ministro del Interior al expresar su consternación porqué la liberación no haya sido "fruto de un mayor acierto de las fuerzas de seguridad") en que el largo cautiverio de Emiliano Revilla ha puesto de manifiesto las increíbles debilidades del sistema de información e investigación de la policía. Ciertamente, la localización de un escondrijo de cuatro metros cuadrados en una zona urbana de cuatro millones de habitantes no es tarea fácil, pero los ciudadanos se sentirían más confiados en sus fuerzas de seguridad si a esas dificultades no se hubieran añadido torpezas e incompetencias como las puestas de manifiesto en episodios como el asalto a dos viviendas de Leganés y otros sobresaltos. Conocedores de esa debilidad y tentados por la antigua afición de los poli-milis de practicar un terrorismo de fantasía, los secuestradores que depositaron ayer a Revilla a escasos metros de su domicilio portando una tarta trataban, sin duda, de ridiculizar a los responsables de Interior, que habían advertido que se intensificarían los controles ante la inminencia probable de la liberación.
Por lo demás, si alguien conservaba alguna duda sobre la voluntad de los terroristas, ellos mismos se han encargado de disolverla al hacer coincidir la liberación de Revilla, considerada un día como señal de que la vía de la negociación no se había cerrado definitivamente, con el asesinato de un modesto policía cuyo nombre pasará a engrosar la lista de víctimas anónimas del delirio sanguinario de unos pistoleros mafiosos que siguen emboscándose tras unas siglas que en otro tiempo significaron Euskadi y libertad.
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