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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Piratas informáticos

EL GOBIERNO belga es, por ahora, la última víctima del robo informático: un aficionado se introdujo en su sistema y conoció algunos secretos. No parece que este caso tenga en sí demasiada importancia (por la naturaleza del ladrón y por la de la información hallada), pero la tiene como un hecho más de una piratería electrónica que se multiplica velozmente y para la cual no hay leyes preparadas en la mayor parte del mundo. Como en otros muchos casos -la manipulación genética, las paternidades y maternidades múltiples, algunas repercusiones de enfermedades en el ámbito social-, las leyes se quedan atrás; por su forma conservadora y porque, inspiradas en una moral establecida, se encuentran con otra distinta y no saben cómo seguir una sin abandonar otra que les es tan querida.La piratería informática es infinita, aunque puede dividirse en dos grandes clases: la introducción clandestina en sistemas ajenos, con todas las posibilidades de obtención de información privada y de utilización de ella para desviación de fondos, y el robo de programas no suficientemente protegidos por leyes de derecho de propiedad intelectual y científica (dos informáticos acaban de ser detenidos en Barcelona por robo de programas de una sociedad). Un tercer delito, más complicado, es la introducción en el sistema del enemigo comercial o personal de datos malignos que pueden destrozar su archivo y su programación: han sido llamados los virus de la informátiéa.

Una gran parte de la profesión se está dedicando a la busca de claves y códigos que hagan impenetrable cualquier sistema. Entre tanto, los delitos crecen. Se cree que en España se han cometido en tres años unos 20 grandes fraudes, aunque tal vez los más importantes se hayan mantenido en secreto por el miedo de bancos o grandes empresas a que sus clientes pierdan confianza en sus sistemas (muchos han sido cometidos con tarjetas de crédito o transferencias de cuentas). Pero en un país como el Reino Unido se ha calculado en un solo año una pérdida de 800.000 millones de pesetas por delitos informáticos, de los cuales sólo se ha descubierto un 15%, se publica el 5% y sólo el 3% llega a los tribunales.

A estos delitos hay que añadir los que ingenuamente se llaman errores de ordenador en facturaciones o cuentas. El ordenador no se equivoca, pero muchos empleados han pasado demasiado rápidamente de la máquina de escribir al ordenador y pueden efectuar operaciones erróneas. En estos casos, sin mala fe, son fácilmente subsanables.

Sin embargo, la informática es ya una adquisición irreversible. Hay muchos temas en los que la sociedad no puede dar marcha atrás, y uno de ellos es éste. Procede, naturalmente, que el desarrollo de esta técnica sea tan rápido que pueda ofrecer las garantías de la seguridad; que nuevas generaciones de informáticos y de empleados que usan ordenadores sean más prácticas, y, en fin, que las leyes se apresuren a calificar estas intromisiones en lo privado de los demás y las castiguen en sí -como la violación de la correspondencia o de la comunicación telefónica- y, además, en la cuantía del delito cometido. No deja de preocupar que algunos Estados policiacos o con vocación de serlo desarrollen también su espionaje informático como lo han hecho con teléfonos y correspondencia. Es algo que debe estar muy previsto por las leyes de las democracias y sus cuerpos constitucionales.

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