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Crítica:FESTIVAL DE CINE DE VALLADOLID
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Presentación de la sorprendente 'quinta generación' del cine chino

ÁNGEL FERNÁNDEZ SANTOS, El ciclo titulado Cine chino de los años ochenta ha dado a conocer en Valladolid el sorprendente fenómeno de la resurrección del cine en aquel inmenso país a través de las obras de los jóvenes cineastas de la llamada quinta generación que, formados entre 1978 y 1982 en las aulas y estudios de la Academia de Beijing, comenzaron en 1984 a saltar a la fama paso a paso y en sólo cuatro años han roto ya todas las fronteras.

A las pantallas comerciales de España ha llegado tan sólo una película de esta quinta generación del joven cine chino. Se trata de Sorgo rojo, dirigida por Zhang Yimou, que arrasó en el festival de Berlín a toda la gran producción occidental.Con antelación, en el festival de Cannes de hace dos años, otro joven chino, Chen Kaige, llamó poderosamente la atención de algunos sectores, entonces minoritarios, de la crítica internacional con su conmovedor filme El rey de los niños. Esta profunda y delicada película fue olvidada por el jurado y pasó inadvertida para la mayoría.

Un crítico británico afirmó de ella: "Es demasiado refinada para los gustos de Cannes". Año y medio después llegaba el desquite de la película Sorgo rojo y la quinta generación comenzó a abrirse paso en Occidente.

El rey de los niños era el tercer largometraje de Kaige, que dos años antes, en 1984, había, realizado su primera película, Tierras amarillas, que fue el punto de partida de un movimiento de jóvenes cineastas que ya puede permitirse el lujo de presentar una selección de 12 largometrajes, que componen el ciclo más vivo e interesante de esta edición del festival cinematográfico castellano.

Este nuevo cine chino surge aparentemente de la nada. El desastre de la revolución cultura¡, entre 1966 y 1967, acabó con la producción cinematográfica en toda China. Los estudios cerraron. Las escuelas fueron clausuradas. Los profesionales, dispersados o aniquilados. Y a una producción casera bastante voluminosa, dadas las enormes dimensiones del país, sucedió pura y simplemente la nada. El cine chino dejó de existir.

De la nada

Así, prácticamente en la nada, se mantuvo durante casi una década, hasta que en 1978 los nuevos aires políticos que siguieron a la muerte de Mao y al derrocamiento de la banda de los cuatro -permitieron que se reanudaran las actividades cinematográficas y, sobre todo, la formación de nuevos cineastas, que son los que ahora nos ofrecen sus primeras y sorprendentes cosechas.

Los nombres de Yimou, Kai ge, Meng, Yigong o Jiarixin son ya más, mucho más, que resonancias exóticas: son parte, y parte importante, del esfuerzo de renovación y de búsqueda de sí mismo en que está embarcado el mejor cine mundial.

Sobre estos jóvenes cineastas reposa no sólo una tradición cinematográfica interrumpida por una convulsión política devasta dora, sino otros dos elementos diferenciales más decisivos: por un lado, el recuerdo y el rechazo de esa devastación, y por otro, el alimento que, para compensar el vacío creado por ella, estos artistas han encontrado en su milenaria cultura.

De esta manera, la quinta generación no sólo no surge de la nada, sino que en realidad hunde ,sus raíces en la China profunda; es decir, en una de las culturas más antiguas, hondas y refinadas del planeta, pues de allí es de donde procede su inquietante re poso, su extraordinario sentido

de la metáfora, la sorprendente elegancia de que hacen gala estos filmes, todavía formalmente en proceso de decantación.

La sección oficial de la Seminci, para complementar este ciclo ha traído a concurso otro filme chino, El poblado Hibisco, dirigido por un maestro de esta gene ración, el veterano Xie Jiu, que con maneras más tradicionales que sus discípulos, parece ahora discípulo de ellos. Su película es bella, aunque convencional, y, sobre todo, esconde bajo formas dulces una enorme radicalidad en sus planteamientos. Es cine de y para hombres libres.

Ése es tal vez el signo mayor de este movimiento de jóvenes realizadores: su capacidad para extraer libertad de la experiencia de la larga tiranía y para recuperar los lazos con sus raíces profundas, después de que éstas les fueran cortadas.

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