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Tribuna:LA CARRERA HACIA LA CASA BLANCA
Tribuna
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La campaña de 1988

Hace, 20 años, la noche de las elecciones presidenciales, yo seguía el resultado de las mismas en una televisión instalada en la Embajada de EE UU en Madrid. Pasé ese año estudiando en la universidad Complutense. Era el curso 1968-1969. Esa noche nos encontrábamos reunidos muchos de nosotros -jóvenes estadounidenses, con largos cabellos y pantalón tejano- sentados en el suelo de la embajada, charlando, cantando, tocando la guitarra y la armónica. Las sillas y los sofás estaban llenos de hombres y mujeres mayores bien presentados, pertenecientes al personal de la embajada o al mundo de los negocios.Llevaban en las solapas insignias con la bandera de Estados Unidos y estaban a favor de Richard Nixon. La mayoría de mis amigos y yo mismo no estábamos a favor de nadie. Si portábamos banderas, éstas eran los pañuelos con que nos sonábamos las narices.

Nos costaba mucho trabajo estar a favor de uno u otro de los candidatos. Excepto para unos pocos tipos muy radicales, que se imaginaban que la elección de Nixon aceleraría la llegada de la revolución, Nixon era algo impensable. Hubert Humphrey, el rival de Nixon, un hombre de inmaculadas credenciales liberales en su pasado, era el vicepresidente del vampiresco Lyndon Johnson.

Este año electoral me encuentro en Greeley, Colorado. He cumplido 40 años y estoy casado. Tengo tres hijos, dos coches, una casa y una hipoteca. Mi pelo está peinado con esmero, y para ir a trabajar llevo corbata. Los candidatos en estas elecciones me dejan casi tan frío como me dejaban Nixon y Humphrey. En realidad, George Bush y Michael Dukakis me dejan más frío todavía que Nixon y Humphrey porque ni siquiera son tipos buenos ni malos.

Bush se crió en Greenwich, una rica comunidad de Connecticut desde la que su padre viajaba a su trabajo en la dirección de una importante firma de brokers en Nueva York. Asistió a una selecta escuela privada y luego a la universidad de Yale.

En su juventud, George Bush se trasladó a Tejas, donde utilizó las conexiones familiares para ayudarse a hacer fortuna en el negocio petrolero. En Tejas se hacía pasar por un tejano. En Nueva Inglaterra pretendía ser un oriundo de allí. En ninguna de las dos regiones las gentes consideran realmente suyo al descolorido Bush.

Identidad reconocible

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Por otra parte, Michael Dukakis tiene una identidad reconocible. Posee un nombre étnico puro. Sus padres inmigraron desde Grecia. Su hogar ha estado siempre en Brookline, un sólido barrio de clase media de Boston. Los griegos y muchos otros de origen europeo lo adoran. Lo mismo ocurre con numerosos hispanos, debido al fluido español que aprendió durante un curso de verano en la universidad de San Marcos, en Lima, Perú. Consiguió dos veces el puesto de gobernador de Massachusetts y lo perdió una.

Si hay algo que Michael Dukakis no hará es repetir las equivocaciones de la desastrosa campaña de 1984, en la que Walter Mondale contribuyó a dar a Ronald Reagan el mayor margen de victoria en las elecciones presidenciales de todos los tiempos. El problema de Walter Mondale fue que era demasiado específico. Por ejemplo, dijo al pueblo que el déficit presupuestario constituía un gran problema y que habría que subir los impuestos para- disminuirlo. Esta cuestión, más que cualquier otra, condenó a muerte sus posibilidades de victoria.

Los encargados de la campaña de Dukakis han aprendido la lección. Dukakis critica el déficit, pero con todo cuidado, de manera que no se perciba como demarezará, pero no explica cómo, excepto que lo hará mejorando la recaudación de los impuestos y con otras prácticas de buena gestión.

En realidad, así es como Dukakis dice que arreglará todo, mediante una buena gestión, justamente como lo hizo mientras fue gobernador de Massachusetts.

La prosperidad económica de que viene disfrutando su Estado durante los últimos años es llamada "el milagro de Massachusetts". Este Estado tiene una de las tasas de desempleo más bajas de todo el país.

Algunos de los éxitos económicos son atribuibles a la política proindustrial de Dukakis, que ayudó a que los negocios se situaran y desarrollaran en su Estado. Pero buena parte de ellos se debe al boom de las instalaciones de alta tecnología, por lo que Dukakis puede dar las gracias a Reagan y a sus inflados presupuestos militares. Debido a sus universidades, en Massachusetts abundan los científicos y los ingenieros que necesita el desarrollo del armamento. Hay grandes debates sobre qué méritos le corresponden realmente a Dukakis en la excelente economía de su Estado, y cuántos al incremento de las industrias militares. Sus consejeros dicen que en el fondo de su corazón Dukakis está contra la militarización. Pero no lo dice porque no quiere que Bush le acuse de ser "blando en materia de defensa", uno de los grandes espantajos para los demócratas. Bush y los republicanos tienen mucho más dinero y más talento para utilizar los medios de comunicación que los demócratas. últimamente, Bush le lleva la delantera a Dukakis, por un importante margen, en los sondeos de opinión. Sus expertos en medios han convertido cada aparición de Bush en un acontecimiento controlado, completado con ángulos prescritos de las cámaras y segundos planos simbólicos, y desprovisto de oportunidades para el diálogo espontáneo que puede llevar a tomar una postura o a cometer una equivocación.

Dukakis y Bentsen están siendo, sencillamente, sobrepasados. Se dice que las personas que llevan la campaña de ambos van a verse intimidadas por la organización republicana, más pulida y agresiva. Nada más responder a las acusaciones do que Dukakis estaba en contra del juramento a la bandera en las escuelas, ya estaban oyendo las procedentes del campamento de Bush sobre que los programas para las prisiones de Massachusetts dejan sueltos a los asesinos y violadores para que ataquen a la gente inocente. Y durante todo el tiempo Dukakis está siendo retratado con la misma pincelada de "ineficaz y liberal gobernador demócrata" que Jimmy Carter.

Las primarias demócratas tuvieron sus buenos momentos. Jesse Jackson habló en Greeley en una reunión de empaquetadores de carne en huelga. Me tropecé con un amigo negro que iba camino de esa reunión. Me dijo: "No sabía que fueras político". Yo dije: "No sabía que fueras negro". Jackson ha sido para nosotros un revulsivo.

En la reunión, Jackson estuvo escalofriante -no tanto por su retórica como por la sensación de que alguien estaba diciendo finalmente lo que necesitaba ser dicho; de que alguien estaba dando la cara por la gente que necesitaba que se diera la cara por ella-. La misma retórica fue positivamente emocionante durante el discurso de Jackson en la convención demócrata. Describió los comienzos de su propia vida en la pobreza, como hijo de madre soltera, al tiempo que exhortaba a los desvalidos a luchar para mejorar su suerte. Cada pasaje de su discurso era interrumpido por un "entiendo".

El voto minoritario

Los demócratas no pueden vivir con Jackson y tampoco pueden vivir sin él. Jackson hace las duras preguntas que tienen eco en la gente trabajadora y pobre. Y, por supuesto, aporta un enorme voto minoritario al partido. Pero Jackson es negro, y Estados Unidos es todavía un país racista. Dukakis no podía permitirse el lujo de parecer que cedía a las demandas del hombre negro en la convención, o de lo contrario su candidatura se hubiera visto hundida, como seguramente lo fue la de Mondale por su aparente sumo respeto a las demandas de la fuerza laboral organizada. Por otra parte, Dukakis no se podía permitir alienarse a los negros, los hispanos y los blancos progresistas que siguen a Jackson, de manera que hizo algunas concesiones, mayormente de procedimiento, al campo de Jackson. Hoy, a Jackson no se le va a ver en la campaña.

Así las cosas, ¿a quién votaré? No puedo votar a Jesse Jackson porque no está en la candidatura. Y ciertamente no votaré a George Bush, que promete continuar el proceso iniciado con tanto éxito por Reagan de transferir las rentas desde los pobres y la clase media a los ricos. Y a pesar de su buen español, de su nombre genuinamente étnico y de sus exorbitantes cejas, no me excita la idea de votar por Dukakis. El pueblo estadounidense necesita algo más que un gestor, incluso que un gestor competente.

Probablemente votaré por Dukakis porque en la lista de candidatos no existe un socialista o un ecologista creíbles. Dukakis es un mal menor que Bush. Pero no me gusta votar por él.

Después de votar, probablemente me sentaré en mi sofá, en casa, con mi mujer y unos cuantos amigos, a mirar los resultados de las elecciones, y me preguntaré, lo mismo que hice en 1968, cuándo van a cambiar realmente las cosas alguna vez.

Marc Ringel es médico rural en Greeley, Colorado (EE UU) Traducción: M. C. Ruiz de Elvira.

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