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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Thatcher y Europa

"NOS HEMOS convertido en el común denominador" de la política británica, dijo en Brighton la semana pasada Margaret Thatcher, en el discurso de clausura de la conferencia anual del Partido Conservador. Unos meses antes de cumplir una década en el poder, la primera ministra anuncia ya que cree que su opción política gobernará hasta bien entrados los años noventa, y, "quién sabe, tal vez más allá". La constatación de su extraordinaria vitalidad política suscita varias consideraciones. Por una parte, con la cada vez más previsible elección de George Bush a la presidencia de EE UU, el conservadurismo habrá gobernado en Washington y Londres de forma simultánea durante ocho años y presumiblemente lo hará durante ocho más. La relación especial entre ambas capitales se verá así reforzada, y la hegemonía estratégica estadounidense seguirá siendo defendida desde este lado del Atlántico con el mismo vigor que hasta ahora.Es interesante también destacar la suma de circunstancias políticas merced a las cuales el Partido Conservador británico se asegura la continuidad en el poder, porque guardan gran parecido con las que operan en España respecto del PSOE. En ambos casos se ha producido una espectacular recuperación económica, mediante la severa aplicación de remedios duramente ortodoxos. Con ello, tanto en España como en el Reino Unido se ha agudizado el grave antagonismo entre Gobierno y sindicatos. En ambos casos se ha acusado a los Gobiernos de insensibilidad respecto de la política social y de las necesidades del ciudadano. Pero sobre todo, y desde el punto de vista estrictamente político, el Partido Conservador británico y el Partido Socialista Obrero Español han tenido enfrente a grupos de oposición fragmentados, inmersos en luchas intestinas e incapaces de desafiar a la opción política en el Gobierno con sus propias armas y en el terreno mismo de sus éxitos. Para Margaret Thatcher, el reflejo de todo ello ha estado en tres elecciones generales, que ha ganado sin gran esfuerzo frente a un laborismo dividido y dos opciones políticas -la socialdemocracia y el liberalismo- incapaces de alumbrar una tercera fuerza capaz de hacer saltar el bipartidismo tradicional de la política británica.

Para sus socios en la Comunidad Europea, lo realmente importante de la reafirmación del liderazgo de Margaret Thatcher es que ello supone, sin duda, el refrendo de su interpretación del proceso de unidad europea. La conferencia conservadora de Brighton ha endosado con entusiasmo los puntos de vista de la primera ministra, entre los que es preciso destacar un pretendido pragmatismo, que desdeña lo que se ha dado en llamar el eurosueño, los castillos de naipes que los defensores de una supuesta utopía unificadora sustentarían corno único futuro viable para la Europa comunitaria. Como si los restantes países de la CE pudieran permitirse no ser pragmáticos. Thatcher aconseja una fórmula restrictiva de unión de unos Estados que, por sus características políticas, sociales, económicas e históricas, nunca podrán, asegura, dejar de ser soberanos. Se puede compartir su punto de vista cuando dice que se niega a que una gigantesca burocracia pueda restablecer desde Bruselas los controles estatales que tanto le costó suprimir en su país. Pero ello no quiere decir que Margaret Thatcher tenga la exclusiva de la ambición del realismo europeo ni que sus restrictivos planes sean los mejores.

La unidad de Europa es imparable; es el modelo lo que está aún sin definir. Pero la definición nunca será avara. Lo que acaso no comprende la primera ministra británica es que la defensa de los intereses de su país no está reñida con su integración sin reservas en una comunidad de la que, de otro modo, acabará autoexcluyéndose.

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