Verónica Forqué
Mientras Concha Velasco anuncia por televisión hornos microondas, Verónica Forqué recomienda a las amas de casa un envase de cierre hermético que evita que la leche sepa a pescado. "Tapa que tapa" es el eslogan de la campaña, y también el que pronuncian los escolares para caerle en gracia cuando se la cruzan por la calle. Por eso, esperar con ella un taxi en la Gran Vía provoca situaciones: desde un motorista superheavy que le grita una frase de gran profundidad filosófica: "Verónica, tú sí que sabes", hasta la señorona que le promete ir a verla sin falta al teatro en ¡Ay Carmela!, "el papel más importante que he hecho hasta ahora". A todos responde la actriz con su encantadora sonrisa.Tiene el don de caerle bien a la gente corriente, y lo curioso está en que se muestra tal cual sus admiradores la imaginan: ingenua pero lista, extravertida pero espiritual, sexy pero no sofisticada. Le quita hierro a las definiciones, por ejemplo, a su candidez picarona. "Los hombres es que son muy tontos... En cuanto te pones minifalda, tacones, y las tetas así como pa arriba, ya dicen ¡qué buena está! Y no...".
Hija del cineasta José María Forqué, desde que era niña anda por platós, escenarios y camerinos. Antes de Carmela, los dos papeles teatrales que mejores recuerdos le traen son la Laura de El zoo de cristal que hizo a los 22 años con José Luis Alonso, y, dos años más tarde, la María de María la mosca, de Ángel García Moreno. Eran papeles dramáticos, y esa vis cómica que ahora es lo más significativo de su imagen artística la descubrió Almodávar vistiéndola de angélica meretriz en ¡Qué he hecho yo para merecer esto?
"Yo siempre había sido la chica que sufría y lloraba, con estos dientes que tengo. Cuando Almodóvar buscaba actriz para ese papel y unos amigos comunes le dijeron que yo era graciosa, él respondió: 'Pero si esa chica es muy triste, la mujer de Ramón y Cajal [en referencia a la serie de televisión en la que intervino]'. Luego, como no encontraba a otra, acabó llamándome a mí, y resultó".
A partir de entonces, a Verónica Forqué se le pasó la tristeza dramática, y en La vida alegre, de Colomo, volvió a divertir haciendo de doctora especialista en enfermedades venéreas. En teatro, la popularidad le vino con Bajarse al moro, de J. L. Alonso de Santos, obra que acaba de interpretar para el cine en versión de Colomo. Ahora va a rodar con Manuel Iborra un filme "sobre la noche, la cocaína, el sexo y la prisa".
En ¡Ay Carmela! estará hasta noviembre en el teatro, y Kiti Manver la sustituirá. La gira que la ha traído ahora a Madrid comenzó hace casi un año en Zaragoza. "Cuando haces un personaje así durante tanto tiempo es diricil describirlo. Carmela es generosa, temperamental, vital, un poco absurda; también es de carne y hueso, con muchas contradicciones. Por encima de todo eso, es una buena amiga, alguien a quien abandonaré pronto aquí en Madrid, lo que me causará dolor", Forqué considera que el texto es maravilloso, y humildemente cree muy importante haber sido dirigida por José Luis Gómez.
Durante el día, la actriz trata de dedicar al menos una hora a ejercitarse en la meditación. Su madre la introdujo hace años en la práctica del yoga, y de ahí llegó a la meditación trascendental. El padre, José María Forqué, debe observar con cierto escepticismo castizo este ambiente espiritual que le rodea -"él dice que medita tumbado, a la hora de la siesta"-. Verónica Forqué, a sus 32 años, afirma encontrarse en un buen momento interior. Una vez al año visita en la India a su gurú, Sai Baba, y procura seguir sus enseñanzas de amor universal. Forqué lo cuenta sin dogmatismos, con una expresión que parece decir: a mí me da por esto como a otros por la vitolfilia o el pinacle. "No quiero hacer un discurso místico de pacotilla. Hay personas que piensan que la creatividad surge de los conflictos y las neurosis. En mi caso, no; yo soy más creativa cuanto más amor siento".
Babelia
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