Pollini logra aplausos para Stockhausen
Ante una sala al completo actuó en Madrid, en el Teatro Real, para el Festival de Otoño, el mítico pianista Mauriz¡o Pollini. Digo mítico, pues lo es a su pesar, ya que basta verle salir a escena para advertir que no pretende ser el Rubinstein de nuestro tiempo. Y serían suficientes como demostración del antidivismo de Pollini estas palabras suyas: "Hacer del piano un instrumento sacrosanto me parece una simpleza; importa sólo el valor de la obra que se transmite; el instrumento, por sí mismo, no es nada".Otros conceptos podrían ser útiles ante el recital de anteayer: el servicio de Pollini a lo contemporáneo con absoluta naturalidad y sin aire de obligada misión; su voluntad de comunicación a través de expresiones netas, libres de todo abultamiento y sin inclinación aparencial. Esto es, verídicas. En contra del tan traído y llevado misterio, Pollini hace música a través de una extraordinaria lucidez. Todo queda así más claro y explicado, ya que lo misterioso no parece el mejor camino para alcanzar la comunicación.
Recital de Maurizio Pollini
Festival de Otoño 1988. Obras de Bramhs, Schönberg, Stockhausen y Beethoven. Madrid, teatro Real, 12 de octubre.
Quedó bien patente desde los Tres intermedios opus 117, de Bramhs, con los que el pianista inició su programa. Aguanta la música, y cuantos la vivimos, una tal carga de literatura adherida que muchos se extrañan cuando aparece un intérprete con la verdad musical desnuda por delante, tratando de llegar al fin de las razones estrictamente musicales sin atender a circunstancias ajenas a la música. Hacia esa actitud de pureza y definición se encaminan las ideas y la prodigiosa técnica de Pollini, que tras acercarnos al máximo los pentagramas de Bramhs, hizo lo propio con los de Schönberg y Stockhausen.
Según el mismo Schönberg, en las cinco piezas (1920-1923) alcanza alguno de sus principales objetivos técnico-estéticos, y todos los comentaristas enterados señalan el Vals que cierra la obra, de prolongada y magnífica estructura, como la puesta en práctica de la teoría dodecafónica en su unidad, regularidad, globalización y orientación ideológica. Pollini detalló en grado sumo cuanto las piezas -"compuestas por notas", decía su autor- encierran en todos sus niveles y parámetros. Nos llegó, pues, un Schönberg claro como Haydn, que recibió la ovación de un público amplio y ajeno a cualquier especialización.
Ovaciones para Stockhausen
También fueron largas las ovaciones para la quinta y novena pieza para piano de Stockhausen (Altenberg, 1928), que datan de 1954-1955 y suponen una consecuencia importante de la renovación schönbergiana, por una parte, y de las orientaciones y el lenguaje de Olivier Messiaen, por otra. El determinismo serial alcanza a unas estructuras en las que desapareció casi totalmente la complacencia puntillista para ceder el paso a una ideología en permanente transformación que pide al piano el estirón necesario para convertirse en vehículo de un mensaje nuevo en su materia y en su forma consecuente.Bien contrastadas entre sí, las dos páginas lucieron en toda su radical potencia y en la continuidad discontinua de un discurso sorprendente, fascinante y convulsivo. En fin, el Beethoven de Pollini constituyó una vez más la lección de un maestro. La Appassionata, preparada muy lógicamente por la Sonata 24 en fa sostenido, tuvo una versión que fue síntesis histórica y resultado de un exigente proceso de depuración.
Rara vez podemos asistir a hechos musicales de la categoría de este recital. Pollini añadió a su programa pentagramas de Schubert y Schumann.
Babelia
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