La soledad literaria de Benjamín Jarnés
Se cumple hoy el centenario del nacimiento de un escritor secreto y fundamental
Benjamín Jarnés es sin duda para el público español un escritor secreto; lo ha sido durante el último medio siglo, a pesar de su celebridad indiscutible en la España de la preguerra y de que su obra llenó durante su corta vida como escritor casi medio centenar de volúmenes y se desparramó, además, en unos 1.500 trabajos en periódicos y revistas de España y América Latina. En los últimos años se constata una revalorización por parte de la crítica de un nombre indispensable en la literatura española de este siglo, autor de obras importantes, como Locura y muerte de nadie o Viviana y Merlín.
Demócrata consciente y comprometido con la II República, el resultado de la guerra civil cegó la difusión de su obra en su propio país, y los nuevos vientos que emprendería la literatura española posterior -en favor del compromiso y del realismo- hicieron lo demás. Jarnés padeció entonces una doble dictadura, la de la política y la de la literatura, esa misma literatura que en su tiempo defendió y realzó como pocos. Hasta el punto de que algunos de sus compañeros del exilio -como Max Aub- le dedicaron terribles frases de descalificación, y otros escritores de la lucha antifranquista en España -como Nora o Goytisolo- no les fueron a la zaga.Su nombre, para los lectores curiosos, es casi una leyenda. Para la crítica más avezada, una bandera. Pues, en efecto, a este medio siglo de silencio y descrédito está sucediendo estos últimos años un implacable movimiento de revalorización crítica del escritor por parte de una nutrida representación de la crítica académica española y del hispanismo norteamericano. Su nombre es ya inevitable en la historia literaria de nuestro siglo, y hasta cierto punto fundamental, y es citado en todas partes. Bien, su nombre, sí, pero ¿y su obra? Salvo algunas excepciones tan honrosas como aisladas, sus libros no parecen merecer la atención de la gran industria editorial, y son desconocidos del público lector en general. Cada tiempo tiene sus dictaduras, que no por más o menos férreas dejan de serlo, desde luego.
Entrambasaguas dijo que su padre fue sastre, y Mainer, que sacristán. El primero, que fueron 22 hermanos de dos madres diferentes; el segundo, que 20 de tres. De todas formas, Benjamín Jarnés nació en el seno de una familia rural y humilde y se formó primero en el seminario, y en el Ejército después, en Zaragoza y Barcelona, respectivamente.
Extensa cultura
Pudo hacerse maestro, leía y escribía sin parar, y termina ingresando en el cuerpo administrativo del Ejército, siendo destinado a África primero y, finalmente, a Madrid, donde, al triunfar como escritor, pidió la excedencia y residió, con su esposa y sus hijos, hasta la guerra civil. Su primer libro -aunque ya había publicado muchos artículos y estrenado con aficionados alguna pieza teatral- es de 1924: una breve narración hagiográfica, Mosén Pedro, inspirada en la figura de un hermano sacerdote. Pero desde su llegada a Madrid, en 1920, Jarnés se abre paso de manera incontenible en el mundo literario, se relaciona con algunas de las mejores figuras de la época y termina por ser, desde 1925, el colaborador más asiduo de la Revista de Occidente, de Ortega y Gasset.
Ortega no leía muchas novelas, pero tenía muchas ideas sobre el género y capitaneó y patrocinó el movimiento narrativo de los nova novorum, un grupo de prosistas excepcionales, narradores, en parte líricos, en parte experimentales, y siempre intelectuales y formalistas a ultranza, que se inspiraban en las doctrinas del maestro acerca de las metamorfosis y deshumanización de la narrativa contemporánea, tras la aparición en Europa de los grandes libros de James Joyce y Marcel Proust. Algunos de aquellos escritores están entre nosotros y han sido ya reconocidos -como Rosa Chacel y Francisco Ayala-, aunque otros esperan su turno, como Antonio Espina y Benjamín Jarnés. Ortega mismo -que se fijaba más en Gómez de la Serna o Pío Baroja, aunque con este último para discutir- nunca escribió sobre Jarnés, su discípulo más fiel.
Benjamín Jarnés, aparte de su labor como crítico, periodista, conferenciante, traductor y hombre de teatro, publicó en la década de 1926 a 1936 un aluvión de 24 libros, fundamentalmente novelas, biografías y ensayos. Y eso contando con que su obra es muy cuidada, perfecta de forma, tremendamente rigurosa, y era corregida y revisada sin parar. Y en esta lista encontramos narraciones espléndidas, repletas de significado, como El profesor inútil, El convidado de papel, Paula y Paulina, Teoría de Zumbel, Escenas junto a la muerte, Lo rojo y lo azul, o esas dos obras maestras que son Locura y muerte de nadie y Viviana y Merlín, biografías singulares, esa estupenda farsa que es Tántalo o el discurso del Libro de Esther, que luego repetiría con Eufrosina o la gracia, escrito aquellos años, pero que sólo se publicó después de la guerra.
Afición a lo libresco
¿Qué aportaba el joven escritor -no tan joven, pues había llegado tarde- a las letras españolas de aquellos años tan conflictivos como fértiles? Una escritura sobre todo, una prosa personal, hermosa, subjetiva, que se enraizaba en lo autobiográfico, un despliegue cultural inmenso y ordenado, la afición a los mitos, a lo libresco, una ironía cuidadosa e implacable, la aspiración a la gracia y la armonía, el humor sereno, un erotismo tan ele gante como profundo y una defensa absoluta de la modernidad, de la libertad, de la democracia, de la cultura y de la belleza.
Al mismo tiempo exploraba en el teatro y el cine, y combatía los tópicos bastardos de las falsas tradiciones, toda suerte de represión literaria, política o religiosa. ¿Quién daba más, o al menos tanto? Su mentor fue Ortega, desde luego, pero sus modelos, Azorín y Gabriel Miró, y admiró siempre a Gómez de la Serna. Al final, vino la guerra, Jarnés volvió al Ejército, y el exilio mexicano, donde volvió a hacerlo todo: de 1940 a 1945 publicó 10 libros más, fue profesor, editor y escribió sin parar en periódicos y revistas. Pero las fuerzas fallaron y, gravemente enfermo, regresó a Madrid en 1948, para fallecer el mes de agosto del año siguiente. Y aquí comenzó ese silencio que suele rodear al hombre íntegro, independiente y solitario a pesar de todo, al artista que elige su arte por encima de todo lo demás. ¿Un escritor para escritores? Desde luego; mas ¿qué verdadero escritor no lo es? ¿Acaso no es la lectura una manera de escribir también? Es dudoso que quien no haya leído a Jarnés sea un verdadero lector o llegue alguna vez a serlo. Quizás este recordatorio -pues no otra cosa es un centenario- sirva para algo.
Una obra considerable
Los títulos más importantes de la obra de Benjamín Jarnés son los siguientes: Mosén Pedro (retrato novelado, 1924), El profesor inútil (novela, 1926), Ejercicios (crítica, 1927), El convidado de papel (novela, 1928), Sor Patrocinio, la monja de las llagas (biografía, 1929), Salón de estío (relatos, 1929), Paula y Paulita (novela, 1929), Locura y muerte de nadie (novela, 1929), Viviana y Merlín (leyenda, 1930), Teoría del zumbel (novela, 1930), Zumalacárregui, el caudillo romántico (biografía, 1931), Escenas junto a la muerte (novela, 1931), Rúbricas (crítica, 193 1 ), Lo rojo y lo azul (novela, 1932), Fauna contemporánea (ensayos, 1933), Castelar, hombre del Sinaí (biografía, 1935), Libro de Esther (ensayo novelesco, 1935), Feria del libro (crítica, 1935), Tántalo (farsa novelesca, 1935), Doble agonía de Bécquer (biografía, 1936), Sala de espera (teatro, 1936), Cita de ensueños (crítica cinematográfica, 1936), La novia del viento (novela, 1940), Escuela de libertad (retratos, 1942), Don Vasco de Quiroga, obispo de Utopía (biografía, 1942), Zweig, cumbre apagada (retrato, 1942), Venus dinámica (novela, 1943), Cervantes (bosquejo biográfico, 1944), Ariel disperso (crítica, 1945), Eufrosina o la gracia (ensayo novelesco, 1948), Su línea de fuego (novela póstuma, 1980) (estas dos últimas obras, publicadas en España).
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