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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Maguy la maga

MERCEDES RICOLa varita mágica de Maguy Marín transformó el recinto del Teatro de la Zarzuela en un espacio encantado y dejó los gastados músculos cardiacos de los espectadores hechos un higo de sentimientos primarios de inocencia y, ternura. La gente salía buscando desesperadamente un crío propio o ajeno al que achuchar y hasta lamentando -por una vez en la vida- que faltara tanto tiempo para las Navidades.

Genial esta Maguy Marín, que parte de lo grotesco para llegar a la pureza, que usa las máscaras para revelar la verdad, que monta un tinglado sofisticado para que aflore lo más simple. Más que un hada es una maga sabia, una bruja buena que guarda los secretos ancestrales del teatro del movimiento y que tiene poderes para transformar lo viejo en nuevo y lo manido en fresco.

Ballet de la Opera de Lyón

Cendrillon (La Cenicienta).Coreografía: Maguy Marín. Música: S. Prokofiev y Jean Schwartz. Decorados y vestuario: Montserrat Casanova. Máscaras: Monique Luyton. Intérpretes: FranQo1se Joullié (Cenicienta); Dominique Lainé (la madrastra); Bernard Cauchard (el príncipe). Directores: Françoise Adret y Yorgos Loukos. Festival de Otoño de Madrid. Teatro de la Zarzuela. 3 de octubre.

El Ballet de la ópera de Lyón tuvo su gran espaldarazo en la segunda etapa de Françoise Adret con esta Cenicienta, que, desde su estreno en 1985, ha maravillado a cientos de miles de espectadores en todo el mundo. Con ella también. Maguy Marín saltó del prestigioso gueto de su propia compañía de vanguardia -y de las obras clave en todo el proceso de renovación coreográfica francesa, como sus Contrastes (estrenada por el Ballet Nacional de España en la época de Víctor Ullate) su Nieblas de niño o su May B (que también pudo verse en Madrid en 1982)- al gran público.Máscaras e imágenesEl éxito a gran escala de Maguy Marín tiene sin duda, mucho que ver con su imaginación teatral desbordante -que en Francia se atribuye a su origen español-, su capacidad para renovar recursos olvidados en Occidente, como las máscaras, o su habilidad para encontrar y manejar imágenes.Esta Cenicienta- con el esplendido decorado y diseño de trajes de Montserrat Casanova y las elocuentes máscaras de Monique Luyton- es ante todo un fenómeno teatral. Pero la razón por la que el tinglado se sostiene es su dominio de los recursos puramente coreográficos: el ritmo y el diseño del movimiento, sabiamente elaborados y diferenciados para cada personaje, para cada situación, para cada emoción. En este sentido, el solo de Cenicienta con su escoba al día siguiente del baile, admirablemente interpretado por Françoise Joullié, es un prodigio de expresión que por sí solo se come todo el magno deslumbramiento del montaje y justifica que los mayores vayan a ver este cuento para niños.Esta Cenicienta es además un alto en la obra de Maguy Marín -un respiro en un universo personal que tiende a las sombras y a la angustia-, quien en sus piezas posteriores (Los siete pecados capitales, Edén, Babel Babel y Golpes de estados) ha profundizado su mirada implacable y sardónica sobre la sociedad.El conjunto de su obra forma una modalidad especial y definida dentro del auge del teatro-danza de la Europa actual que, si no ha tenido la misma repercusión que la de la única otra personalidad capaz de oponérsela -Pina Bausch- es porque, en definitiva, es más difícil de copiar.

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