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DANZA

Sin flores ni coronas

Con su pesada falda de paño gris hasta los pies, su moño bajo de anciana y unos zapatones negros que escondían sus pies de bailarina, Trinidad Sevillano era la imagen misma del desafío mientras recibía las ovaciones y bravos de su triunfante reaparición en Madrid. Más de tres años oyendo crecer la leyenda de la metamorfosis de esta minúscula crisálida soriana convertida en princesa de los cuentos de hadas del ballet tradicional y nos vuelve así, a pelo, "sin flores ni coronas", en un ballet de tres actos en que interpreta a uno de los personajes más reales y complejos de la historia y la literatura del siglo XIX -que sería una proeza para cualquier gran bailarina madura- y donde hace de todo, menos lo que se esperaba de ella.Joven compañía

Ballet Nacional de Caracas

Ballet Nacional de Caracas. George Sand. Coreografía: Vicente Nebrada. Música: F. Chopin y F. Liszt. Libreto: Elías Pérez Borja. Escenografía: Rafael Reyeros. Intérpretes: Trinidad Sevillano, Koen Onzia, Santiago de la Quintana, David Fonnegra y Carmen Catoya.Festival de Otoño de Madrid, Teatro Albéniz. Jueves 29 de septiembre de 1988.

Su George Sand -organizada sobre un libreto del director de esta estupenda joven compañía de Caracas, Elías Pérez Borja y coreografiada por Vicente Nebrada- dice más sobre la determinación y el carácter de la Sevillano que sobre su calibre como bailarina, que se entrevé continuamente -enorme- sin llegar a desplegarse del todo nunca. No es sólo la deliberada voluntad de austeridad, de prescindir de cualquier apoyatura deslumbrante, o el disfraz masculino, sino la falta de ocasiones de lucimiento que le proporciona la obra lo que, además, cae en detrimento de la credibilidad dramática del ballet. Organizada como un fresco coral, con 16 personajes principales, el argumento, tal como queda plasmado coreográficamente, hace recaer el peso del desarrollo ,dramático de la vida de la escritora francesa sobre el entorno (familia, amigos, amantes, pueblo) a expensas de su propia personalidad. La Sevillano está brillante desde las primeras escenas; como niña desgarrada entre una madre insustancial y una abuela implacable, rezuma autoridad desde el primer arabesque y muestra el aplomo y la seguridad de los artistas excepcionales.

Pero a lo largo de los tres actos, Trinidad Sevillano tiene un único solo de escasos minutos que en seguida se convierte en preludio del paso a dos central de la obra: el que baila con Santiago de la Quintana, Musset, la gran pasión de la escritora; refleja bien el desequilibrio de aquella relación con el poeta histérico y enfermizo, en que ella le eclipsa por completo. Son sus único momentos de esplendor. A partir de ahí, George-Trinidad, como en una decadencia prematura, va cediendo protagonismo a Chopin -interpretado por el joven Koen Onzia, excelente bailarín de línea clásica elegante y sobria- a su hija Solange (la segura y fuerte bailarina del ballet de Caracas Carmen Catoya) hasta apagarse en una soledad de corazón destrozado, que es donde la infidelidad del libreto resulta más sangrante. La personalidad de George Sand como mujer inmersa en el siglo, como escritora de enorme éxito, como apasionada de la política, puede (quizá incluso debe) dejarse de lado en un ballet. No es tan fácil excusar el hacer pasar a Sand por una mujer pasiva y sentimental, dando el final de la historia con el tísico por el final de una vida que acabó treinta años, quince amantes, dos revoluciones y 150 libros después.

Con todo, George Sand es un buen ballet. El oficio de Nebrada como coreógrafo es innegable. La escenografía -el final del segundo acto es espectacular- y los trajes ennoblecen todo el esfuerzo de una producción digna de un gran teatro. La obra decae en el tercer acto, quizá porque es también el menos trabajado. Si en lugar de buscar hacer llorar, se hubiera apuntado a mostrar a George Sand erigiéndose por encima de los acontecimientos, estaríamos quizá ante una obra que entraría en el repertorio de todas las grandes compañías.

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