Una película eterna
No tiene sentido hacer a estas alturas un comentario crítico de El sueño eterno, que es parte de la eternidad del cine. Basta con recordar que está ahí, repuesto en versión original, tal y como esta joya debe contemplarse. Quien no la haya visto puede cubrir una laguna grave en su conocimiento del cine; quien la conozca en versión doblada puede ahora mejorar su recuerdo de ella; y quien ya la conozca integralmente puede repetir la contemplación: un gran filme, como una gran pieza musical, aunque se haya visto docenas de veces, siempre se ve por primera vez.
Claves
El sueño eterno (The big skep)
Dirección: Howard Hawks. Guión: William Faulkner, Leigh Brackett y Jules Furthman, sobre la novela de Raymond Chandler. Fotografía: Sid Hickox. Música: Max Steiner. Estados Unidos, 1946. Inté-Tretes: Humphrey Bogart, Lauren Bacall, John Ridgely, Martha Vickers, Dorothy Malone. Cine Duplex (V. O).
¿Claves para la contemplación de esta obra magistral del magistral rosario Hawks-Chandler-Faulkner-Furthman-Bogart-Bacall? Las hay tantas como espectadores. Es un filme al mismo tiempo hermético (recuérdese la famosa anécdota de que ni los guionistas, ni el director, ni el propio autor de la novela tenían claro quién es el autor del asesino del chófer, uno de los seis o siete que urde la intrincada intriga de la novela de Chandler) y paradójicamente abierto.El relato subjetivo de Chandler (la novela se lee a través de los Ojos de su protagonista Marlowe), al ser objetivizado por el tratamiento guionístico libre de Faulkner y Furthman, y sobre todo por el audaz estilo realista y sutilmente indirecto de Hawks, convierte al filme en una sucesión de pequeños enigmas que han de verse, para extraer de ellos el máximo jugo, como tales enigmas, como acercamientos circulares, o en una espiral de seda, del tiempo y de la imagen en busca de un núcleo finalmente inalcanzable, o al menos no alcanzable del todo, del que algo impreciso, pero palpable en la pantalla, se escapa como el agua de entre los dedos.
Estamos ante un monumento de la edad dorada del cine negro, los inolvidables años cincuenta cuando el cine norteamericano alcanzó cotas difícilmente repetibles, Es un filme denso pero de rara ligereza, edificado en el movedizo terreno intermedio -que sólo algunos genios del cine, como Hitchcock y Hawks supieron explorar- existente entre la comedia y la pesadilla. Hay que verlo. Es una parte inconmovible de la identidad del cine por mucho que algunos eminentes críticos -como Robin Wood, que aquí se pasó de listo- la consideren una obra menor del gran Hawks.
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