Huelga en Argentina
LA DECIMOTERCERA huelga general que ha convocado en Argentina la peronista Confederación General del Trabajo (CGT) en cinco años de Gobierno democrático ilustra la explosiva situación social y económica por la que atraviesa ese país. Convocada para protestar contra la brutalidad policial desatada en la represión de algunos desórdenes ocurridos en la plaza de Mayo capitalina durante un mitin antigubernamental de la propia CGT el pasado viernes, se ha iniciado ayer en todo el país con variada fortuna. A unos meses de las elecciones presidenciales que probablemente devolverán el poder al peronismo, parece como si Argentina empezara a introducirse una vez más en la conocida espiral del desgarro provocado en anteriores ocasiones por la imposible y endémica situación económica. El Gobierno radical del presidente Alfonsín, con toda la admirable labor realizada para hacer posible la transición de la dictadura a la vida democrática, no ha sido realmente capaz de aliviar los problemas creados por la hiperinflación, reflejo de la catastrófica situación económica y financiera de Argentina. Sus planes de austeridad, su nueva moneda, el traslado de la capitalidad han sido proyectos fallidos, lanzados desde una opción política, la radical, que carece de suficiente implantación a la hora de obtener un indispensable apoyo social a las reformas. Hace dos semanas, la CGT dio por concluida una tregua pactada 15 días antes con el Gobierno y, en protesta contra la política de su equipo económico, convocó una huelga para el pasado viernes. A la convocatoria se sumaron inmediatamente todos los partidos de la oposición y las organizaciones agropecuarias. Suena a conocido.No es preciso buscar, sin embargo, oscuras maquinaciones ni asignar al peronismo mayor maquiavelismo del que tiene. Los planes económicos se han formulado sin concertación social. El caos económico es padecido por las clases más desfavorecidas, las que engrosan las filas del peronismo, y la CGT saca a las masas a la calle. Desafortunadamente, con ello no se resuelve gran cosa ni se enderezan muchos entuertos. El peronismo no puede esconder su parte de culpa en el desaguisado, por mucho que invoque ahora una situación que nada tiene que ver con el pasado.
Pero no puede olvidarse que el conflicto no es sólo económico. Las elecciones presidenciales se celebrarán dentro de muy pocos meses, en may o de 1989. Mientras el candidato radical, Angeloz, si quiere tener alguna oportunidad de ganar no puede presentarse realmente como la opción del partido en el Gobierno, el peronismo debe mantener una figura de oposición racional y de orden para conquistar al esencial electorado independiente. Movilizaciones en el centro de Buenos Aires como la del viernes pasado podrían actuar como advertencia a la población del riesgo asociado a un futuro dominado por ese populismo demagógico que ha marcado gran parte de la historia contemporánea de Argentina. El candidato peronista, Carlos Menem, dando muestras de astucia política, estuvo conspicuamente ausente de la manifestación de la plaza de Mayo, pero ello no ha sido óbice para que esté siendo presentado como el candidato del caos frente a un país ansioso de civilidad. Los incidentes provocados en la manifestación del viernes por grupos incontrolados, además de ser brutalmente reprimidos por las fuerzas del orden, fueron inmediatamente capitalizados por algunos sectores del Gobierno para desprestigiar con ello al peronismo y a la CGT y ganar puntos ante la gente de orden.
Enfrentada con esta situación, la CGT convocó una huelga general de protesta, mirando prudentemente a derecha e izquierda. Pues mientras los líderes peronistas criticaban duramente al Gobierno, por la "salvaje represión" de la policía (refiriéndose concretamente al ex ministro del Interior Tróccoli, que no sólo había felicitado a las fuerzas del orden por sus acciones, sino que había exhibido los desórdenes de la plaza de Mayo "como lo que puede ocurrir en 1989" si el peronismo gana las elecciones), recomendaban calma a sus partidarios. Una situación extraordinariamente incómoda para el presidente Alfonsín.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.