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Crítica:MÚSICA CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un director para una orquesta

El curso musical madrileño ha quedado inaugurado por la Filarmónica de NuevaYork, dirigida por Zubin Mehta, en el Teatro Real. Una inauguración de lujo, patrocinada por Citicorp Citibank, a la que asistió la reina doña Sofia acompañada por la princesa Irene.La audiencia fue en su gran parte bastante atípica. Se habían puesto a la venta únicamente 400 localidades de lo que antes se llamaba gallinero, después -con mayor altura de miras- paraíso y ahora, sin más, raso segundo. Quizá por ello los aplausos prolongados tras cada versión tenían más de lógica, ante una orquesta y director de primerísima categoría, que de verdadera reacción entusiasta.

Entre las virtudes de Zubin Mehta (Bombay, 1.936) está la de programar con tal talento y sentido del equilibrio en todos los aspectos, sean estilísticos o instrumentales. Lo ha demostrado una vez más al comenzar su programa con la Segunda sinfonía de Schubert, clásica y emparentada con Haydn y con el primer Beethoven, seguida de la Sinfonía de cámara, opus 9 (1906), para 15 solistas, de Arnold Schönberg. La segunda parte estuvo consagrada a El crepúsculo de los dioses (amanecer, viaje de Sigfrido por el Rin, marcha fúnebre y final), de Wagner.

Orquesta Filarmónica de Nueva York

Director: Zubin Mehta. Obras de Schubert, Schönberg y Wagner. Teatro Real, 8 de septiembre.

Grandes directores

La filarmónica neoyorquina, una de las grandes orquestas de Estados Unidos, ha tenido a lo largo de su casi siglo y medio de existencia directores de los que hicieron época: Damsroch, Weintgartner, Strauss, Mahler, Mengelber, Toscanini, Walter, Mitropoulos, Bernstein, Szell, Pierre Boulez, y desde 1977 Zubin Mehta, son nombres suficientemente ilustrativos.Todos los componentes de la orquesta poseen calidad individual que cuando es necesario se torna virtuosística; como conjunto, su sonido es diferente al tan europeo de la Sinfónica de Boston y al americano de la magnífica de Cleveland. Su capacidad dinámica es tan extensa y bien sonante que permite al director disponer una perspectiva sonora prácticamente inagotable.

El virtuosismo colectivo quedó patente, por ejemplo, en el presto vivace de Schubert (deliciosa la probidad del traductor de los comentarios, que le llevó a convertir la estructura ABA-CABA de ese movimiento en la-si-la-do-la-si-la). Mehta no demostró ser un superpiano, matiz tan sutil y reconocible como difícil de explicar. Todo sonó demasiado literal y objetivo.

En Schönberg, el virtuosismo individual alcanzó niveles de excepción. La sinfonía de cámara, aun compuesta en los días que su autor, por confesión propia, escribía "por placer" y no "por deber", es uno de los claros avisos de que el siglo XX ha comenzado, un tiempo cuyas mutaciones alcanzarán a la música en grado superlativo. La reducción instrumental, la condensación de la forma, la armonía, sobre la que nos advierte la serie inicial de cuerdas, parece: huir espontáneamente de la tonalidad funcional; el tejido sonoro nos acerca a cientos trozos de Mahler y anticipa muchas soluciones de otros compositores aunque partiesen de otros puntos de vista. Instrumentistas y director lograron una versión soberbia de la obra: clara, viva de continuidad, flexible en todos los órdenes y explicativa de un pensamiento y un lenguaje.

Al fin, Wagner: el autor singular del Viaje por el Rin y de la Marcha fúnebre para Sigfrido, que supo resolver con simplicidad la aparente complejidad de sus planteamientos y dotar a la gran orquesta ampliada de sonidos inéditos. Todo ello puesto al mejor servicio de unas ideas dramático-musicales en las que triunfa, más fuertemente que en sus escritos teóricos, el imaginador teatral, el jugador de símbolos, que en su mano se humanizan desde la grandeza. Zubin Mehta y los filarmónicos convencieron a todos con una esplendorosa interpretación que caldeó al público. A la propina lógica de la Cabalgata de las valquirias sucedió el complemento caprichoso de las Voces primaverales, de Juan Strauss. Gran concierto, en definitiva. La temporada 1988-1989 ha comenzado. Dentro de unos días diremos "adiós" al Teatro Real como sala de conciertos y "buenas tardes" al nuevo auditorio nacional.

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