Maldito agosto
Agosto es el mes más deprimente del año. Con lo mucho que me gusta el verano, a menos que encuentre un trabajo a mi medida, agosto seguirá siendo el mes tortura del año.En agosto mis dos novios y yo tenemos vacaciones. La Semana Santa_y las Navidades son otros dos momentos candentes del calendario, pero siempre he conseguido apañarme bastante bien, repartiendo con exquisito arte los días, las excusas y los engaños.
Pero esconder un mes entero es imposible. Camuflar 30 días, uno tras otro, acaba con los recursos y la moral hasta de una hipócrita mentirosa tan hábil y experimentada como yo.
Lo cierto es que lo puedo todo, pero en agosto no puedo nada. Y la culpa no es mía, es que no hay coordinación ni justicia en los atributos naturales de la gente. Ocurre que mi cerebro está magistralmente partido en dos, por lo que en todo momento sé quién es uno y quién es otro, y sé con quién estoy haciendo el amor y con quién bailo. Pero mi cuerpo, mi maldita realidad física, es mucho menos que perfecto, es un perfecto fracaso. He nacido en un mundo equivocado para mi mente. Me explico: siendo yo una persona necesitada de tener por lo menos dos relaciones funcionando a la vez para que no me falte nada, hasta el punto en que desde siempre he tenido que empezarlas y acabarlas al mismo tiempo, y siendo este deseo imperioso e inevitable por mandato de mi mente, ¿cómo es posible estar encerrada en un cuerpo tan limitado, exclusivo y único? Lo justo sería que la genética hubiera respondido coordinadamente, habiendo hecho de mí por lo menos un par de gemelas. 0, aunque más no fuera, un par de siamesas pegadas por la espalda. No me importaría nada hacer el amor con otra, yo y ellos dos: lo que me desconcierta y hasta casi me repugna es la imposibilidad de hacerlo.
Puesta en el terreno de la limitada y/o equivocada realidad, yo creo que lo más saludable sería largarme sola de vacaciones. Todo un mes lejos del conflicto. Treinta días, uno tras otro, para disfrutar del verano y olvidarme de los dos que tanto amo, pero para los que casi tengo que vivir. Cierto que nadie me obliga, teóricamente, perocuando se nace con una mente como la mía no es fácil seguir las normas al uso.
Aunque me queje por las obligadas vacaciones de agosto, suerte que conservo mi trabajo. A veces no sé cómo me soportan, ni cómo he podido seguir trabajando. El trabajo siempre es el mismo, lo que varía es mi rendimiento. En realidad, cuando estoy en fase de tener novios, hago muy poco, deslizándome de cama en cama, de lavabo en lavabo; tengo tres cepillos de dientes, uno en casa de cada uno y otro en la mía, donde, por supuesto, les tengo prohibida la entrada a los dos. Mi bolsillo es el que más nota mi estado sentimental. Lo primero que está claro es que cuando estoy inmersa en las relaciones no gano lo mismo que cuando estoy entre unas y otras, que es cuando más trabajo. Tengo doble energía, doble lucidez, doble creatividad, doble eficacia y, por supuesto, gano por lo menos el doble. Esto dura hasta que me pega el mono y salgo como loca a ligar los dos siguientes.
Al principio todo es perfecto. Los controlo como quiero. Ninguno reclama derechos. No tengo que explicar por qué no salgo con él un jueves ni por qué estaré fuera de la ciudad un fin de semana. Mi trabajo es una excusa extraordinariamente útil en los comienzos, porque incluyo viajes, cenas de negocios, convenciones, cócteles y cosas así.
Pero ese estado de equilibrio no funciona mucho tiempo. Pronto se descubre el pastel y empiezo a ser percibida de otra manera. Ya no les hago tanta gracia. El odio crece. La posesión crece. Y yo empiezo a encogerme: pierdo energías, la mente se me abotarga, la creatividad se evapora, la productividad se reduce a la mitad. En realidad todo se reduce a la mitad, salvo los problemas, que se multiplican. Ninguno de mis dos psicoanalistas ha tenido mucho éxito conmigo. Yo tiendo a creer que soy muy torpe, puesto que mi caso es bastante interesante, lo cual no significa que sea tan excepcional. Le pasa a bastante es hombres, y yo creo que a las mujeres también, sólo que no quieren o no pueden admitir la bigamia o poligamia de sus cerebros. Soy una gemela mental, con un cuerpo no correspondiente. Mis novios sufren y me hacen sufrir, porque no quieren aceptar que es inevitable, que mi mente no sabe funcionar de otra manera. Yo insisto en que nunca los confundo, pero no hay forma. Mentalmente poseo dos corazones, dos úteros, dos vaginas, cuatro tetas, cuatro ojos, y así...
Aunque por ser mi mente más amplia que la de ambos -ninguno es capaz de estirarla ni de entender lo que en ella pasa- lo cierto es que fisicamente me siento un tanto estirada. El desgarro que en agosto siento entre la vertical que va desde el cuello hasta la vagina no es imaginario. Y mis extremidades están ahora mismo siendo estiradas por 2.000 caballos salvajes que aun sin brújula corren desbocados hacia cardinales propios.
El médico y el psiquiatra discuten e intentan convencerme de que lo mío no es normal, y que debo hacer el esfuerzo de ajustar mi mente a la norma. Yo creo que es más fácil que eso. Puesto que ni yo ni la norma vamos a cambiar, bastaría con borrar agosto -mes de rupturas, traiciones y reajustes- del calendario. Porque me temo que, aunque cambie de empresa, casi seguro que también en agosto cerrarán.
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