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Las 'clases medias' de Reagan

Las siguientes reflexiones fueron inspiradas por la coincidencia de dos lecturas que, en principio, puede parecer que no guardan demasiada relación entre sí. Una es el artículo de Joan Subirats, Viaje al territorio de Reagan (EL PAÍS, 18 de agosto), en el cual el autor describe sus impresiones acerca de Orange County, California. El otro es el primer borrador que está escribiendo uno de mis antiguos alumnos y que trata de la así denominada Masacre de Greensboro, que tuvo lugar en noviembre de 1979, fecha en la que miembros del Ku-Klux-Klan, en Californi del Norte, asesinaron a cuatro manifestantes comunistas. El nexo entre los dos textos es la rica evidencia que cada uno ofrece en relación con una parte de esa inmensa clase media que en dos ocasiones ha prestado un apoyo electoral masivo al presidente Reagan, y que se sentiría extremadamente feliz caso de que pudiera volver a elegirlo si la Constitución no limitase a dos los mandatos presidenciales.En Orange County, los propietarios de grandes ranchos, con amplios jardines, dos o tres coches, quizá con campos de golf, aviones privados (además de jardineros mexicanos, criadas, chóferes, empleados de restaurantes) están seguros de que viven en "el mejor Estado de la mejor nación del mundo". Se identifican entusiasmados con las doctrinas de Reagan sobre el capitalismo sin restricciones, bajos impuestos e inmensos presupuestos militares, la celebración de la religión tradicional y las virtudes de la familia, la capacidad tecnológica, y la incuestionable superioridad moral de la cultura de la clase media blanca norteamericana (una cultura, también hay que decirlo, que generosamente acepta en sus filas a aquellos triunfadores de otros países y razas que aceptan el estilo de vida americano).

Su lealtad hacia el reaganismo no resulta alterada por el escándalo Irán-contra, la corrupción en las cuestiones de contratos por parte del Pentágono, la influencia de la astrología en el calendario de visitas del presidente, el nombramiento de mediocres jueces federales, el descuido de las carreteras, escuelas, parques nacionales y del entorno en general. Esta poderosa clase media es todo un fenómeno a lo largo de todo el país, aunque quizá más ostentosamente perceptible en California que en el resto.

Los promotores de la supremacía blanca y los fanáticos anticomunistas de Carolina del Norte, que son el tema del manuscrito que estoy leyendo, también son leales, miembros típicos de la clase media patriótica. Son menos prósperos, menos ostentosos, menos claros que las personas que describe Subirats. Sólo son propietarios de un coche. Sus casas están situadas en pequeñas parcelas, y frecuentan la piscina municipal o la universitaria. Pero también son cruzados morales en favor del capitalismo no reglamentado, de los impuestos bajos, de la nueva tecnología y de las anticuadas virtudes de la familia.

La mayoría de los que aparecen en el libro que trata de la matanza de Greensboro son granjeros, mecánicos, leñadores y pequeños empresarios -la clase social que Thomas Jefferson, al visitar Virginia hace 200 años, pensó que se convertiría en la columna vertebral de la nueva y parcialmente democrática república-. A estos hombres les gusta cazar y pescar, beber cerveza, entrenar a equipos de la Little League, y que sus mujeres (a las que, por lo general, llaman mamá o mujercita) preparen refrescos para los acontecimientos sociales de la Iglesia. Ser propietario de una pistola es tan importante como serlo de una casa o coche, y consideran un deber proteger a la sociedad contra los rebeldes negros y los comunistas. Hay hombres como éstos administrando pequeñas empresas y Gobiernos locales en pueblos y ciudades de los 50 estados de la Unión.

Sus víctimas en la tragedia de 1979 fueron unos pobres negros con cierto grado de conciencia social, y unos miembros blancos del Partido Comunista de los Trabajadores, un pequeñísimo grupo maoísta no afiliado al también minúsculo Partido Comunista de Estados Unidos. Las víctimas blancas compartían, desgraciadamente, la extendida disposición norteamericana a utilizar la violencia en favor de una supuesta causa santa. En anteriores ocasiones, habían ridiculizado a algunos miembros del Klan, y llevaron armas ocultas a la manifestación. Pero no tenían ni la experiencia necesaria para utilizarlas, ni la falta de escrúpulos de sus contrarios, por lo que fueron hombres del Klan los que dispararon con puntería y asesinaron. A pesar de que existen fotos muy claras y muchos testimonios creíbles relacionados con la matanza, los jurados blancos han absuelto a los miembros del Klan en tres ocasiones durante los nueve años transcurridos desde que ésta acaeció.

El aeropuerto en el que aterrizó el señor Subirats fue el de John Wayne y ostenta una estatua mayor que el tamaño real del fallecido actor, quien a su vez fue un firme conservador, un cazador y propietario de numerosos equipos, tales como piscinas y rifles de gran potencia. Él es, sin duda, una figura representativa exacta, tanto de la clase media baja de Greensboro, como de la poderosa clase media (en realidad, la clase predominante en términos de riqueza y poder pero, sin embargo, media en términos culturales) de Orange County.

Ni la clase baja ni la abundante clase media a las que me estoy refiriendo son un fenómeno puramente estadounidense. Los seguidores de Le Pen en Francia provienen de la misma clase social y tienen los mismos prejuicios que los miembros del Klan de Carolina del Norte. También similares en clase social y concepto son los nacionalistas rusos que en la actualidad se están aprovechando de la glasnost para predicar el gran chauvinismo ruso. Y las grandes empresas comerciales de todos los países europeos cuentan con gran número de ejecutivos cuyos gustos y puntos de vista políticos pueden compararse en su totalidad con los de los orgullosos habitantes de Orange County.

Lo especial del fenómeno en Estados Unidos es que estas clases marcan el tono cultural de la vida norteamericana. Ningún candidato encuentra que exista ventaja alguna en identificarse con la gran poesía, con la filosofía oriental, con las modas parisienses o con la virtud proletaria. Tengo curiosidad por ver si Dukakis o sus seguidores harán algún énfasis sobre el hecho de que su suegro es un buen director de orquesta sinfónica. Con suerte, esto no se añadirá a la imagen de inválido que Reagan tiene de él, o por citar a Nixon, la de ultraliberal. Pero, en cualquier caso, mucho más importante para su imagen en la campaña será que es hijo de un inmigrante griego que se hizo médico.

Por lo que a George Bush se refiere, seguramente hará todo lo posible por jugar la carta de que fue educado en Yale y perteneció a los clubes de estudiantes más exclusivos. Probablemente no abrazará en público al agente anticastrista cubano de la CIA que hizo estallar en pleno vuelo a un avión cubano hace unos años. Hará lo posible para aparecer como un ranchero tejano y petrolero, al estilo John Wayne, defensor de un patriotismo vigoroso y del derecho de cada buen ciudadano a llevar armas de fuego. Si se le ve bebiendo algo, será cerveza o coca-cola, y si está comiendo, se tratará de una hamburguesa, un filete a la brasa, acaso un taco si aspira a ganar los votos hispánicos.

Volviendo al presidente Reagan: a pesar de ser el presidente más incompetente desde Warren Harding (1921-1923) ha sido y continúa siendo enormemente popular. Propuestas para los derechos civiles, reforma social y movimientos ecológicos, ayuda mínima económica y médica para los millones que no son triunfadores, planificación familiar, medidas efectivas para reducir los déficits sin precedentes, ninguno de estos intereses han podido florecer debido a que él es, en efecto, el gran comunicador que habla para la completa, económicamente variada, pero culturalmente homogénea clase media blanca conservadora desde Greensboro hasta Orange County. Y, en contraste con la mayor parte de los países europeos, asiáticos y latinoamericanos, esa cultura de la clase media, con todas sus virtudes y prejuicios, realmente domina la vida pública norteamericana.

Traducción: Carmen Viamonte.

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