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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las otras guerras

HAY GUERRAS populares y guerras olvidadas. Mientras se buscan paces convenientes para todos en algunos lugares del mundo, otras situaciones se dejan pudrir, aunque a veces salten a la actualidad durante unos días por algo excepcional, por ejemplo los 25.000 muertos y los 20.000 huidos en Burundi.No se puede dejar de pensar que éste y algunos otros de los aproximadamente 400 conflictos armados del mundo son consecuencia de la civilización que pretendió llevar consigo Occidente en su etapa colonial, de la forma en que se realizaron las descolonizaciones para mantener fuertes intereses de las antiguas metrópolis y de sus influjos y sus conveniencias actuales. Se han roto etnias por fronteras artificiales, o se han agrupado otras, rivales, en un solo país; se han preparado minorías selectas en misiones y escuelas militares, se han aupado dictaduras con las que se negocia. En el caso de Burundi, Bélgica, nación colonizadora, ayudó a la minoría de los tutsis -los hombres altos, de origen etíope; 15% de la población- para que gobernasen, mandasen y dominasen a los hutus -hombres bajos, de origen bantú; 85%-; la actual influencia francesa -que desplazó a los belgas- apoya a ese mismo Gobierno y le envía los carros de combate, los aviones, los helicópteros desde los cuales se ametralla a los hutus que huyen. La primera etapa de esta matanza sucedió hace 16 años: unos 100.000 hutus muertos. Constituye, por tanto, casi una costumbre.

El régimen de Burundi ha querido mostrar un rostro occidentalizado, y así, los tutsis que gobiernan ahora mandados por el comandante Buyoya han revisado métodos del dictador anterior, Bagaza, y toleran e incluso favorecen la presencia de la Iglesia católica, acaso para evitar que ayude a los hutus. En esa política de convivencia con quienes podrían ser más críticos con su gestión, los tutsis no han eliminado el dominio violento que ejerce una minoría sobre otra racialmente muy distinta. Ese dominio se ha puesto en evidencia de modo dramático, pero Occidente se enfrenta a sus resultados como si fueran la consecuencia de una más entre las ancestrales costumbres africanas.

Las costumbres africanas, aparte de por la doble herencia colonización-descolonización y por la implantación de poderes dirigidos desde fuera, se establecen, sobre todo, por el hambre y la miseria. La deuda externa de África representa un 350% de sus exportaciones anuales totales, el producto nacional bruto es inferior a 550 dólares por habitante; pero en Burundi es de 235, agravado por el reparto desigual entre los dominantes y los dominados, y el país está en el número 13 de la lista de los más pobres del mundo.

La guerra civil está prácticamente excluida, porque el Ejército es tutsi y bien armado, y su extensión a los territorios vecinos -donde se producen otras situaciones de desigualdad parecidas-, también. Su producción de café y marfil (semiclandestino) está asegurada por las vías de Francia a Occidente. No hay, por tanto, ninguna razón para pensar que este pequeño país de cinco millones de habitantes apretados en 28.000 kilómetros cuadrados va a afectar a nada ni a nadie, y los hutus pueden ser diezmados sin demasiada conmoción en un mundo donde nada debe amargar el entusiasmo pacifista y las negociaciones que va llevando adelante la ONU, previamente conseguidas por los acuerdos entre la Unión Soviética y Estados Unidos, y que pueden afectar a nuestro petróleo, a la exportación del terrorismo y a la calma en el Mediterráneo. Las otras guerras no son populares. Los racismos o los genocidios no son iguales para todos.

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