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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Matar y matizar

SEIS MESES se cumplen hoy del secuestro de Revilla. El domingo, ETA volvió a matar, tras intentarlo sin éxito dos días antes. Ésos son los hechos. ETA mata y extorsiona mafiosarnente siempre que puede. Por lo demás, ella misma lo reconoce cada vez que explica con palabras el sentido que atribuye a sus acciones. Tal vez haya llegado él momento de tomar a ETA en serio, de creer en la sinceridad de lo que dice. Y lo que esa organización dice cada vez que tiene ocasión es que piensa seguir matando hasta que todos los demás -instituciones, partidos, ciudadanos- se plieguen a sus exigencias. Es decir, indefinidamente, o por lo menos durante tanto tiempo como perdure el régimen democrático.En realidad, son otros quienes tratan de ver tras los hechos y las palabras de ETA algo más de lo que aparentemente expresan. Pero no puede decirse que ETA engañe en este aspecto preciso; ni siquiera cuando ha adelantado la oferta de una tregua temporal ha dicho que renuncie a la utilización futura de las armas una vez que la negociación "resuelva la relación de fuerzas creada por la lucha", produciendo el deseado "cambio del marco jurídico-político". Y en cuanto a esa negociación, en ella "cabe discutir los aspectos formales y modalidades de aplicación de la alternativa KAS", pero en ningún caso está ETA "dispuesta a regatear sus contenidos, por su propio carácter de mínimos".

Eso nada tiene que ver con la voluntad negociadora, cualquiera que sea el contenido que, en términos racionales, se dé a tal expresión. Por ello, darla por supuesta está contribuyendo a crear una atmósfera de confusión que sólo puede favorecer a quienes se mueven en ella como pez en el agua. Cuando los intérpretes de ETA afirman que "el Gobierno y el PSOE son, por su intransigencia, los responsables del secuestro de Revffla" (o de que siga habiendo atentados) navegan deliberadamente en esa atmósfera. Porque los intransigentes que se oponen a lo que ETA considera una verdadera negociación política -es decir, aquella en que se reconozca a los terroristas la condición de representantes legítimos de todo el pueblo vascoson las fuerzas representativas de ocho de cada 10 vascos, y no sólo el Gobierno y su partido. Por lo demás, la lógica del argumento llevaría a absurdas conclusiones, como la de considerar que, puesto que ETA no aceptó las condiciones de los GAL para no matar, ella sería la responsable de los crímenes de éstos.

Seguramente, las declaraciones algo más matizadas de determinados portavoces de HB son indicativas de algo, por más que tales portavoces se muestren incapaces de expresarlo con claridad. Su discurso gira en tomo a la afirmación de que para resolver el problema vasco hay que ir a sus raíces, a sus causas profundas, políticas, sociales, históricas. No se puede dejar de estar de acuerdo, a condición de que no se pretenda deducir de ello que existe alguna causa, cualquier causa, que justifique los secuestros y asesinatos. Pero ésa es precisamente la frontera que separa a la mayoría de los vascos de la minoría que ampara o disculpa a ETA.

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Lo que ETA entiende por negociación política es aquella que se realizase al margen y en contra de los principios democráticos proclamados en el documento suscrito en enero por los partidos vascos. A saber, que cualquier intento de negociación habría de respetar, "en todo caso, el principio irrenunciable de que las cuestiones políticas deben resolverse únicamente a través de los representantes legítimos de la voluntad popular". Aceptar esa negociación pretendida por ETA sería tanto como legitimar el recurso a la fuerza, que se habría revelado más eficaz que los votos o la reivindicación pacífica, y apostar, por tanto, por la continuidad indefinida de los atentados y secuestros, una vez demostrado que la mayoría está dispuesta a ceder a los requerimientos de la minoría si ésta se muestra suficientemente audaz.

Es cierto que HB está llamada a jugar un papel decisivo en cualquier intento de acabar pacífica y negociadamente con la violencia y sus consecuencias, incluida la existencia de cientos de presos y exiliados. Pero para ello es imprescindible que elija campo en, al menos, ese aspecto preciso. Porque mientras sus matizaciones no sean contradictorias con la aceptación de la muerte como instrumento de acción política, seguirá al otro lado de esa frontera que separa la democracia de la imposición.

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