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La ciudad del pecado

Francisco G. Basterra

Los republicanos, el partido del puritanismo y de la moralina conservadora, se han metido en la boca del lobo al traer la convención a Nueva Orleans. La capital del Misisipí es un paraíso del hedonismo, una ciudad que tolera el vicio como ninguna en EE UU, en la que el único dictado es vive y deja vivir. Extraña elección para un partido que enarbola la bandera anti-aborto y algunos de cuyos miembros defienden que el SIDA es un castigo divino contra los homosexuales.A sólo un par de kilómetros del Superdome, escenario de la convención con 88.000 asientos que sólo el papa Juan Pablo II y los Rolling Stones han sido capaces de llenar, los pudibundos delegados republicanos pueden sumergirse en Bourbon Street (un recuerdo de nuestros antiguos Borbones), la calle más depravada de América. Y algunos lo hacen, aunque otros, como los fundamentalistas del telepredicador y fallido aspirante presidencial Pat Robertson, han obligado a su hotel a suprimir las películas porno que ofrecía en la televisión por cable en la privacidad de la habitación.

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En Bourbon, por sólo 3 dólares (360 pesetas) la copa, se puede asistir a una orgía en vivo, strip tease de ambos sexos, solos o mezclados, y espectáculos de travestidos. Por menos dinero aún, en la ciudad paraíso gay, se puede tomar una cerveza en uno de los bares de homosexuales, con terraza de filigrana de hierro forjado, que abundan en el viejo Barrio Francés.

Pero Nueva Orleans es una ciudad pobre y deprimida, que ha pagado negativamente la política de recorte de gastos sociales del reaganismo. Doble índice de paro que la media norteamericana, quiebras bancarias y la industria petrolífera hundida. Un pésimo ejemplo para vender la consigna republicana de prosperidad y crecimiento económico para todos.

Y la guinda, la absoluta negritud o mestizaje creol de la población de Nueva Orleans, controlada políticamente por la raza de color. Vicio, depresión y minorías raciales. Demasiado para el Grand Old Party, que se encuentra más a gusto en los country clubs o en los despachos de Wall Street.

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