Ruidos de Madrid
Las seis columnas que dedica EL PAÍS del día 4 de agosto a los niveles de ruido que padecen los pobladores de Madrid son oportunas y correctas, pero, desgraciadamente, no atacan el corazón del problema. Como muy bien señalan los responsables municipales, existe una Ordenanza Municipal!, sobre Protección del Medio Ambiente contra la emisión de ruidos y vibraciones, que data del 30 de abril de 1969. Lo que pasa es que nunca ha habido la más; mínima voluntad de exigir su cumplimiento.La ordenanza en cuestión, en su título II, artículo 6º, prohibe los ruidos en ambiente exterior que, con excepción de los procedentes del tráfico, superen los 55 decibelios, escala A, entre las ocho de la mañana y las diez de la noche, y los 45 decibelios entre las diez de la noche y las ocho de la mañana, todo ello en zonas de viviendas y oficinas. Cualquier sufrido vecino y la propia Policía Municipal, cuando se digna hacer mediciones, puede atestiguar que una gran mayoría de los establecimientos madrileños con música al aire libre exceden sobradamente estos límites. No pasemos a hablar de los vehículos que, comenzando por los municipales, raramente cumplen el título IV, artículos 14 a 19, de la citada ordenanza.
Sin embargo, lo último en cuanto al hostigamiento:) al ciudadano tiene como protagonista a la Comunidad de Madrid y a la Junta Municipal de Chamberí. La primera por haber decidido que las instalaciones del Canal de Isabel II, entre las calles de Bravo Murillo, Cea Bermúdez avenida de Filipinas y Boix y Morer, eran un estupendo lugar para dar espectáculos musicales al aire libre, y la segunda por autorizarlo, sin tener en cuenta las molestias causadas a los vecinos.
La tortura comenzó la noche de San Juan, y desde entonces todos los días, a horas oscilantes entre las diez de la noche y la dos de la madrugada, se atenta contra el descanso en las viviendas cercanas, hasta tal punto que, con la ventana abierta por el calor, la música del Canal impide escuchar la radio o incluso la conversación en tono normal dentro de las casas circundantes.
Cartas, llamadas , denuncias, todas las gestiones han sido hasta ahora inútiles. Las llamadas a la Policía Municipal obtienen respuestas del estilo de: "No, si ya hemos ido mil veces y cursado la denuncia, pero como tienen autorización de la jefa..." (léase Pilar García Sacristán, presidenta de la Junta Municipal de Chamberí). O bien otras como: "Ahora mismo avisamos al coche patrulla, a ver si quieren bajar los altavoces un poquito. No, si sabemos que hay una ordenanza de ruido, pero eso es cosa de los jefes".
Entre tanto, las llamadas a la Junta Municipal son amablemente atendidas, tomando nota y haciendo oídos sordos, que es lo que se debe hacer ante estas insólitas pretensiones por parte de unos súbditos que tienen la osadía de pretenderse ciudadanos y pedir el cumplimiento de las normas a los propios organismos que las promulgan y, en teoría, velan por su observancia.
Eso sí, nuestras normas son comparables a las de los principales países europeos y dispondremos de un mapa acústico de Madrid en donde podrá examinarse detalladamente que tales normas ni se cumplen ni, según parece, se intenta hacerlas cumplir-
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