Tour
El primer ciudadano de este país que rompió el aislamiento internacional en los tiempos del franquismo fue un ciclista: Bernardo Ruiz.Claro que también hay que contar con el gol de Zarra, pero fue marcado con la clara ayuda de Matías Prats, y en cambio las gestas de Bernardo Ruiz en el Tour de Francia se consiguieron a cuerpo limpio, sobre una bicicleta autárquica de granito escurialense y con la musculatura alimentada con cupones de la Cartilla de Racionamiento. Aunque era valenciano, Bernardo Ruiz encarnaba el sentimiento trágico del ciclismo español, y en cambio Miguel Poblet era el representante del pragmatismo catalán. Lo de Bernardo era escalar montañas, pasar sed e ir ascendiendo posiciones hasta quedar tercero en su mejor Tour. En cambio, Poblet llegaba con los pelotones y conservaba el último aliento para ganar al sprint.
Luego aparecieron ciclistas españoles más determinantes, como el gran Bahamontes o aquel Pérez Francés, que estuvo a punto de ser un superclase. Ocaña. Ahora Perico Delgado. Pero si cada año sigo el Tour como si me fuera en ello la vida, me pille julio en Córcega, Chile o Estocolmo, es por la primera y ya muy antigua solidaridad con Bernardo Ruiz. Aquel hombre tenía cara de español de posguerra, cara de poco producto nacional bruto, cara de escasa renta per cápita. Pedaleaba con la misma tenacidad con la que sus compatriotas albañiles construían o reconstruían ciudades, ladrillo a ladrillo.
Me lo imagino en una pausa del ascenso al Tourmalet, con la fiambrera abierta sobre el manillar, comiéndose media tortilla de patatas.
La otra mitad para la cena, después de una friega de linimento Sloan, en calzoncillos largos sacralizados por una medalla de aluminio de la Virgen Milagrosa cosida con hilo de hilvanar.
De haberle aplicado el control antidoping, a Bernardo Ruiz le habrían encontrado una sobredosis de posguerra y de terrones de azúcar empapados de agua del Carmen.
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