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Jackson, el arma para hacer a Dukakis presidente

Francisco G. Basterra

F. G. BASTERRA ENVIADO ESPECIAMichael Dukakis fue designado anoche (madrugada de hoy en España) en Atlanta candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos. Pero será la pasión despertada por su principal rival, Jesse Jackson, al poner en pie al Estados Unidos de los desheredados, los excluidos del reino mágico de Ronald Reagan, la que podrá hacer posible en noviembre la llegada a la Casa Blanca del cerebral y pragmático Dukakis. El gobernador de Massachusetts tiene los delegados, el aparato del partido y el dinero. Pero el alma de los demócratas, la esperanza y el idealismo pertenecen a Jackson,

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Sin la movilización que Jesse Jackson ha prometido realizar -ya ha registrado más nuevos votantes que ningún otro político en la historia de EE UU- los demócratas no podrán reconquistar la presidencia.El reverendo baptista casi alcanzó en la madrugada del miércoles "la cima de la montaña" de que hablaba el asesinado líder de los derechos civiles Martin Luther King. En un electrizante discurso de 50 minutos, interrumpido 55 veces por aplausos, Jesse cimentó en Atlanta (Georgia) la unidad de un partido más conocido por sus querellas fratricidas. "Sólo ganamos cuando estamos unidos, como en 1960 y en 1964 con Kennedy y Johnson", afirmó el reverendo. Jackson pidió a los norteamericanos que nunca se rindan y mantengan viva la esperanza. "Levantar las cabezas, sacar el pecho a veces puede ser duro, pero no rendiros". Muchos de los 5.000 delegados le escuchaban extasiados con lágrimas en los ojos y con tanques de palomitas de maíz y refrescos en las manos. Fue más que un discurso. Fue un baño de gloria, merecido, que su gran ego estaba esperando hace tiempo. Y marcó la apoteosis, pero no el final, de la histórica gesta política de este líder negro que ha conseguido siete millones de votos (tres de ellos de votantes blancos), ha obtenido el respeto nacional y ha hecho concebible pensar en un presidente o un vicepresidente negro en los próximos 20 años.El idealismo perdido

Un mar encrespado de pancartas rojas con la leyenda "Jesse" convirtió al polideportivo Omni de Atlanta en una copia del palacio de Congresos del Kremlin. Pero sin bustos de Lenin. Era la América de Reagan puesta al revés, el entronque con la memoria perdida del idealismo de los años 60, el recuerdo aún vivo de John F. Kennedy y Martin Luther King. "Continúa soñando joven América. Enfréntate con la realidad pero no te conformes con las cosas como son. Sueña con las cosas como debieran ser", declamó Jesse Jackson en su crescendo final.

El político negro, por fin, rindió el tributo esperado a su rival Dukakis y ambos aparecieron de madrugada en el podio de la convención con las manos cogidas en anuncio de la victoria posible. Pero, anoche, "como testamento de la lucha de los derechos civiles", Jackson presentó su nombre a la designación como presidente. Una última batalla simbólica.

"He visto funcionar a su mente rápida y buena, con nervios de acero, sin dejarse llevar por la demagogia. He visto de cerca su dureza y su tenacidad. Esta noche saludo al gobernador Dukakis", dijo.

Jackson, que fue presentado por sus cinco hijos, compañeros de aula de los hijos de George Bush, dijo emocionado que él sabe lo que es ser hijo ilegítimo y no haber estado un solo día en la casa del padre. "Soy el hijo de una madre adolescente que a su vez lo era de otra madre adolescente. No nací con una cuchara de plata en la boca. Jesse Jackson es mi tercer nombre. Soy adoptado".

Jackson explicó a el país, que sigue en directo esta miniserie de Dallas político, que se encuentra en el "mismo barco" que el candidato, aunque los Dukakis llegaron a EE UU en un barco de inmigrantes y sus antepasados en una nave de esclavos y Duke es hijo de un doctor y una profesora, y él de un limpiador y una sirvienta.

Jesse Jackson, que es un predicador profesional, educado en decenas de púlpitos de iglesias baptistas, un demagogo, un político, un hombre con un agudo sentido del teatro, es sin embargo la personalidad más magnética de Estados Unidos de los años ochenta. Con sólo 46 años puede estar en la política de este país todo un cuarto de siglo.

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