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'Donuts'

Rosa Montero

Llevo una semana oyendo todo tipo de profundos y ponderados comentarios sobre el cambio de Gobierno. Que si ganó Fulano, que si perdió Mengano, que si la lectura oblicua de los hechos demuestra que Zutano está hecho cisco. Libre Dios a esta servidora, que desconoce los secretos de la macropolítica tribal, de intentar añadir palabra alguna en campo analítico tan hondo. Ahora bien, intuyo cierto aspecto colorista de la crisis que no he visto reflejado en ningún sitio.Imaginen ustedes las larguísimas semanas en las que se cocieron los relevos. Ahí estaban todos, los titulares aferrados a su titularidad y sonriendo mucho, los aspirantes sonriendo todavía más y haciendo méritos. En cuántos corazoncitos habrá aleteado el sueño de la gloria ministerial. Qué fuego cruzado de teléfonos no se habrá desatado, con ladinas llamadas a los enemigos y laboriosas negociaciones entre aliados. Amén de los mil almuerzos secretos de las diversas facciones en combate, para pergeñar tal o cual estrategia vencedora mientras chupaban raspas de dorada.

Es de comprender que, cuando se desata semejante batalla en el corral, resulta muy costoso contentar a todos los gallos litigantes. Cada cual acudiría a las alturas con su lista de servicios prestados y a la espera de la correspondiente recompensa. Cuán dificil es, en un cambio de ministros, aunar el provecho de la patria con el pago de las deudas. Por eso no me extraña que Felipe se las viera y se las deseara para distribuir los gajos del poder. Pero hete aquí que, una vez producido el trabajoso parto, adjudicadas ya todas las plazas, advirtieron súbitamente que se habían dejado una vez más a las chicas fuera. "¡Ondiá, los donuts!', exclamaron quizá, palmeándose sus serenas frentes de estadistas. Así es que se inventaron con celeridad sin par dos carterillas. No estoy hablando de Matilde y de Rosa, que llevan toda su vida peleando. Hablo del cinismo de estos chicos. Y de cómo se niegan a admitir a la mujer como alternativa real, como competidora auténtica.

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