Un sedicioso que no oyó el tambor

Abdelkáder Mohamed está procesado por un viejo delito, el de sedición, que el Código Penal define con un lenguaje tan peculiar que se hace dificil comprender su relación con los hechos ocurridos en Melilla el 30 de enero de 1987: ya nadie toca el tambor para disolver a los manifestantes.En aquella noche, grupos de árabes recorrieron las calles en protesta por la expulsión de algunos musulmanes. Volcaron coches y formaron barricadas. Pero, curiosamente, la única víctima mortal fue un musulmán, tras, una reyerta callejera.
El juez José María Treviño, de 66 años, hizo un relato de los hechos muy similar al que se puede leer en los periódicos sobre los incidentes de Euskalduna o las manifestaciones estudiantiles. Y calificó lo ocurrido como una sedición, ni más ni menos: un delito que tuvo pena de muerte y que ahora puede llegar a 30 años de cárcel.
Esta aparente sucesión de despropósitos dio lugar a que, paradójicamente, el abogado de los musulmanes, Darío Fernández, utilizase el propio relato del juez para fundamentar su recurso. El letrado enumeraba los requisitos de la sedición que no se cumplieron en los hechos y citaba el artículo 225 del Código Penal. Este precepto señala que, para que se produzca sedición, la autoridad debe conminar a los sublevados a deponer su actitud. "Las intimaciones", precisa el código, "se harán mandando ondear al frente de los sublevados la bandera nacional, si fuere de día, y si fuere de noche, requiriendo la retirada a toque de tambor, clarín u otro instrumento a propósito".
Abdelkáder Mohamed, español de nacionalidad, que habla castellano, árabe y cherja (el dialecto del norte de Marruecos), pasó un mes en la cárcel aunque no escuchó tambor alguno. Tuvo ocasión, eso sí, de aprender algo más de derecho (en la Universidad a Distancia estudió hasta tercero). Pero tan vetustos preceptos no le servirán de mucho en el moderno negocio de ropa que lleva en Melilla.
Antes estaba empleado en la tienda y ahora es el dueño. Con el dinero del despido (el negocio iba a cerrar), con un crédito y con unos ahorrillos se hizo con el local y ahora intenta vestir con elegancia a los melillenses.
No le debe de ir mal, porque Abdelkáder tiene aspecto feliz. También dicen esto quienes se reúnen en su casa para oír los cantares cherjas de la voz y la guitarra de su esposa, Karima. Él a veces canturrea. Y en esas veladas tampoco nadie escucha el tambor.
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