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Políticos y ciudadanos

Es fama que Franco presumía de apolítico y aún se cuenta que siendo ya jefe del Estado, caudillo, generalísimo de los Ejércitos y padre de la patria toda, cuando alguien le pidió consejo le dijo: "Haga como yo, no se meta en política". Porque Franco no hacía política, en su opinión; Franco gobernaba. De esa convicción y tanto, del entorno de las nostalgias autoritarias como de los mínimos fascismos sin tapujos, que en España sólo en algunos momentos compartieron el poder totalitario, surgen las campañas contra los políticos, oponiéndolos a los ciudadanos, y la desconfianza. hacia la política- Estamos en un momento señalado de la campaña de desprecio a los políticos, de popularizar otra vez la dicotomía entre políticos y ciudadanos, y de escuchar, por ejemplo en unas jornadas sobre movimientos ciudadanos, esa diferencia incluso en ámbitos municipales, que son mucho más próximos: "Vosotros, los políticos", referido a los concejales, "y nosotros, los vecinos". Vecinos miembros de algunas asociaciones cuyo fin es influir mediante actitudes políticas en la Administración municipal. Porque incluso una asociación de vecinos que ejerza la vigilancia del alcantarillado de su ciudad lleva a cabo una función política si no se limita a hacer un catálogo de deficiencias.Es curioso que los movimientos y las campañas de prensa que responden a esa disyuntiva y enfrentamiento alcanzan en este momento a los políticos que gobiernan por delegación de los partidos más votados. Los nostálgicos de un Franco que no se metía en política no respondía ante elector alguno, no jugaba con más tiempo que el de su propia vida, ponía su futuro en manos de Dios y de la historia, que en estas tareas son interlocutores benevolentes y moldeables por -sus intérpretes en la tierra- siempre aseguran que Franco gebernaba pero no hacía política. Incluso en su origen etimológico, políticos y ciudadanos se encuentran próximos y tieneri su referencia en la pertenencia y atención a la ciudad, mieritras que gobernante procede del mismo origen que cibernética, que tiene que ver con la dirección de las naves y la conducción de los hombres. Quizá por eso tanto Franco como Mao gustaban de hacerse llamar timonel y el gran timonel, con pleno sentido clásico de su función. No es lo mismo explicar e intentar convencer que sólo regir, sobre todo cuando se trata del regidor apropiado, no de un elegido, sino del elegido.

Algunos gobernantes democráticos han caído también en la trampa y colaborado más de lo debido en esa división entre políticos y ciudadanos; al menos han tolerado esa definición de su gestión como grupo cerrado bajo un nombre tan propenso a ambigüedades como el de clase política. En un momento en que se exige la redefinición del concepto de clase social, llamar clase política a algo que ni desde sus características económicas ni desde su función social tiene unas líneas definitorias comunes según el concepto clásico que se pretende evocar, también ha contribuido a separar al político del ciudadano. Si los políticos forman una clase según el lenguaje al uso y -esa evocación se pretende- se podría volver a enarbolar la bandera de una lucha de clases llevada a cabo entre votantes y votados. Ni por su papel de posible sujeto histórico ni por su función en lo que de forma paródica llamaría "el proceso de producción" admistradora o legislativa, los políticos de partidos mayoritarios tienen que ver con los de los partidos minoritarios, que en esa representación jugarían a ser el proletariado parlamentario, pues cuentan únicamente con la prole de sus votos para la producción de bienes políticos. Es como la llamada clase médica, en la que tanto lo relativo a ingresos como a su situación en el "proceso de producción sanitaria" ocupan puestos bien diferentes los notables y los licenciados en paro; además de oponerse, según esa teoría, a lo que habría que llamar la clase enferma.

La clase política -opuesta a su vez a la clase obrera según los radicales de izquierda, que también se suman al descrédito de los políticos- atraviesa un mal momento. Los políticos son desencadenantes y víctimas del tercer desencanto consecutivo por el que muchos ciudadanos han cruzado en los últimos 12 años, desde el comienzo de la transición: el desencanto político de ver cómo se hacía el paso de la dictadura a la democracia sin tocar importantes aspectos del aparato del Estado, por ejemplo la policía, cuyo poder se refuerza en el origen de la dictadura, y los últimos reflejos se aprecian en los procesos a la llamada mafia policial y los GAL, que muestran el mantenimiento de la autonomía de los aparatos policiales; el desencanto social, al ver, o creer muchos ciudadanos, que el socialismo gobernante desde 1982 no ha resuelto muchas necesidades siempre pospuestas, y retrocediendo según esa opinión ante el creciente poder de los poderosos; y el desencanto ético propiciado por el llamado tráfico de influencias, el apego al brillo social de algunos políticos deslumbrados por su nueva situación y el regreso a prácticas dudosamente democráticas. Desencantos bien aprovechados para insistir en la separación de intereses entre políticos y ciudadanos como dos ámbitos inencontrables e irreconocibles que apuntan finalmente contra la democracia.

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Pese a lo que aseguran quienes quieren ver en la calle lo antes posible al antiguo guardia civil Antonio Tejero, la democracia española no es tan sólida como proclamamos todos y a menudo, utilizando el viejo método de cantar en voz alta para ahuyentar el miedo. No hace falta creer en el vendaval antidemocrático para advertir los riesgos de la disociación entre ciudadanos y políticos. Existen sectores, de difícil medida pero de presencia real, que expresan un cansancio democrático inducido, fomentado, que de enfrentar a la socialdemocracia templada gobernante intenta hacerse extensivo al sistema mismo.

Se habla de que hay un hartazgo de política, pero, como me decía un lector atento de periódicos, las páginas de política son cada vez más identificables con las de sucesos, y al contrario -dos ejemplos: proceso por la desaparición de el Nani o vía de la política al suceso y proceso de la colza o vía del suceso a la política-, de la misma manera que las páginas de economía se parecen cada día más a las de ecos. de sociedad. Quizá de lo que se esté harto sea de la utilización política de lo que muchas veces sólo es mera delincuencia, o de la politiquería, como sucede en Euskadi con el entorno civil del gansterismo armado, pero eso no puede impedir, sino todo lo contrario, la necesidad de comunicación entre políticos y ciudanos, que se supone reversible. Una comunicación que, si tuviera que ejemplificarse de alguna manera en la vida cotidiana, sería asegurando que lo que hay que hacer es justamente lo contrario de lo que se hace en las campañas electorales.

Porque de la separación entre políticos y ciudadanos se da rápidamente el paso hacia la distinción entre los políticos, los malos, y los ciudadanos, los buenos. Y de ahí a reclamar otro gobernante que no sea político, sino un gran timonel por ejemplo, para regresar a las fuentes y las etimologías, puede haber también pocos pasos.

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