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LAS VENTAS

La penúltima lección

Al maestro le salió su toro y dictó la penúltima lección. El maestro el, Antoñete. La tauromaquia está viviendo la época de los maestros ciruela, aquí todo el mundo es maestro, la mitad de todo el mundo maestro y artista excelso a la vez, y hay a quien le dicen maestro de maestros, simplemente porque cierta tarde de soI y moscas y otra de nubes y mosquitos acertó a ligar los pases. Se trata, naturalmente, de maestros ciruela, pero con tanto maestro y tanto artista excelso como dicen hay, maestría y arte son conceptos devaluados; dices maestro y se sobreentiende un pegapases, dices artista y se sobreentiende un posturitas.Antoñete no es maestro ciruela: sabe; lo que pasa es que no se explica. A Antoñete le salieron en la feria de san Isidro toros para explicarse y nada, como si estuviera afónico. No eran su toro, es obvio. Tampoco lo era el primero que le salió ayer, quizá porque siendo noble le embestía fuerte, y ese es problema insoluble para quien doblado con creces el cabo de las tormentas, que es la cincuentena, se viste de luces. Ahora bien, en cuanto su toro puso la pezuña en el redondel, recuperó la dicción y pronunció un hermoso discurso, tan rico en ciencia, esencia, matices y figuras retóricas, que Castelar, a su lado, era tartamudo.

Torrestrella / Antoñete, Romero, Manili

Toros de Torrestrella, con trapío, cornalones astifinos, encastados; 4º muy noble, 6º peligroso. Antoñete: pinchazo, estocada corta delantera atravesada y cuatro descabellos (bronca); estocada muy trasera y dos descabellos (oreja). Curro Romero: media atravesada, tres pinchazos, rueda de peones y estocada corta delantera caída (bronca); estocada corta delantera baja (división). Manili: estocada contraria a un tiempo (oreja); tres pinchazos (ovación y saludos); sufrió un puntazo en un muslo, de pronóstico reservado.Plaza de Las Ventas, 3 de julio.

Empezó Antoñete con las verónicas, para lo cual fijó previamente al toro corretón y suelto mediante la técnica pura de echar el capote abajo arqueando la pierna. Cuando Antoñete arquea la pierna empieza a surgir el toreo en su más estricta autenticidad, según pudo comprobarse en las torerísima verónicas aquellas y en la exquisitez de la media, con el toro rendido al vuelo circular sobre el eje de la suerte cargada y olé.

El augurio de lo que habría de venir estuvo de nuevo en la pierna arqueada, para los ayudados por bajo, que sometieron al encastado toro y salió de ellos encelado para siempre jamás. De ahí en adelante Antoñete instrumentó tandas de naturales y de redondos, abrochados con los de pecho, los trincherazos o los cambios de mano, mejorando progresivamente la calidad de las suertes, pero, sobre todo, construyendo la faena. Ahí estuvo el maestro. No se trataba de dar naturales porque el toro era noble por el pitón izquierdo, o derechazos, porque lo era por el otro lado, y los de pecho para marcar una pausa y que la gente aplauda; se trataba de encadenar las suertes en un todo armónico cuya síntesis es el dominio absoluto sobre el toro, fundamento máximo del arte de torear.

Al doblar el toro, Antoñete hacía señas a los espectadores de las localidades bajas, y algunos las interpretaron como que ese era el último toro de su vida profesional. Otros prefirieron entender que: invitaba a unas copas. Mientras Antoñete pueda dictar lecciones magistrales y arquear la pierna sin herniarse, su sitio está en los ruedos.

Curro Romero vio la calidad del cuarto toro, salió a los medios a hacerle un quite por verónicas y de paso le dio una pista al maestro. Un buen detalle que mereció mejor recompensa. Por ejemplo, que también le saliera su toro, pero artista y público se quedaron con las ganas. El segundo no era su toro, pues embestía con excesiva codicia, y lo macheteó. El quinto tampoco pues estaba aplomado, y a fe que Curro Romero se cruzó un montón de veces con él, profiándolo aunque asimismo es cierto que cuando, de tarde en tarde, el toro acudía al cite, pretendía embarcarlo con el pico de la muleta, y ese no es plan.

Pico mucho empleó ayer Manili y los aficionados, que le obligaron a saludar después del paseíllo, en recuerdo de recientes gestas, se lo advirtieron en el transcurso de su primera faena La cátedra es la cátedra. El pico era absolutamente innecesario, dada la nobleza del toro y la honradez del diestro, que toreaba con temple y ligazón, y aquel recurso feo debía ser secuela de su época de legionario, aún no olvidada. Y mejor si no la olvida, mientras le salgan toros como el sexto, que tenía peligro, y se rajó temerariamente con él hasta sufrir una tremenda voltereta.

Al final, Antoñete, que no se cortó la coleta ni nada, como había parecido indicar por señas. Sí, sería que invitaba a unas copas, según entendieron otros, para celebrar su penúltima lección magistral, que allí quedó, para enseñanza de los muchos maestros ciruela que hay por ahí.

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