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LA MUERTE DE UN 'CANTAOR' Y DE UN TONADILLERO

Dos estilos

La muerte ha querido unir a dos artistas de tan distinto signo corno el Pali y Pedrito Rico.Francisco Palacios Ortega, el Pali, tenía 60 años; Pedrito Rico, 56. Pertenecían a la misma generación, y sin embargo inspiraban sentimientos por completo diferentes. El Pali, no sé por qué, siempre nos pareció un hombre mayor, lejano de la juventud, ya en esa etapa de la vida de un cantaor en que se valoran la sabiduría, la solera, el conocimiento acumulado en muchos años de experiencia. Pedrito, por el contrario, se nos antojaba un joven en perenne trance de adolescencia, anclado en una inmarchitable expresión de madurez, quizá de inocencia.

El cante y la canción pierden dos importantes nombres de su historia última: El Pali, sevillano por todos los costados y -más aun- de un sevillanismo militante a ultranza, fue un buen cantaor de flamenco, capaz de interpretar todos los palos con solvencia. Lo que ocurre es que un día las sevillanas se pusieron de moda, él empezó a cantarlas y lo hizo con tal arte que ya casi nunca le permitieron cantar otra cosa.

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Cada año, en las vísperas prirnaverales, salía su disco de sevillanas, que quizá no se vendiera tanto como los de esos grupos rocieros en la cresta de la onda, pero que los buenos aficionados al flamenco seleccionábamos en prirner lugar porque sabíamos que en ese disco hallaríamos las mejores sevillanas de la temporada, las más puras, las más fieles al espíritu original de los corrales sevillanos.

El último disco fue ya de difícil elaboración para El Pali, aquejado de una pertinaz diabetes y otras dolencias que propiciaban su afán inmoderado por la comida y la bebida. No quiso, o no pudo, atemperar esas apetencias, que sin duda alguna precipitaron su fin. "El día que yo me muera / que no me llore Sevilla..." queda en la memoria ahora, impregnando el recuerdo de un cantaor singular.

De Pedrito Rico quedará la imagen de un cancionero que vivió momentos de esplendor hace dos o tres décadas. Fue un ídolo español creado a la medida de los públicos latinoamericanos, de quienes recibió la mayor gloria. Una gloria poco duradera, pues desapareció pronto de la escena, como desaparece ahora prematuramente de la vida.

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