Prohibiciones
El mundo todo parece coincidir en que la droga es una lacra social; en lo que no hay acuerdo, en cambio, es en el método idóneo para combatirla. A grandes rasgos, hay dos corrientes: la que pretende terminar con esta cuestión por la brava, aumentando la penalización, el castigo y la represión, como propone un lector (EL PAÍS, 30 de mayo), y la de la legalización, que pretende producir el crash del negocio y romper la cadena en el delicado punto de la incitación al consumo (editorial de EL PAÍS del 22 de mayo).Creo que sería importante puntualizar que detrás de cada una de estas posturas hay una filosofia. En la primera se parte de la base de que los seres humanos son incapaces de decidir por sí mismos y por tanto deben ser guiados constantemente a lo largo de toda su vida, indicándoseles lo que más les conviene a cada vuelta de la misma. Aquí entran toda suerte de prohibiciones: divorcio, aborto, eutanasia, inseminación artificial de la mujer sin pareja, masturba-
Pasa a la página siguiente
Viene de la página anterior
ción, pensamientos pecaminosos y un interminable etcétera. Algunos se pueden saltar a la torera por ser cuestión de la propia intimidad, pero otros, los que dependen de la sociedad, y por tanto del Estado, según como se legisle, pueden transformarse en verdadera coartación de las libertades individuales.
La segunda parte de la base de que el ser humano, dotado de inteligencia y raciocinio, es capaz de decidir en cada partidura del camino cuál es el que más le conviene tomar. De lo que se trata en ella es de contar con una serie de libertades para poder elegir cada uno lo que más le conviene en cada momento de la vida sin perjuicio del prójimo. Esto no sostiene ni acepta que el vecino se tenga que molestar por los abortos de los demás. Mis divorcios, mis abortos, mi eutanasia, así como mis masturbaciones, no tienen por qué herir la susceptibilidad de nadie, y para ello hacen falta dos cosas: la valoración del ser humano como individuo racional y una legislación adecuada con esa valoración.
Visto lo dicho, influenciados por una moral católica de siglos y con siglos de atraso, se comprende que tanta gente no entienda que la droga se pueda despenalizar y que los hombres puedan tomar libremente la decisión de consumirla, protegidos incluso por la sociedad, que les procurará una droga limpia, pura y bien dosificada, lo que la hará mucho menos peligrosa al drogadicto, porque es legítimo también que la sociedad quiera protegerse.
Y no se deben confundir los términos: la droga no se debe vender en estancos ni en farmacias, pues lo que se propone es libertad dentro de un orden. Pero esto es otra cuestión.- Carlos Sánchez Peña.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.