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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La 'cumbre' de Toronto

LA REUNIÓN que inician hoy en Toronto los dirigentes de los siete grandes países industrializados de Occidente tiene lugar en un momento de relativa euforia económica: el crecimiento es más fuerte de lo que se esperaba hace unos meses, tras el hundimiento de las cotizaciones en las bolsas; las tensiones inflacionistas siguen, de momento, controladas, y el déficit comercial norteamericano se ha reducido apreciablemente en los últimos meses. Como, por otra parte, es ésta la última cumbre en la que participa el actual presidente norteamericano, Ronald Reagan, nadie tiene interés en plantear a fondo los problemas que desde hace tiempo separan a los grandes países industrializados.Hace tan sólo unos meses se pensaba que la caída de las bolsas era el heraldo negro de una recesión mundial que, antes o después, debería producirse: la brusca reducción de la riqueza general debería provocar una contracción de la demanda que terminaría frenando el crecimiento económico. Sin embargo, las cosas no han sucedido así: la actividad económica ha crecido por doquier a un ritmo bastante más elevado del que se preveía, desmintiendo las previsiones de quienes pensaban que la historia, cuando no se repite, tartamudea. Incluso hay quien piensa que la reducción de la riqueza de las familias ha contribuido positivamente a la reordenación de la demanda interna en Estados Unidos, a moderar el fuerte ritmo de crecimiento del consumo en este país y liberar recursos para la exportación. El déficit de la balanza comercial norteamericana, recientemente dado a conocer, ha sido mejor de lo que se esperaba, al descender por primera vez en cuatro años por debajo de los 10.000 millones de dólares.

Este panorama relativamente favorable no debe hacer olvidar, sin embargo, la persistencia de serios desequilibrios en la economía mundial. El déficit exterior norteamericano sigue siendo muy importante, y su financiación requiere el concurso de los bancos centrales de los principales países industrializados; la deuda de los países en vías de desarrollo continúa siendo un obstáculo que impide un crecimiento estable de los mismos. En este terreno existen iniciativas interesantes: el presidente francés, François Mitterrand, acaba de anunciar la condonación de un tercio de la deuda que los países africanos más pobres mantienen con Francia. Se trata de un asunto del que sin duda se hablará en Toronto: los británicos son partidarios de subvencionar, en estos casos extremos, los tipos de interés, mientras que los norteamericanos son partidarios de alargar el plazo de la deuda. Pero se trata de casos límite que no se generalizarán al conjunto de los países en vías de desarrollo. Lo más probable es que se formule una declaración genérica que permita a cada participante escoger la fórmula que más convenga a sus intereses y a la estructura de su sistema financiero. Incluso con estos condicionantes, una declaración general de solidaridad reforzaría la credibilidad de los dirigentes occidentales en las zonas desheredadas del planeta.

En cuanto al dólar, eterno tema de preocupación en este tipo de reuniones, no es probable que se produzca declaración alguna, ya que de momento su cotización no registra grandes fluctuaciones. Es cierto que la relativa estabilidad de los mercados cambiarios se debe esencialmente a la intervención en los mismos de los bancos centrales de los principales países industrializados del mundo, que quieren evitar una apreciación excesiva de sus monedas. A pesar de la reciente mejora, el déficit de la balanza por cuenta corriente norteamericana permanecerá aún durante varios años, y su financiación seguirá siendo una fuente de inestabilidad en los mercados cambiarios; la aceleración del crecimiento en Europa y Japón es, sin lugar a dudas, la mejor manera de resolver el problema, pero tendrán que pasar aún varios meses antes de saber si el ritmo actual de la recuperación es suficiente para aliviar este problema. Mientras tanto, y a falta de una cooperación decidida para mantener y reforzar el crecimiento económico, lo más probable es que los países reunidos en Toronto proclamen su autosatisfacción por la relativa estabilidad de los mercados de cambios en los últimos meses.

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Es muy posible igualmente que se aproveche la ocasión para despedir al presidente norteamericano, Reagan, con alguna declaración de apoyo a las teorías que llevó a la Casa Blanca al inicio de su mandato hace ahora ocho años. Desde entonces, la confianza en los mecanismos de mercado ha progresado en todas las naciones del mundo, incluidas las de economía planificada. En el caso de Estados Unidos, la política económica seguida ha tenido un coste que será necesario pagar, pero es preciso reconocer que el crecimiento norteamericano ha sido más elevado que el de los demás países y que su déficit ha contribuido a sostener la actividad económica por doquier, y muy especialmente en los países endeudados del Tercer Mundo.

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