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Reagan, reacio a pedir al Congreso la ayuda militar solicitada por la 'contra'

Francisco G. Basterra

Los líderes de la contra han vuelto a acudir a Washington para solicitar ayuda militar norteamericana, pero sólo se han encontrado aquí con una condena formal de los sandinistas y una Administración muy poco dispuesta a afrontar una nueva derrota en el Congreso sobre el tema de Nicaragua.

El secretario de Estado, George Shultz, ha denunciado al Gobierno de Managua por renegar de sus promesas de democratizar el sistema pero no ha prometido un nuevo esfuerzo de Reagan para armar a sus luchadores por la libertad.La Administración, en los últimos meses de su mandato y en plena campaña electoral, se encuentra dividida y escaldada por el problema de Nicaragua. Sólo un grupo de ultraconservadores en el Departamento de Estado, encabezados por Elliot Abrams, principal responsable del fiasco Noriega, y en el Congreso, insisten en que EE UU debe rearmar a los rebeldes para que sobrevivan y mantengan la presión política sobre los sandinistas mejorando su posición negociadora.

Pero el consejero de Seguridad Nacional, Colin Powell, y el jefe del Gabinete presidencial, Howard Baker, que acaba de anunciar su dimisión, son contrarios a que Reagan se arriesgue a dar una batalla, probablemente perdida, en el Congreso. El presidente de la Cámara de Representantes, el demócrata Jim Wright, advirtió ayer a la Administración de que "no use el fracaso de las negociaciones de paz como un pretexto para solicitar la renovación de la ayuda militar".

Wright quiere hablar primero con el presidente costarricense, Oscar Arias, y con el secretario general de la OEA, Joao Baena Soares, para saber cuál es su interpretación de lo sucedido la semana pasada en Managua y cuáles deben ser los próximos pasos a dar. Muchos demócratas sospechan aquí que los hombres de Elliot Abrams, el secretario de Estado adjunto para Latinoamérica, dieron instrucciones de última hora a la delegación de la contra para que elevaran la apuesta con propuestas que sabían inaceptables por los sandinistas. Fuentes parlamentarias estaban seguras -se lo había confirmado Alfredo César- que esta vez era posible un acuerdo definitivo.

Los dirigentes contras, que no mueven un dedo sin consultar con sus verdaderos jefes en Washington, se entrevistaron aquí el martes con Shultz y Colin Powell y han vuelto a peregrinar al Congreso. Pero su causa se ve ya como perdida. Incluso en la propia Administración, ocupada con temas más importantes como la relación con Moscú, las repetidas visitas de los líderes contras, fuertemente divididos, a quienes desprecian como fuerza militar y política, provocan una sensación de hartazgo.

Daniel Ortega, al mantener abierta la tregua, no ofrece a Washington la justificación para reabrir la guerra. Reagan ha enviado a Centroamérica a su gran negociador nuclear de Ginebra con los soviéticos, Max Kampelman, teóricamente para informar a los países de la región de lo ocurrido en la cumbre de Moscú. Pero realmente para sondear, sobre todo con Oscar Arias, qué hacer a partir de ahora. Es significativo que Reagan haya elegido a este hábil diplomático, flexible, y muy alejado del fanatismo ideológico de los hombres que llevan la política centroamericana en el Departamento de Estado.

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