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Tribuna:EL MAPA POLÍTICO CATALÁN
Tribuna
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La derecha española y las elecciones catalanas

La derecha española, que está pagando todavía el precio de haber sido siempre incapaz de gobernar el país en un régimen de democracia, busca con ansiedad algún punto de referencia político que le dé esperanzas de salir de su agujero actual en un plazo razonable. En esa búsqueda cree haber hallado, por fin, una referencia sólida en la figura de Jordi Pujol, líder de Convergéncia Democrática y "martillo de socialistas", como lo definía recientemente en su portada la revista Época, y por eso no es de extrañar que el diario Abc interpretase los resultados de las recientes elecciones al Parlamento de Cataluña como una victoria de Jordi Pujol contra Felipe González.Cada cual es libre de dejarse llevar por sus entusiasmos o de dejarse engañar por sus urgencias. Jordi Pujol y su coalición ganaron, efectivamente, las elecciones de Cataluña y renovaron la mayoría absoluta de que ya disponían, pero creo que ningún análisis mínimamente serio puede quedarse sólo con este dato y perder de vista todo lo demás.

Vistas en clave general española, estas elecciones tenían un significado especial, que el propio Pujol se encargó de explicitar antes y durante la campaña electoral en diversas entrevistas a diarios y revistas publicados en Madrid. El mensaje de Pujol a toda la derecha política de España era que lo dejasen solo en Cataluña, que no le molestasen con otras opciones de derecha, que él ya se encargaría de controlar Cataluña, que las demás fuerzas de la derecha española se encargasen de controlar el resto y que luego ya se pondrían de acuerdo contra los socialistas.

De acuerdo con este planteamiento, Jordi Pujol necesitaba ganar las elecciones en Cataluña de manera contundente, tenía que aplastar a los socialistas y acabar de fagocitar a la derecha, quitando definitivamente su espacio a AP y cerrando el paso al CDS. Para conseguir estos objetivos, Pujol puso todos sus recursos en juego y planteó la batalla electoral como un auténtico plebiscito en torno a su liderazgo. Y hay que decir que nunca ha tenido -y es dudoso que vuelva a tener- unas circunstancias tan favorables para obtener una victoria aplastante.

Pujol llegaba a las elecciones sin ningún desgaste como gobernante porque con su planteamiento nacionalista, que sigue presentando a Cataluña como una colectividad asediada por un enemigo exterior implacable -Madrid, en general-, consigue eludir sistemáticamente sus responsabilidades hacia fuera, atribuyendo siempre la culpa de las dificultades o de los errores al adversario exterior. Por otro lado, el Gobierno de la Generafitat dispone de un importantísimo presupuesto -casi 700.000 millones en este ejercicio-, pero no cobra impuestos y, por consiguiente, no es visto por la mayoría de los ciudadanos como un órgano recaudador, sino más bien como un órgano repartidor de subvenciones. Yo recuerdo a menudo lo que me decían los dirigentes de algunas entidades cívicas y deportivas de una comarca de Gerona en plena campaña electoral: "Los socialistas nos cobran impuestos, y los convergentes, en cambio, te pueden dar dinero, si no te enfrentas con ellos".

Con estas bazas en la mano y con una Generalitat convertida en una enorme agencia de publicidad que atribuye al Gobierno de CiU todo lo que va bien y descarga en espaldas ajenas todo lo que va mal, Jordi Pujol ha intentado -y en buena parte ha logrado- presentarse como una especie de defensor de una Cataluña permanentemente amenazada, que en cualquier momento puede perder todo lo que ha conseguido con su esfuerzo y que debe permanecer constantemente alerta frente a las arteras maniobras de Madrid, esto es, del Gobierno socialista y de su prolongación dentro de casa, los socialistas catalanes. Gracias a esto, en plena campaña electoral, mientras se multiplicaban por el país los conflictos sociales -como la huelga de la enseñanza pública-, Jordi Pujol y su Gobierno consiguieron mantenerse al margen, no implicarse en nada, no tomar medidas ni siquiera en asuntos que son de su competencia, como la ensefianza, y dejar que todo el peso de los conflictos recayese en el Gobierno del PSOE o en los socialistas que gobiernan los grandes ayuntamientos de Cataluña.

Situación ideal

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La situación era, pues, ideal para que Jordi Pujol ganase su plebiscito de manera espectacular y aplastase literalmente a sus adversarios. Y, sin embargo, no ha sido así. Ha ganado las elecciones por mayoría absoluta, ciertamente, pero ha perdido 125.000 votos y tres diputados y ha visto cómo el Partit dels Socialistes de Catalunya no sólo se mantenía, sino que conseguía un diputado más y ganaba votos en cifras absolutas en circunscripciones como Gerona y Lérida, que parecían reservadas a CiU, y cómo la otra formación de izquierda, Iniciativa per Catalunya, también ganaba tres diputados. A eso hay que agregar el dato esencial de que Alianza Popular ha sufrido un auténtico descalabro, pero que, por primera vez, los votos perdidos por AP no han ido a parar a Convergéncia, sino al CDS o a la abstención. Jordi Pujol y su partido han ganado, pues, las elecciones, pero no el plebiscito; han dejado de ganar votos a costa de las otras formaciones de derecha y, por consiguiente, no pueden ya seguir manteniendo la aspiración a representar a toda la derecha de Cataluña. Y al mismo tiempo, mientras ellos perdían posiciones, la izquierda en su conjunto mejoraba las suyas.

A CiU se le han ido unos cuantos votos hacia el nacionalismo de izquierda, otros cuantos al CDS y el resto a la abstención. Y aunque este último fenómeno -el de la abstención- ha alcanzado unas dimensiones peligrosísimas y ha afectado a todos los partidos, lo cierto es que la abstención de los votantes de CiU no es equiparable a la de los votantes de la izquierda. Basta comparar los resultados de las elecciones autonómicas con los delas municipales y las legislativas para comprender que la abstención que más afecta a los socialistas, por ejemplo, es la de miles de votantes del cinturón industrial de Barcelona que consideran que éstas "no son sus elecciones". En cambio, la abstención de los votantes de CiU es la de los que consideran que las elecciones autonómicas son, precisamente, "sus elecciones". Por primera vez, pues, el carisma de Pujol queda tocado seriamente, y lo que parece claro es que no conseguirá recuperar el terreno perdido acentuando sus posiciones españolistas, porque éstas no le han permitido ganar ni un voto más de derecha, ni acentuando su nacionalismo, porque éste le separa de sus aliados del resto de España y le impide tener protagonismo como estadista a nivel español.

Creo que ésta es la clave del asunto. En definitiva, Jordi Pujol y su partido han tocado techo porque han llegado al límite de su ambigüedad política, el mismo límite con que chocaron Cambó hace 70 años y Miquel Roca y su Partido Reformista en 1986. Jordi Pujol y los dirigentes de CiU saben que su proyecto político pierde sentido si se limita al marco catalán, y por eso siempre han intentado y siguen intentando ponerse de acuerdo con las derechas del resto de España para gobernar en Madrid. Ésa es su contradicción. Su fuerza les viene de Cataluña porque su nacionalismo, basado en la lógica del enemigo exterior, les permite sumar votos de muchos sectores sociales. Pero ese mismo nacionalismo les impide tener un proyecto de Estado y adquirir credibilidad ante las fuerzas de la derecha española y su electorado. Y viceversa: cuando se acercan a esa misma derecha del resto de España pierden votos nacionalistas. Eso es, precisamente, lo que acaba de ocurrir en las elecciones de Cataluña. Por eso creo que Jordi Pujol es rigurosamente inexportable como dirigente político y como portador de un proyectoy, a la vez, que poco más puede dar de sí reducido al ámbito estrictamente catalán. Ésta es, a mi entender, una de las principales enseñanzas de las elecciones de Cataluña.

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