Limpieza de corrales
Érase una vez la empresa de Las Ventas. No ésta, feriante y cogestionaria. La antigua, aquella de siglas impronunciables -NPTMSA- que gerenciaba Livinio Stuyck. Érase una vez la empresa de Las Ventas que, a final de temporada, montaba una corrida con "limpieza de corrales". Protestaba la afición por ello, decía a dónde vamos a llegar, con toros así, cada uno de su padre y de su madre. Lo bueno que tenía aquella antigua empresa era que no engañaba a nadie y, efectivamente, anunciaba cada toro de su padre y de su madre con su nombre, con su hierro, con su divisa y con su canesú. No como ahora, que anuncia un nombre -famoso-, un hierro -histórico-, una divisa -respetada- y sale cada toro de su padre y de su madre. Los victorinos ayer, sin ir más lejos.Cada toro de su padre y de su madre, y si su guía, su carné, su pedigree decían que no, que familia numerosa, allí hubo desliz. La vaca salió casquivana. Porque ninguno de los seis honraba a su padre, salvo el primero. Ninguno de los seis se parecía entre sí, en nada, y de los cinco restantes uno se le daba un aire al toro guaraní, otro al semental pío de trasmontes, otro a la fiera corrupia que estuvo en el circo de Coria, pasen sin miedo que la tengo cogida por el morro, otro al vecino del cuarto, otro al lechero. El primero, sí, ese honraba al padre y enorgullecía a la familia. Toda ella se miraba en su hermosísima estampa cárdena, musculosa, vareada, el porte enseñoreando la dignidad de su casta y la cornamenta -acaramelada, prieta vuelta-, infundiendo un respeto imponente. Y se miraba también en su bravura, crecida frente al caballo, codiciosa en persecución de los rojos engaños. Pero esa codicia era además de una boyantía total. Humillaba, no ya arando la arena con el hocico, según suelen decir de los toros excepcionales, sino arrastrando por el suelo la mismisima cara entera, ojos incluídos.Al gran toro lo toreó el gran Ruiz Miguel, ayer cuarto y mitad de Ruiz Miguel pues lo hacía con unas precauciones que no cua draban a su personalidad valero sa y dominadora. Si distancia para ver el rojo engaño, tomarlo y empaparse a gusto de su caricia pedía el toro, Ruiz Miguel cuarto y mitad le atosigaba poniéndose lo en los ojos, empalmaba más que ligaba los pases, templaba pocos, se quedaba fuera de cacho, parecía como si quisiera ocultarse de la bravura, de la codicia, de la cornamenta acaramelada prieta y vuelta.
Martín/ Ruiz Miguel González, Dominuez
Cinco toros de Victorino Martín 1º, bravo y noble, resto muy desiguales de presencia, varios inválidos, broncos, descastados; 5º, sobrero de Jiménez Pasquau de gran trapío, manso y difícil. Ruiz Miguel- estocada (insistente ovación y saludos); estocada delantera (aplausos y también pitos cuando saluda). Dámaso González pinchazo, otro hondo trasero y descabello (aplausos y saludos); dos pinchazos -aviso- y media atravesada (palmas). Roberto Domínguez dos pinchazos y estocada caída (silencio); pinchazo, otro hondo, rueda de peones y cuatro descabellos (silencio).Plaza de Las Ventas, 6 de junio. 25º y última corrida de feria
Después empezó a salir la canalla aquella, la Torre de Babel, el lío de familia, uno cárdeno corto, otro chiquitín cara ratón, otro enorme y destartalado desparramando leña por delante, otro diminuto que pretendía disimular su enanismo poniéndole los cuernos a la luna -a ese, ni verlo, lo devolvieron al corral-, otro cuajadote cargando kilos. Nada más salir ya se estaban dando a conocer; qué tropa: echaban las pezuflas por delante, pegaban topetazos, rebañaban con el pitón, buscaban ingles. La banda navajera produjo gran inquietud en las cuadrillas, pero hubo una, capitaneada por Dámaso González, que haciendo de tripas corazón y poniendo todo su pundonor en la pelea, trabajó con valor y ciencia.
Dámaso González dirigió la lidia de sus toros con maestría, magníficamente ayudado por sus peones, que son de su talla, tanto risica como torera. Había que luchar y bregaron duro; había que banderillear sin titubeos, y reunían valientes pares en lo alto. Y el maestro, además, dobló, macheteó, porfió, enceló y sacó numerosos pases cuando los toiros no querían aceptar ninguno; ni el victorino, ni el sobrero, manso, peligroso, y el de más trapío entre cuantos saltaron a la arena.
Ruiz Miguel hubo de sortear la peligrosa media casta del destartalado cuarto. Roberto Domínguez brindó al público el pequeftín, inválido y aborregado tercero, y ni el público le aceptó el brindis ni el torillo le dejó componer la figura. Al sexto lo toreó a la antigua, combinando la su.erte natural con la contraria y rectificando rápidamente los terrenos, pues si no, se los rectificaba la bronquedad del toro.Cuando lo liquidó a golpe de descabello, moría el último victorino apócrifo -no había más, afortunadaniente-, y el ciclo ferial quedaba concluso, visto para sentencia, en la que habrá de influir negativamente el mal sabor de boca que dejó la siniestra limpieza de corrales.
Babelia
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