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FERIA DE SAN ISIDRO

Los rejonegadores quedan avisados

JOAQUIN VIDAL Los rejoneadores escucharon ayer avisos en Las Ventas, y estaban sorprendidísimos. Los aficionados que se llegaron a la plaza, docena y media, también estaban sorprendidísimos. Por una vez, el presidente recordó el reglamento, miró el reloj y ordenó avisos. Si además sirve de prece dente, los rejoneadores quedan avisados de que un rigor mínimo va a medir en el futuro sus habilidades ecuestres.

A los rejoneadores no suelen darles avisos pues su público ha bitual es tan ajeno a la lidia y tan desapercibido de reglamentos que no los reclama. El público habitual de los festejos de rejoneo es como el de ayer en Las Ventas, no va nunca a las corridas de toros, porque no le gustan o porque no le llegó la edad. La plaza estaba ayer llena de señoras que palmoteaban felicísimas niños que contemplaron asombrados las evoluciones de Vidrié en el toro que abrió plaza, esas evoluciones les abrieron el apetito, merendaron, pidieron pis, y para el tercer toro ya estaban preguntando mamá cuándo se acaba esto.

Barcial / Cuatro rejonedores

Toros desmochados para rejoneo: cuatro de Barcial, de preciosa lámina, y 52 y 62 de José Samuel con trapío, que dieron juego en general. Manuel Vidrié: rejón que escupe el toro, otro bajo, nuevo rejón rebotado, dos contrarios y, pie a tierra, descabello -aviso- y dos descabeflos (ovación y también algunos pitos cuando saluda). Curro Bedoya: rejón contrario muy bajo, rueda de peones, pinchazo, rueda de peones y, pie a tierra, descabello (vuelta). Joio Moura pinchazo sin soltar, otro bajísimo y rejón contrario muy bajo (ovación y también pitos cuando saluda). Antonio Correas: pinchazo sin soltar y rejón ladeado (oreja). Cofiera Vidrié-Moura: rejón ladeado, rueda de peones -primer aviso con mucho adelanto-, dos pinchazos sin soltar, rejón contrario -segundo aviso- y Vidrié, pie a tierra, descabello (ovación y saludos). Collera Bedoya-Correas: rejón contrario bajo, pinchazo -aviso y Bedoya, pie a tierra, dos descabellos (vuelta con algunas protestas). Plaza de Las Ventas, 4 de junio. 231 corrida de feria.

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Cállate, niño, sólo faltan cuatro toros, respondía la mamá, molesta, porque el niño se le colgaba del cuello y no le dejaba aplaudir. Los niños ya no sabían qué postura poner, pobres, y después de trepar un rato a la familia y al vecino de localidad, que siempre es ejercicio divertido, volvían a aburrirse. Finalmente optaron por sacarle una rentabilidad a su hastío, para lo cual reivindicaban con severas argumentaciones sus derechos humanos, y conseguían que les compraran refrescos, patatas fritas, chicles, caramelos.

Los mayores gozaban y aplaudían, a eso habían ido, principalmente cuando los rejoneadores pegaban sombrerazos. Los rejoneadores excitaban con los sombrerazos el instinto aplaudidor de su público, que los vitoreaba tanto como las galopadas o las banderillas a toro pasado, aunque alguna excepción hubo, pues hasta el público aplaudidor intuye la calidad de las suertes bien hechas, y los quiebros rotundos de Vidrié, también algunos de Moura, provocaron clamores.

Bedoya rejoneaba fácil y ligero; Vidrié -es el que tiene mejor doma, se decían confidencialmente los aficionados- toreaba sobrado de técnica; Moura templaba las embestidas igual que si sus caballos dieran verónicas, o perdía el temple y se los alcanzaba el toro. El gitano Antonio Correas lo primero que hizo fue clavarle al toro un rejón cima la pata. ¡Maravilloso!, malos principios es lo que quieren los gitanos, y de ahí en adelante todo le fue bien, prendió un par enhiesto en lo alto, acertó con el rejón de muerte y se ganó una oreja. Luego llegó el número de las colleras, muy celebrado; allí hasta los niños atendieron un ratito al redondel con los ojos muy abiertos, y nadie se compadecía del toro. El toro era una víctima ímpotente que no acababa de reaccionar al lanzazo que le encendía los lomos, cuando ya le estaban clavando otro, y venga galopes, venga polvareda por delante de su inocente hocico, venga caballos por un lado y por otro, sin saber de cual debía dar cuenta.

En galopar, en banderillear, en pegar sombrerazos, en clavar rejones de muerte sin tino -hasta por las barrigas los clavaban-, se les iban a los rejoneadores las horas, aquello llevaba camino de convertirse en manga por hombro, y alguien tenía que poner coto al desmán. Fue el presidente quien puso coto, y tanto se apresuró, que envió uno de los avisos antes de hora. No tiene importancia: ese error por exceso compensa las muchas veces que habrá errado por defecto. Y, de paso, los rejoneadores quedaron advertidos de que galopar, banderillear, sombrerear está bien, pero dentro de un orden. Pues a su arbitrio y sin orden, la mal llamada corrida de los rejoneadores lleva camino de convertirse en una de indios.

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