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Madrid, 1992

Tantos años diciendo y exportando la idea de Madrid como capital europea de la cultura han concluido con la designación oficial de la ciudad como Capital Cultural de Europa en 1992, precisamente el año de la Exposición Universal de Sevilla y la celebración de los Juegos Olímpicos en Barcelona. Un dato más que añade protagonismo español para esa fecha, y en el que Madrid tendrá que responder con inteligencia, mesura y responsabilidad ante el compromiso que se avecina.Ser la capital cultural de Europa es, antes que nada, un reconocimiento a una trayectoria. Es de agradecer que a la renovación cultural madrileña se le otorgue, oficialmente, validez y trascendencia. Un impulso generador (regenerador) que inició la fuerte personalidad de Tierno Galván y que entre todos, madrileños y foráneos, naturales o integrados en Madrid, han hecho posible, a veces abusando del escaparate, pero siempre con trabajo, constancia y buena voluntad.

Sin embargo, la designación significa también tener presentes algunas cosas que afectan a cuantos tienen puestos en ese año sus miras y sus ilusiones. De entrada, cabe animar a Salamanca para que no se desvincule del protagonismo español de ese año, y aunque haya perdido su capitalidad en favor de Madrid, sería bueno que aceptara la oferta de Juan Barranco y del Ayuntamiento madrileño para compartir algunos actos de esa efeméride.

También sería aconsejable, para alejar la sombra de cualquier duda, que quedase clara constancia de la voluntad de Madrid de no pretender interferir ni restar protagonismo alguno a Barcelona y Sevilla en 1992, pues de siempre es conocida la vocación madrileña de ayudar a los demás sin egoísmos ni oportunismos.

Madrid intentará responder adecuadamente al desafío de 1992, pero sin que ello suponga merma alguna de los objetivos que tienen que cumplir a la perfección, como va a ser, Sevilla y Barcelona, ciudades que tendrán -no hace falta decirlo- el total apoyo de los madrileños y la colaboración que precisen en la medida que lo necesiten y soliciten. No es hora para las suspicacias, ni mucho menos para competitividad: el lema para 1992 de toda España debe ser sólo uno: la solidaridad.

En tercer lugar, convendría evitar errores históricos y no tirar cada uno por un extremo de la cuerda en la labor conjunta que hay que hacer para esas fechas. En España tenemos la costumbre de ir cada cual por donde le place, improvisando aquí y allá, inventando hechos deslumbrantes para epatar y hacer, de una misma acción, juegos dispares que distorsionan más que coadyuvan. Un plan de actividades culturales, sociales y políticas unitarias, coincidentes y consensuadas ahorrarían tiempo, esfuerzos y, sobre todo, dinero a los contribuyentes.

Si, por ejemplo, se quiere en ese año realizar una ópera conmemorativa, estaría bien hacer una sola, con Plácido Domingo, Monserrat Caballé y Alfredo Kraus. Es un ejemplo, pero los antecedentes históricos de nuestro país nos hacen pensar que, ante tal posibilidad, seguro que se harían tres óperas, una protagonizada por Plácido Domingo, otra por la Caballé y la tercera con Kraus, cada cual más cara que la anterior, y que, en vez de hacer una gira por toda España, se representaría una sola vez y en cada ciudad sólo la suya. Aunque el ejemplo sea exagerado, baste como muestra de lo que se quiere decir y de lo que no se debería hacer.

Por último, hay un punto sobre el que me gustaría seguir insistiendo. Se trata de 1993. Podemos quedar tan secos, agotados y exprimidos en 1992 que, al año siguiente, España sea un erial. Si se piensa en 1992 como punto de partida más que como meta final, puede que en el año 2000 nuestro país tenga el prestigio, la presencia y la importancia que entre todos pretendemos. Quizá sea prematura la propuesta, pero ignorar 1993 es empezar a ignorar el futuro y perder, como tantas veces, una gran oportunidad.

De cualquier manera, Madrid ha recibido los honores de ser considerada una ciudad importante culturalmente, un merecido galardón, una recompensa a una década prodigiosa. Ahora, con la experiencia acumulada, el potencial humano y material existente, y con la infraestructura creada y por crear, Madrid posee cuanto necesita para no sólo no desmerecer, sino para servir de ejemplo en el que mirarse y aprender. Los madrileños sabemos cómo hacerlo, porque hemos sabido y ha quedado demostrado. Continuar la labor emprendida debe bastar para ser, en 1992, una digna capital cultural de Europa.

Felicidades.

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