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CITA EN MOSCÚ

Nancy ya entiende la revolución

Francisco G. Basterra

Nancy Reagan ha asegurado que comprende mejor la revolución soviética después de su visita a Leningrado, pero respondió secamente con un escueto no cuando ayer fue preguntada si tras su primer viaje a la URSS tiene más simpatía por el comunismo. Nancy se ha cogido de la mano en varias ocasiones con su rival, Raisa Gorbachova, pero este gesto -dirigido a las cámaras de televisión- no ha producido un deshielo en la ya consolidada tensa relación entre las dos primeras damas. El último encuentro público entre las dos, una visita a una exposición de iconos, concluyó con una escalada de impertinencias mutuas.

Cuando la Prensa quiso saber lo que Nancy piensa del comunismo tras su breve estancia en la URSS, la señora Reagan respondió: "Ésa es una pregunta para mi marido". ¿Cree que todavía son un imperio del mal? "Sus filosofías y posiciones son completamente distintas a las nuestras". ¿Pero cómo explicaría las diferencias entre las dos sociedades a alguien de África o de Groenlandia? "La URSS es una sociedad más controlada que la nuestra".Raisa, que volvió a darle a Nancy -huérfana de conocimientos históricos o culturales a pesar del curso intensivo recibido en Washington- una nueva lección, "con su aguda voz de profesora", en la visita a las catedrales del Kremlin, alegó una "importante" reunión con una organización femenina en Moscú el martes para no acompañar a la primera dama norteamericana a la visita a Leningrado. Hubiera sido demasiado ocho horas de coexistencia entre estas dos personalidades opuestas. Fue la compacta Lydia Gromiko, esposa del presidente de la URSS, el veterano diplomático Andrei, una mujer pre-perestroika, la encargada de acompañar, a uña de caballo, a Nancy por la antigua capital zarista. Asediada para que comparara a la señora Gromiko con Raisa, Nancy dudó: "Bueno, todo el mundo es diferente", pero en seguida fue sincera y dijo: "Es muy agradable, muy simpática y muy calurosa conmigo".

Pero la realidad es que las dos mujeres, que física, cultural y quizá intelectualmente también son como un marciano y un terrestre, prácticamente no hablaron. "Lydia no sabe inglés", justificó Nancy. La anciana señora Gromiko resopló durante su visita a Leningrado por la velocidad del recorrido, quejándose: "Van tan rápido, se levantan, se van. Muy rápido, muy rápido. Claro que estoy cansada, tengo 77 años, cómo no iba a estarlo".

Nancy empleó una hora y 25 minutos en recorrer el Museo del Hermitage -"un crimen, hace falta al menos un mes para verlo", dijo indignado un funcionario soviético-, y cuando vio unas mantas usadas por los caballos de los zares afirmó: "Esto para el rancho". Después dijo que le gustaría volver a Leningrado con tiempo.

Nancy, que se quejó de que no ha conseguido aún ajustarse a la diferencia horaria, asistió impasible y con cara de preocupación a las explicaciones sobre el sitio de Leningrado por los nazis, 900 días de asedio. Depositó unas flores ante el monumento a "los heroicos defensores" de la antigua San Petersburgo. "Muy impresionante", dijo, pero no preguntó absolutamente nada y contestó malhumorada con un "ya lo sabía" cuando le preguntaron si la explicación de los sufrimientos de los soviéticos en la II Guerra Mundial le había dado una mejor comprensión del país. Preguntada sobre qué opinión tiene del carácter ruso, Nancy contestó: "Creo que no estoy preparada para decirlo. La impresión más importante es el calor humano de la gente".

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