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Hacia una experiencia socialdemócrata

François Mitterrand parece seguro de ganar la tercera vuelta de la elección presidencial, es decir la elección parlamentaria convocada tras conquistar su segundo septenio. Tal vez no logre crear una nueva mayoría, puesto que los centristas no se atreven a romper con la UDF ni con el RPR, a los que estuvieron asociados en el Gobierno durante dos años; pero éste no es, después de todo, más que un aspecto secundario de la transformación por la que pasa en estos momentos la vida política francesa. Evidentemente, quienes deben, tras la victoria, definir las condiciones concretas de su apertura al centro son François Mitterrand, Michel Rocard y el Partido Socialista.Lo esencial es que Francia intenta, por primera vez, una experiencia socialdemócrata, es decir, la combinación de una economía de mercado y de una política de lucha contra las desigualdades sociales. Durante mucho tiempo, la izquierda francesa quiso cambiar la sociedad -o incluso cambiar de sociedad- porque ya no se atrevía a hablar de revolución. Este sueño la arrastró a una alianza con el Partido Comunista que le acarreó muchos más fracasos que éxitos y que, sobre todo, la encerró durante largo tiempo en un irrealismo económico extremo que provocó su caída, ratificada por la opinión pública desde 1983.

Prudencia y ceguera

La derecha que le sucedió quiso ignorar la sociedad y, al igual que varios Gobiernos, latinoamericanos durante los años setenta, atenerse a las leyes de la economía mundial. Pero actúa con excesiva prudencia para conseguir éxitos económicos decisivos y con demasiada ceguera para no ver que ese liberalismo salvaje inquietaba más a un sector de sus filas, reclutadas. en las viejas clases medias a menudo en decadencia, que a las filas de su adversario socialista.

La caída de Jacques Chirac resultó ser de una violencia inesperada, pues fue traicionado por una parte importante de su electorado, que, en el último momento y sin atreverse a confesarlo en. los sondeos, le abandonó por Jean-Marie Le Pen.

Ahora, por primera vez después de la liberación, los gobernantes de Francia están convencidos de la necesidad simultánea de la modernización económica y de la lucha contra el estallido de la sociedad. Es cierto que no se inclinan hacia ese punto de equilibrio que no responde a ningún movimiento popular y que llegan sin entusiasmo e incluso sin convicciones aparentes. Pero qué importa... Lo esencial es que Francia esté nuevamente manos a la obra y que el Gobierno haya definido ya fines concretos que simbolizan sus nuevos objetivos económicos y sociales: por un lado, prioridad para la investigación; por otro, prioridad para la creación de un mínimo garantizado para los nuevos pobres, esos parados que en la actual legislación no tienen ya derecho a ninguna ayuda. El restablecimiento de un impuesto moderado a las grandes fortunas completa este conjunto de prioridades, señalando la voluntad de limitar las desigualdades sociales.

La nueva política que así se diseña tiene el apoyo de la opinión, y sobre todo parece como la única posible, puesto que Jacques Chirac no tuvo la capacidad ni tomó la decisión de imponer en Francia la brutal medicina impuesta por Margaret Thatcher en el Reino Unido. La derecha está actualmente alterada, y como el asno de Buridán, que murió de hambre en medio de dos raciones de avena entre las que no atinaba a elegir, la derecha duda entre la alianza con el centro liberal y la alianza con el Frente Nacional, del que Charles Pasqua, ex ministro del Interior, se atrevió a decir que compartía los valores.

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La derecha ya no es capaz de gobernar, y estará obligada durante mucho tiempo a consagrarse a una tarea menos exaltante, pero cuyo éxito exige su vuelta al poder: recrear una fuerza política que incorporará o destruirá a las demás fuerzas de derechas. En concreto, el objetivo de la derecha no puede ser otro que llevar a cabo la fusión de sus dos principales partidos políticos, el RPR y el PR, y hacer retroceder a un Frente Nacional que puede quedar debilitado después de las próximas elecciones parlamentarias, pese a un posible avance en porcentaje debido a la ley de escrutinio mayoritario. A decir verdad, la derecha democrática está tan dividida y tan debilitada por la doble derrota de Jacques Chirac que su triunfo sobre el Frente Nacional no será fácil, y, por consiguiente, el Gobierno de François Mitterrand tiene asegurada una larga vida.

Se comprendería mal que los centristas, con Raymond Barre, no extraigan una lección de este nuevo estado de cosas, y puesto que no quieren a ningún precio una alianza con el Frente Nacional, no busquen activamente una alianza con el Partido Socialista. Si dudan demasiado tiempo perderán toda libertad de maniobra

Política coherente

Volvamos a lo esencial: Francia, por primera vez en mucho tiempo, puede definir una política coherente que le permita encarar su recuperación. Ahora debe avanzar con rapidez. Una vez encontrado su equilibrio político verá a su sociedad, demasiado tiempo agobiada por las ideologías y el voluntarismo del Estado, reencontrar autonomía, iniciativa y vigor; su vida intelectual, casi extinguida, se liberará de los discursos fútiles de los nuevos libertinos que peroran sobre la posmodernidad y el narcisismo, y consagrarse finalmente a comprender los problemas de un mundo en plena mutación.

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