Las cajitas
JOAQUIN VIDAL, La ciencia dice -y los taurinos se encargan de recordar, por si acaso- que cada ganadería tiene su tipo y, entre otras características, caja grande o caja pequeña. La de Felipe Bartolomé, procedencia Santa Coloma, tiene caja pequeña, eso lo aprenden enseguida los aficionaditos que van a los toros de la mano de sus papás. Pero una cosa es caja pequeña y otra cajita diminuta, pastillero, monada. Tenía razón un aficionado cuando al aparecer el sexto torito en la arena gritó desde lo alto del graderío: "¡Choperaaa, deme una lupa, que no lo veo!". Tenía, en efecto, toda la razón. Estas cosas se indemnizan o se allegan los medios para que la afición pueda ver lo que pagó. Repartir lupas sería buena so lución.
Bartolomé / Campuzano, Ortega Cano, Mora
Cinco toros de Felipe Bartolomé, pequeños, muy encastados, nobles; 5º sobrero de Antonio Ordóñez: con trapío y poder, manso y noble. José Antonio Campuzano: pinchazo bajo y otro hondo en la suerte de recibir y media ladeada (pitos); estocada tendida trasera caída y descabello (silencio). Ortega Cano: metisaca atravesado que asoma, pinchazo y estocada caída (pitos); estocada trasera (oreja). Juan Mora: estocada (ovación con algunos pitos y salida al tercio y, tres pinchazos y dos descabellos (silencio).Se guardó un minuto de silencio en memoria de El Campeño. Plaza de Las Ventas, 31 de mayo. 19ª corrida de feria.
Que la ganadería de caja pequeña enviara cajitas monas, no quiere decir, sin embargo, que todos los toros carecieran de trapío. Volumen y trapío no tienen por qué ser sinónimos. Hay toros grandotes sin trapío y hay toros pequeños con trapío. El toro más representativo de la temporada, en este sentido, es el de Hernández Plá que abrió plaza el pasado día 2 en Las Ventas, el cual infundía un respeto imponente a pesar de que estaba en el mínimo del peso reglamentario. Un respeto imponente: ahí empieza a definirse el trapío. Tercero y cuarto de ayer no llegaban a tanto pero se trataba de toros serios, y el primero le anduvo cerca. Segundo (que se devolvió al corral), quinto (que se lidió en segundo lugar al correr turno) y sexto, en cambio, eran impresentables.
A los toritos de caja chica, no obstante, resultó que les hervía su sangre Santa Coloma, casta purísima de toro bravo; se arrancaban de largo a los caballos, romaneaban metiendo los riñones, seguían los engaños con codiciosa fijeza. La ocasión se presentaba propicia para los toreros: toro chico que cuela en Madrid, nobleza, la afición dispuesta a consagrar lo consagrable, contratos, fama y gloria en perspectiva, las cámaras de televisión alerta... La ocasión se presentaba propicia para los toreros, sí, pero lo que hacía falta era, precisamente, toreros. Y allí no había toreros. Allí lo que había era pegapases.
En realidad no es ni el volumen ni el trapío lo que atormenta a los diestros de esta época: es la casta del toro. En cuanto el toro embiste con la vibrante seriedad propia de la casta, a los diestros de esta época se les aflojan los machos. A José Antonio Campuzano y a Juan Mora -machos colgando por la pernera- se les fueron de las manos unos toros -principalmente primero y sexto- que eran de clamor. Les pegaron muchos pases, pero torear es distinto ejercicio. Torear es traerse al toro de delante, cargarle la suerte, embarcar reunido, ligar los muletazos: justo lo contrario de cuanto hicieron. Cuando el toro embiste de maravilla no basta recurrir al buen oficio como Campuzano, ni ensayar posturas, como Juan Mora, que además no se aclaraba con el tipo de toreo que debía hacer y unas veces dejaba la pierna contraria atrás, rara vez la adelantaba, se ponía de costadillo, metía pico.
Con un borreguito de cajita mona tampoco se aclaró Ortega Cano y hubo de salir el sobrero, que ese era baúl, para dar la medida de sus capacidades. El sobrero, sobre baúl, tenía una estampa preciosa, lo mismo por cua o hondo y cornamenta agresiva, que por pelaje, de esos que la afición discute, porque era salpicao pero podría llamársele cárdeno, y girán, y gargantillo. Derribó, manseó después, y entre manseos embistió con nobleza a la muleta bien templada de Ortega Cano, que lo enceló en los medios para que perdiera su querencia a tablas y lo embarcó en redondos y naturales largos, perfectamente abrochados con el de pecho, más unos ayudados rodilla en tierra del más puro clasicismo. El propio Ortega Cano lo puede hacer mejor -se le ha visto muchas veces- pero la faena tuvo firme construcción técnica y emotividad torera, que no es poco en este tiempo de crispados pegapases y artesanos insípidos.
La afición comentaba cuán paradójico es que a Ortega Cano le impresionara mucho menos el baúl que la cajita mona. Y don Mariano terciaba para decir que el baúl estaba lleno de serrín, y la cajita mona, de dinamita.
Babelia
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