Tijeras y cuchillo
Veinticuatro de mayo, a las 10.15 de su mañana. Un amigo y yo acudimos a los juzgados de la plaza de Castilla para prestar nuestro testimonio. En la entrada, los lógicos controles de seguridad. Mi amigo lleva en su maletín unas tijeras pequeñas que le son amablemente retenidas por una funcionaria, previa entrega de una contraseña que le permitirá recuperarlas a la salida. Hasta aquí, todo es perfecto: organización, seguridad y cortesía.Un cuarto de hora después, mi amigo y yo aguardamos sentados en un pasillo de la planta sexta, cabe la puerta del juzgado donde hemos de deponer. Enfrente, también sentada, una joven ataviada informalmente espera como nosotros. A su derecha, un bolso de tela similar a la de sus pantalones vaqueros.
Al movimiento involuntario de la joven sigue un ruido metálico. De su bolso, un cuchillo de mesa, de punta redondeada, ha caído al suelo. La joven lo recoge, lo guarda de nuevo y prosigue en su espera. Mi amigo y yo nos miramos y nos encogemos de hombros como muda expresión de nuestro estupor.
Las preguntas se atropellan: ¿qué es más peligroso, un cuchillo o unas tijeras? ¿En manos de quién? ¿Fue la misma funcionaria la que tomó decisiones distintas? ¿Fueron distintos funcionarios? ¿Acaso el cuchillo no fue descubierto? ¿Hay normas iguales para todos? ¿Influye el feminismo o el machismo en su aplicación?, etcétera.
Si la sorpresa y la desigualdad están a las mismas puertas de la justicia, estremece pensar en lo que podemos encontrar dentro.-
Madrid.
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