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FERIA DE SAN ISIDRO

Cuando al toro no le pica el cuerno

A los toros de ayer no les picaban los cuernos nada, nada, nada. No se crea que la comezón siempre ha de ser motivo de risa. En la fiesta es cuestión capital. Todo lo que se refiere al toro es cuestión capital. Por ejemplo, no da lo mismo toro miope que agudo de vista, y hasta tal punto es importante, que se llega al insulto personal. A los de condición miope les llaman burriciegos; como si ver mal fuera asunto de burrería. Pues con los cuernos pasa lo mismo.Las figuras del toreo imponen sus condiciones, que para eso son figuras, y en cuestión de toros, dicen: "A los míos, que les piquen los cuernos". Los restantes toreros quisieran decir lo mismo, pero han de aguantarse, lo normal es que a sus toros no les piquen los cuernos nada, nada nada, y así ocurre lo de ayer: que los toros aparecen terroríficos, armados hasta los dientes.

Benítez / Campuzano, Jiménez, Oliva

Cuatro toros de Benítez Cubero, con trapío, cornalones astifinos, dificiles; dos sobreros de Murabe con trapío, 3º bravo y noble, 6º manso y dificil. José Antonio Campuzano: pinchazo, otro hondo y descabello (algunas palmas); pinchazo hondo descaradamente bajo, pinchazo, medía trasera tendida y dos descabellos (silencio). Pepín Jiménez: pinchazo hondo tendido y tres descabellos (silencio); pinchazo, bajonazo y seis descabellos (pitos). Emilio Oliva: pinchazo y estocada perdiendo la muelta (ovación y salida al tercio); pinchazo y bajonazo escandaloso (aplausos).Plaza de Las Ventas, 28 de mayo. 16ª corrida de feria.

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Conviene explicar la relación de causa a efecto: según taurinos, a los toros les pican los cuernos (como a todo el mundo), buscan alivio rascándose contra las piedras que a tal efecto hay en las dehesas, y tanto se rascan, que pierden parte del asta en ellas. Luego esos toros salen al ruedo y al verlos cornicortos y romos, la afición, que por urbana desconoce los hábitos rurales, se pone a gritar: "¡Barberooo, ha habido barberooo!"; ironía sutil con la que quiere significar que al toro siniestra mano humana lo afeitó.

La afición no tuvo ocasión ayer de dar estas voces porque los toros llevaban los cuernos íntegros, por supuesto nada cortos ni romos sino arbolados, y tan astifinos que, de haber barbero afeitador, serían ellos mismos. Algunos incluso intentaban serlo y para satisfacer su industria, lanzaban guadañazos. Uno, cabeceante, acuchilló la muleta de Pepín Jiménez durante la suerte (menor) del descabello y la dejó igual que si la hubiera zurrado mico loco armado de gillette; otro le arrebató la pañoleta a Emilio Oliva en la suerte (mayor) del volapié; otro le apuró a José Antonio Campuzano el rasurado mañanero durante la suerte (clásica) del natural, y afortunadamente no hicieron falta papeles de fumar que ofrecían los aficionados para que restañara el corte.

Porque, además de terriblemente astifinos, los toros eran terriblemente revoltosos, buscadores de mejillas olorosas a after shave, cuellos encorbatados, femorales protegidas por la muletilla del descabellador. Todos, menos uno, sobrero, que le correspondió en primer lugar a Emilio Oliva, pues ese fue toro bravo y además noble. Se arrancaba al caballo de largo y también a la muleta, al primer cite, sin esperar a que le dijeran je dos veces. Oliva levantó una polvareda de capotazos alborotones y zancadas atrás para recibir al toro bravo, con sorprendente entusiasmo del público, que le ovacionó tanto como la Maestranza al maestro Pepe Luis Vázquez las verónicas, aquella tarde famosa de la corrida del Centenario, o más.

Lanzada por triunfalista senda la lidia, el delirio era cuando Oliva citó desde el mismísimo platillo, se arrancó el toro -al primer cite- con tranco largo y alegre, hubo una pedresina enlazada con tres naturales y el de pecho. En aquel momento tenía Emilio Oliva abierta la puerta de Madrid, y el público le habría sacado por ella en volandas, ya, con todas sus consecuencias, aunque hubiera pesado lo que el Pimpi. Fue el propio Emilio Oliva, sin embargo, quien se apeó del triunfo, con dolo, porque el toro se quedaría poquitín corto, pero esa no era razón para torearlo tan rápido, tan destemplado, tan sin ligazón y sin garra.

Campuzano hubo de provocar con exposición del terno, voces y plantillazos la embestida del primero, que era vago y maleante. Al cuarto le intentó de todas las maneras imaginables naturales y derechazos, a pesar de que desarrollaba sentido. Pepín Jiménez le sacó al segundo los escasos derechazos posibles, con buen corte torero. Los dos últimos toros eran inciertos, también desarrollaban sentido, y Pepín aliñó al quinto, Oliva porfió muy voluntarioso al sexto, sin resultados positivos.

Los tres diestros tuvieron mérito, que la afición les reconoció con largueza, y hacía comparaciones. No es lo mismo venir en plan figura, con toritos de rascado cuerno, que en plan modesto, frente a torazos con toda la barba. Los cuentos rurales ya no impresionan a la afición. Cierto que el prurito de pitón produce exasperantes desazones, a cualquiera le puede pasar, pero la afición quisiera que todos torearan toros de cuerno íntegro, como los de ayer. Figuras también, para que se restablezca el justo orden en el escalafón de matadores.

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