Un genero resistente
Veía yo de niño zarzuelas, en los varios teatros que las daban simultáneamente en Madrid, y pensaba que aquello era algo que tendría que cambiar. No ha cambiado. Solamente sucedió que fue desertando los teatros, agotándose en sí misma, como mueren géneros y modas; y que la nueva economía teatral, al incorporar nuevos y considerables gastos técnicos y un encarecimiento lógico de sus nóminas, se fue haciendo inviable.Ahora, una reposición como la de Pan y toros, que es de 1968, aparece como un acontecimiento, y su director y empresario, José Tamayo, proclama en su discurso de final de representación el triunfo de esta hazaña. Pan y toros puede, en efecto, dar esa sensación de triunfo a los que consiguen que no haya cambiado la zarzuela. Incluso ésta es un poco más vieja que su estreno, porque la revisión del texto de José Picón -Sorozábal hizo al mismo tiempo una limpieza de la partitura- la regresan a otros años que, pareciendo más recientes, resultan más antiguos; como la puesta en escena con proyecciones y transparencias suena a pasado de moda, que es peor que la antigüedad.
Pan y toros
Libro de José Picón. Música de Francisco Asenjo Barbieri. Revisión de José María Pemán y del maestro Sorozábal. Intérpretes: Paloma Pérez Iñigo /Julia Ruiz; María Dolores Travesedao/ Julia Ruiz; Mary Carmen Ramírez, Jesús Castejón, Mario Valdivieso, Julio Catania, José Luis Cancela, Ángel González, Anastasio Campoy, Paco Cecilio, Victoria Hernán, Según García, Paco Beltrán, Mabel Fernández, Miguel Ángel Suárez. Coro titular dirigido por Julián Pereira. Cuerpo de baile titular con coreografía de Alberto Lorca. Escenografía de Gil Parrondo. Figurines de Víctor María Cortezo y Emilio Burgos. Orquesta titular con la dirección de Pablo Sánchez Torrella. Director, José Tamayo.
Tamayo
Entre las escasas personas a quienes se debe que la zarzuela vuelva igual que siempre -lo cual puede causar un gozo especial a los posmodernos, que también se van poco a poco de su breve moda- está José Tamayo. Ha sido, en otras cosas, uno de los más grandes renovadores del teatro en España: el primero que rescató del duro purgatorio a Valle-Inclán, el primero que trajo a Arthur Miller; el primero en muchas cosas.Y en la creación de una Antología de la Zarzuela en la que acertó precisamente con una fórmula de oro, que consistía -y consiste- en seleccionar del género sólo los números brillantes y en engarzarlos con un ritmo rapidísimo de teatro musical, aun sin perder cierta chocarrería de colores y vulgarismos que forman parte de la misma zarzuela.
En una resurreción como la de Pan y toros, a pesar del aire popularista tocado muchas veces de gracia de Pemán y del retoque técnico de Solozábal sobre al inspiración de Barbieri -una de las mejores del género en cuanto a música popular española-, prefiere dejar revivir los tiempos muertos, lo insoportable de la construcción hecha en favor de las leyes del teatro musical, la dificultad de los cantantes para decir bien el texto, la inoportunidad de los coros, los largos fragmentos de relleno.
La emoción que pudo tener en otros tiempos el libro de José Picón en defensa del liberalismo frente al oscurantismo, o la diversión de museo de cera de ver representados a Goya o a Pepe Hillo -entre otros- no tiene ahora vibraciones.
Vieja afición
Tocada como siempre, cantada como siempre, decorada como siempre, se supone que, además de los jóvenes posmodernos, y de los que quieran conocer la realidad del género ido, hay una vieja afición que se mantiene firme y liga la zarzuela a su juventud y a sus padres.Solamente por ello, por los derechos de esas personas, sería ya útil el esfuerzo denodado de Tamayo de rescatar el teatro Progreso y darle el nombre de Nuevo Apolo, de buscar fuertes patrocinadores y de sacar adelante su espectáculo.
Los aplausos de la noche de la reposición fueron atronadores y, aun descontando la parte de amistad de los invitados, queda suficiente como para cumplir el éxito.
Babelia
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