Barbaridades (bis)
Aprovecho esta carta, estimado director, para dar las gracias a Rosa Montero por haberme deleitado una vez más con su prosa ágil, directa y sin, rodeos, ambages ni circunloquios, como debe ser. Me estoy refiriendo, claro está, a su columna Barbaridades (EL PAIS, sábado 14 de mayo). Es más, el leerla y releerla no sólo me ha deleitado, repito, sino también ha producido en mi unas irrefrenables ganas de escribir estas líneas.Verá usted, antes de leer la citada y espléndida columna, en la página 15 había leído una información de su enviado especial a Albacete, B. de la Cuadra, con este titular: Críticas de penalistas al "giro represivo" en la lucha antidroga; y, claro, no me quedó otra que darle caña a la Olivetti.
Que conste que, como Rosa Montero, también me retengo y me contengo, e intento templar, de alguna forma, el ánimo que se me excita con harta frecuencia cuando contemplo los muchos atropellos contra cuanto se planea para erradicar el cáncer social de la droga que con frecuencia harta se cometen. Mas se pasan tanto que me es imposible. Como se han pasado, verbigracia, varios penalistas en las jornadas organizadas por la. universidad de Castilla-La Mancha, al criticar el giro represivo (¡ja, ja!) de la reforma del Código Penal en materia de tráfico de drogas aprobada en marzo de este año. Hubo quien cuestionó la elevada agravación (j a, j a.1) de las penas y quien aseguró que "afectará negativamente al plan nacional contra la droga, acertadamente centrado en la prevención". Como si impartir justicia (¿qué otra cosa es si no condenar a unos cuantos años de cárcel a esos asesinos traficantes?) estuviera reñido o entorpeciera una labor de prevención. Esto es tan grotesco que sería para mondarse de risa si no fuese porque la blandenguería en el Código Penal respecto al tráfico de drogas ha hecho posible que España se haya convertido en el centro neurálgico europeo de este comercio asesino. Sería cosa de soltar escandalosas carcajadas si no fuese porque las hachas afiladas de las drogas ejecutaron un martes fríamente a mi hijo de 18 años. Y porque esas barbaridades las dicen en unas jornadas organizadas por la universidad de Castilla-La Mancha, no en el más escondido rincón de un pub de luz mortecina, ambiente cargado y ciegos de whisky, un suponer.
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