Escenarios insólitos de las elecciones mexicanas
Un país de dos millones de kilómetros cuadrados, una población de 84 millones (sólo 15 millones en 1910, al producirse la revolución mexicana, y por encima de 1 los 100 millones al finalizar el siglo XX), una cultura y un paisaje deslumbrantes. Una sociedad pasiva y madura, que vive la crisis como el pez en el agua: sin ahogarse, pero dando cada vez más aletazos y coletazos. El hasta cuándo es una voz nueva, episodio cívico de otras profundidades. Es el quién vive del futuro.Debajo del volcán, o entre los volcanes o con los volcanes, 107.000 millones de dólares de deuda externa (a la que hay que dedicar, como pago, entre el 30% y el 45% anual de todos los ingresos por exportaciones de mercancías y servicios del país, lo cual es intolerable), una inflación histórica muy superior al 100% en los dos últimos años y una de las distribuciones de la renta más desiguales del mundo. En 1988 el trabajo representa el 25,2% del producto interior bruto (PIB) -los asalariados, franceses de 1848 controlaron ya el 32%, y hoy el 61%, que es una cifra muy semejante en las sociedades industriales avanzadas-, cuando en 1976 había llegado a suponer el 41%.
Al otro lado, sobre las tierras rojas de Jalisco, las tierras inclementes de temporal, las deslumbrantes forestas tropicales del Sureste y los puertos milagrosos del Caribe, dos memorias de la vida histórica: la memoria de la revolución de 1910 (que llega como crisis de violencia hasta el inicio de la década de los años treinta) y la memoria de la paz institucional desde 1929: desde la fundación del partido dominante.
La primera memoria es la guerra civil -ese infierno que los pueblos viven -como Los fusilamientos de Goya y nunca como La rendición de Breda- y puede revelarse en este hecho: sólo el censo de 1930 registró más población en México que en 1910. Después, se sabe, se vivirá al galope: la explosión demográfica del 3,5% anual hasta morir, ahora, todavía, en un crecimiento poblacional del 2% cada año, es decir, 1,7 millones de mexicanos. más cada 12 meses. Una ola inmensa. Piénsese en España y... tres millones de desempleados.
La segunda memoria es la paz romana, la paz institucional del Partido Revolucionario Institucional (PRI), desde 1929 hasta nuestros días. Sucesión pacífica cada seis años, mimetismo ideológico repetitivo, creación de un Estado dispensador del bien y el mal y creación, con la diversificación industrial, de la obra maestra del régimen: una clase media que asume históricamente el nacionalismo y, como patrón de conducta, el consumismo estadounidense, sin advertir sus propias contradicciones de clase burocrática que jamás ha sido servicio, servicios.
Estado y sociedad
Contradicciones notorias. El régimen bloquea los conflictos -salvando siempre que era posible la libertad individual- para establecer las líneas maestras del desarrollo desde arriba, y al final el desarrollo transparece en el subdesarrollo porque México ejemplifica hasta la tragedia que no hay Estado moderno sin sociedad civil: sin plenas libertades. El régimen paralizó el desarrollo de sus dos clases modernas: la clase obrera libre y la burguesía liberal; sólo creó la clase media sin destino.
Desde el final de los afíos setenta, el milagro se afianza en el crédito externo, y la diversificación industrial, base del modelo se suspendió, por un error dramático, en favor de la petrolización de los afíos ochenta. Más petróleo y más deuda, más ingresos y más desigualdad; más Estado y menos sociedad civíl. Así se llegó al período de Miguel de la Madrid, que heredara no sólo el caos, sino la perversión inflacionaria del lenguaje político. Remontar esa crisis estructural y moral es una obra gigantesca. El país está en ello.
La inflación, económicamente, no es la contradicción entre recursos y bienes, entre medios de pago y productos: es el procedimiento más brutal que exista de apropiación del ingreso de las mayorías y de su concentración en una minoria.
En una sociedad desigual pero con esperanzas en el porvenir -no en vano Stefan Zweig llamaba a Brasil "el país del futuro"- la inflación es una calamidad histórica de connotaciones terribles. En Europa, las clases medias y obreras desposeídas inventaron el nazismo. En México, hecho asomobroso, el país pide la democracia. Sociedad pasiva y madura cuyos contrastes, para un occidental fetén, son insuperables, y huirá, al explicarlo, por los lugares comunes. Difícilmente advertirá la extraordinaria reflexión pasiva del país.
Reflexión que hasta ahora se explicitaba electoralmente por un 50% de abstención oficial en los comicios legislativos. La cifra real es más alta. La aplanadora del PRI resolvía, con un acuerdo implícito-explícito, la reproducción del poder.
En 1988 la reproducción ha venido precedida de dos catástrofes: el terremoto y la inflación. Las dos son de carácter sísmico. Las primero reveló, antes que el Estado asumiera la responsabilidad, la extraordinaria capacidad organizativa en la base social, en el pueblo; la segunda ha demostrado que la subida de los precios hasta las nubes (y la baja hasta el infierno de la participación del trabajo en la renta nacional) ratificaba una tendencia histórica: el triunfo de una minoría: los dueños del dinero.
Alternativas
Ésa es la rebelión. Pero la rebelión no se manifiesta hacia la izquierda -cuyo atraso es el más notorio y también el más doloroso-, ni en el avance del PAN (la derecha, ahora populista), que no puede ni es capaz de convertirse en una derecha moderna. La rebelión no se manifiesta tampoco en la separación del hijo de Lázaro Cárdenas, Cuauhtémoc, del conglomerado del PRI para ofrecer una variable moderna. Ninguna de esas proposiciones, finalmente, inclusive en términos de votos reales, inclinará la balanza.
El tema central de estas elecciones históricas es que el joven candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari, viniendo desde los despachos tecnocráticos, todavía representará la mayoría. Pero esa mayoría débil, fragmentada, en crisis moral y social, se encuentra ante un país que quiere una solución democrática real y un Estado moderno real. Esto con una clase política reproducida pendularmente, que tendrá que vivir una mutación histórica casi imposible, casi impensable, pero irremediable. Ése y no otro es el dilema.
Ese dilema, el más grande que haya vivido el país desde 1910, cae entero, implacable, sobre Salinas. Sobre todo cuando el país tendría que crear, entre 1980 y el año 2000, además de pensar en los millones de mexicanos que hoy no tienen empleo, otros 16,6 millones de nuevos empleos. Esa impresionante quimera social es lo que está debajo del volcán en un país estable dentro de sí y con fantasmas terribles en su corazón.
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