Stalin entra en la farsa
Estreno en Moscú de la primera obra teatral legal que se burla del dictador soviético
Josif Stalin, denunciado hoy en la URSS como el principal protagonista de una tragedia histórica, acaba de hacer su entrada en la farsa. La obra teatral Yo, el pobre Soso Dzhugashvili, del escritor Víctor Korkia, acaba de convertirse en la primera sátira escénica soviética -totalmente legal- sobre el dirigente. El estreno de la comedia -desenfadada, irreverente y en verso- ha tenido lugar en un teatro de Moscú. Mientras tanto, las revistas soviéticas publican los sobrecogedores relatos de quienes pasaron por los campos de concentración estalinistas.
El pasado día 14, una comisión artística dependiente de la universidad de Moscú dio el visto bueno a la tragífarsa de Korkia, después de que los espectadores del teatro estudiantil donde se representa, en el centro de Moscú, se hubieran reído a carcajadas de las bufonadas de Stalin y del jefe de su policía secreta, Lavrenti Beria.Éstos, representados por los actores Aleksei Bagrasarov y Mijail Oiglev, daban vida a un hábil tejido de referencias familiares al público: parrafadas enteras de comedias de Pushkin, consignas y retórica revolucionaria, clichés acartonados del lenguaje oficial y argot popular.
Cuatro individuos con sombrero de ala calado y gabán gris de cuello alzado, a modo de arquetípicos agentes policiales clandestinos, puntuaban con su presencia en el escenario la tortuosa relación de Beria y Stalin. Los agentes acabaron el primer acto merendando bollos y yogur, y el segundo, saludando al público con banderines rojos, sin perder su aspecto desafiante y amenazador.
Korkia, que dice haberse inspirado en Pushkin y Chaplin, pretende más una "reflexión sobre el mecanismo de la risa" que el tratamiento de Stalin y Beria como figuras históricas. Ambos personajes se sienten desgraciados. Beria se lamenta de tener que perseguir a los médicos (el proceso contra los médicos judíos interrumpido por la muerte de Stalin en 1953) a pesar de estar enfermo.
Los sacrificios del poder
Stalin se queja de haber sacrificado al poder amistades, libertad y salud. En la soledad del Kremlin, regada con brandy, parafrasea al Boris Godunov de Pushkin y dialoga con el espíritu de Iván el Terrible antes de descubrir a Bería escuchandotras la puerta. Éste, con un micrófono en el trasero, elabora un informe del pasado de Soso (diminutivo georgiano de Josif o José) Dzhugashvili Stalin: "Joven seminarista", "agente de la Ojrana (policía zarista)". Soso, que llora recordando a su madre, y Beria, que derrama lágrimas de solidaridad, ven juntos El gran dictador, de Chaplin.Stalin acusa a Beria de haber envenenado a su loro favorito. Uno de los fragmentos más aplaudidos fue un largo monólogo de Stalin, quien sin perder el tono festivo hizo un compendio de su filosofía política a base de pareados.
Stalin muere en una escena inspirada en Don Juan y es sepultado en un sarcófago de hormigón. El cadáver ha sido embalsamado para convertirlo en una momia. Los actores juegan con la palabra "órganos", utilizada para designar la policía política y las vísceras del cadáver.
"No hay que escatimar nada para la momia". En el sarcófago le colocan un teléfono. Van llamando los dirigentes más próximos a Stalin: Malenkov, Voroshilov, Kaganovich, Molotov, Jruschev, Bulganin. "El tirano la ha diñado.
El camarada Stalin ha muerto. ( ... ), pero el mito sobre el pobre Sosos Dzhugashvili apenas empieza". Así concluye Korkia esta obra, que escribió en su mayor parte en 1980 para abandonarla después, pensando que iba a ser imposible de representar.
Korkia, de 40 años, es un hombre de aspecto frágil cuya poesía comienza a ganar popularidad. Trabaja en la revista Iunost, publicación literaria mensual dirigida fundamentalmente a los jóvenes y alrededor de la cual se mueve la última vanguardia literaria. "Se trata de una generación que aún no se ha desvelado totalmente ante el público", dice.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.