La resaca del Estado de bienestar
La mayoría de los daneses está convencida de que su país vive por encima de sus posibilidades, pero no son muchos lo que están dispuestos a que deje de hacerlo. Tres de cada cinco familias danesas tienen vivienda propia y una de cada 10, además, una casita en el campo; 91 de cada 100 tienen televisión; 90, teléfono; 62, lavadora automática; 60, automóvil, y 15, vídeo. El 22% de los ingresos familiares se invierte en comida, bebida y tabaco, y el 25%, en vivienda. Si se tiene en cuenta que Dinamarca es el séptimo país del mundo en renta per cápita disponible, impresiona pensar en lo que se puede hacer con el 53% restante. Por lo pronto, viajar, fundamentalmente a Canarias, Mallorca y la Costa del Sol.No en vano se tienen cinco semanas de vacaciones. Dentro de tres años, los trabajadores de este pequeño país escandinavo, con casi cinco millones de habitantes, tendrán la jornada laboral más corta del mundo, 37 horas semanales.
La atención médica y hospitalaria es gratuita, al igual que toda la educación, incluso la universitaria. El seguro de desempleo se prolonga cuando se acaba con subsidios sociales. La pensión de vejez está garantizada después de los 67 años.
Este sistema tiene un nombre: Estado de bienestar. Y un precio: los impuestos más altos del mundo (en dura competencia con Suecia) y unas cuentas que no cuadran. La deuda externa es tercermundista, unos 47.000 millones de dólares. Cada danés debe cerca de un millón de pesetas. Con el trébol de cuatro hojas la economía ha tenido un crecimiento espectacular, pero la deuda siega la hierba bajo sus pies. Schlüter ha tenido que aplicar lo que se conoce como las curas de la patata para intentar que los daneses dejaran de ser los consumidores más optimistas de Europa.
Schlüter elevó la presión fiscal hasta situarla por encima del 50% del producto interior bruto. Parece que se ha tocado techo.
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