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Intelectuales con encargos políticos

Las administraciones han buscado la asesoría y apoyo de las "fuerzas de la cultura"

Tomàs Delclós

La relación del intelectual con el poder está presidida por un dogma purista: hay que evitar la cercanía, se debe estar enfrente. Pero la capilaridad de este poder y una cierta necesidad de definirse en determinados momentos políticos ha provocado que muchos intelectuales tengan algún negocio -en el sentido de quehacer- con la autoridad civil. En esta legislatura bastantes intelectuales se han comprometido en proyectos institucionales. En algunos, su compromiso alcanza a la suscripción de anuncios electorales en defensa del programa de un partido.

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Listas y propaganda

El Gobierno Pujol no ha precisado demasiados calígrafos para sus cuadernos ideológicos, cuyo lenguaje genérico ha permitido múltiples inscripciones. Convergéncia no ha organizado la militancia en el frente de la cultura. No ha habido un enganche explícito a sus filas, pero tampoco puede hablarse de un mayoritario discurso intelectual de hostigamiento, critico: pocos intelectuales catalanes se intrincan públicamente por las veredas de la critíca a su Gobierno autonómico. Hay quien sostiene que tanto convergentes como socialistas han enviciado a más de un intelectual con el halago de sus encargos, que no tiene nada que ver con sustanciosas retribuciones sino con la delicadeza que supone pensar en ellos.Ahí estarían la proliferación de revistas institucionales (sólo el departamento de Cultura edita o prepara cuatro cabeceras; hay dos proyectos de publicaciones sobre museos, existe una revista municipal de lujoso formato ... ), los fichajes para medios de comunicación institucionales o los llamados consejos asesores del departamento de Cultura. Para el novelista y diputado autonómico comunista Ignasi Riera, por ejemplo, el PSC organiza a los intelectuales no desde el partido sino desde las instituciones que gobierna. En el caso de Convergència, los diversos consejos asesores de cultura han centrado la polémica, al margen de que su responsable de Cultura en el partido, Max Cahner, tiene un papel relevante en muchos proyectos culturales.

Consejo asesor

El primer conseller de Cultura de esta legislatura, el democristiano y dialogante Joan Rigol, convocó a una serie de hombres de pensamiento, sólo hombres, de filiación plural. Se trataba de situar los aspectos centrales de la gestión cultural al margen de las batallas políticas. La convocatoria tuvo éxito y aceptaron la oferta figuras tan dispares como los historiadores Josep Maria Ainaud de Lasarte y Josep Termes, y los escritores y ensayistas Xavier Bru de Sala, Josep Maria Castellet, Modest Prats, Jaime Gil de Biedma, Manuel Vázquez Montalbán, Ignasi Riera, o el arquitecto Ignasi de Solà Morales.Hubo algunos recelos iniciales -se habló de una inteligente operación para legitimar, más allá de la victoria electoral, el gobierno convergente con un espléndido catálogo de nombres ilustres- y el urbanista ex comunista Jordi Borja, criticó que la izquierda acudiera "no para defender su programa" sino para "ser compañeros de viaje de Pujol". No fue la opinión mayoritaria ni Borja insistió. Ayer, se hizo público un manifiesto en el que 90 intelectuales y artistas reclaman, un compromiso de los partidos catalanes para reestablecer y ampliar el citado pacto cultural y proponen un Consell Català de les Arts i la Cultura.

El filósofo Eugenio Trías comentó a este diario que el compromiso inicial consistía en elaborar el núcleo de una política cultural no partidista y queesta apuesta era importante precisamente porque se suscitaba desde la Generalitat. La experiencia duró poco, apenas cuatro meses de trabajo efectivo.

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"Fue un espejismo. Mi referente ideal era Prat de la Riba y Jordi Pujol no es Prat de la Riba. Rigol no pudo aproximarse tam poco a este referente y lo digo con todo el cariño para Rigol, que hizo un esfuerzo honrado de introducir un nuevo estilo político", añadió Trías. El escritor Jaume Lorés, hombre de carnet socialista muy benevolente con el nacionalismo convergente y alma ejecutiva del consejo, comentó a este diario que el antecedente era el Patronat d'Investigacions Socials (PIS) montado en el departamento de Trabajo, cuando Rigol era el conseller. "En el PIS se intentó convocar a una serie de intelectuales para hacer una reflexión sobre la sociedad catalana previa a la elaboración de una política laboral. En el caso del Consejo Asesor se trataba de fíjar las bases de una política institucional". El legado más claro del consejo fue la propuesta de un pacto cultural que estableciera la coordinación entre las administraciones, que evitara la distribución chentefista de subvenciones 'los presupuestos de la Generalitat destinan unos 36.000 millones de pesetas a "instituciones o familias, sin finalidad de lucro", lo que permite un benéfico e indiscriminado reparto de ayudas a todo tipo de entidades), que la suma de recursos permitiera pensar en proyectos de envergadura... "Hubo muchas reticencias al proyecto. El Ayuntamiento mantuvo una oposición frontal y eso explica que fuera Obiols y no Maragall quien interviniera públicamente para llegar al acuerdo final", explica Lorés. Tampoco parece que los representantes comunistas en este consejo tuvieran un encargo explícito de la dirección. Algunos miembros de lá dirección criticaron privadamente esta decisión.

Las reticencias surgieron, después, de la propia Convergéncia. El mismo día de la firma solemne, octubre de 1985, la diputación de Tarragona -en manos de Convergència- no acudió al acto sin que ninguna jerarquía del partido se molestara en reconducir la situación. Fue el primer indicio público de que la propuesta de Rigol no era asumida por su propio gobierno. El 11 de diciembre de 1985, Rigol presentó su dimisión. El epitafio de Heine -"hacía tiempo que habían muerto pero no se habían enterado"- fue recogido en un manifiesto de despedida suscrito por la mayoría del consejo, que presentó su dimisión irrevocable.

Multiplicar comisiones

El nuevo conseller de Cultura, Joaquim Ferrer, inició la reconiposición de la corte asesora multipficando las con-úsiones y bajando la edad media de sus integrantes. La última comisión creada pretende tener cariz internacional y figuran como miembros formales de la misma desde Noam Chorrisky y Umberto Eco a José Saramago. Sobre la real vinculación de este mezclado star-system del pensamiento y la creación al proyecto de la conselleria hay dudas después de que se convocara una reunión de la comisión en Barcelona y fueran muy pocas las celebridades que realmente participaron. Del pacto cultural, enterrado formalmente al no celebrarse la reunión plenaria anual prevista en el documento suscrito, han quedado acuerdos puntuales. No se ha dado un balance claro del trabajo realizado por estas comisiones al margen de retóricas declaraciones programáticas.El escritor Vicenç Villatoro, miembro "un tanto descolgado" de la comisión para la modernización, cree que esta participación de los intelectuales en la asesoría institucional es más inocente de lo que algunos sospechan. "No te piden corre spon sabiliz arte en su política sino, como máximo, datos para elaborarla. Nosotros no hemos tenido la sensación de estar ahí para legitimar una gestión sino, únicamente, para dar opiniones".

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