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Tribuna:A PROPÓSITO DEL DISCURSO DE SUQUÍA
Tribuna
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Nunca es tarde...

El cardenal Ángel Suquía, arzobispo de Madrid, en su calidad de presidente de la Conferencia Episcopal Española, acaba de pronunciar un importante discurso en la apertura de la asamblea plenaria del episcopado. El fondo del discurso se basa en la última encíclica de Juan Pablo II, Sollicitudo re¡ socialis. Para muchos católicos españoles -precisamente los más escorados a eso que de forma imprecisa se sigue llamando izquierda- ha sido una grata sorpresa, y así lo queremos exponer públicamente. Estamos de acuerdo con el contenido de su discurso, que indudablemente tiene aires proféticos y auténtico sabor evangélico. Un aplauso incondicionado. Lo último que queremos ser es maniqueos, y por eso recordamos aquel consejo que a los occidentales nos daba un japonés: "Ver lo bueno en lo malo y lo malo en lo bueno".Pero hay que hacer fraternalmente algunas observaciones para que todo cuadre. En primer lugar, no recordamos que durante el franquismo, a ese nivel de representación eclesial, se hubiera hecho un discurso semejante, siendo así que había motivos quizá más sobrados que los actuales para lanzar una fuerte denuncia profética. Aún más: a los que desde una cierta periferia de la Iglesia se atrevían a proferir denuncias proféticas se les miraba con sospecha e inmediatamente se recelaba de ellos, clasificándoles simplonamente en las diversas fichas satánicas: comunista, rojo o simplemente progresista. Es verdad que en aquellos años de tardofranquismo hubo personas, relativamente representativas de la Iglesia (obispos, abades y, sobre todo, teólogos) que se unieron al clamor de las bases cnistianas para denunciar lo que había sido condenado nada menos que en un concilio ecuménico como fue el Vaticano II. Pero la verdad es que la indefensión era casi siempre la constante compañera de los grupos proféticos que habían asumido el compromiso social.

La voz del Papa

En segundo lugar, tenemos que reconocer que la espléndida floración de comunidades cristianas populares o de base que han surgido a la sombra del concilio se han visto y se siguen viendo desamparadas generalmente por los obispos, cuando no sometidas a la sospecha o directamente obstaculizadas. Y hay que reconocer que el lenguaje de estas comunidades coincide, coma por coma y punto por punto, con el contenido de la última encíclica papal. ¿Es que hasta que el Papa no alza la voz no se cumplen el Evangelio, la tradición eclesiástica y el propio concilio?

A todo esto, en los últimos años los obispos tenidos por seguros y obedientes a Roma no han tenido la menor dificultad en proteger movimientos descomprometidos, excesivamente espiritualistas, socialmente integristas y hasta eso que eufemística mente se llama religiosidad popular y que no es más que el sucedáneo del auténtico anhelo religioso del hombre.

Y dirigiéndome ahora al mismo cardenal Ángel Suquía, viejo amigo, compañero e incluso obispo mío (en cuyo nombramiento para Málaga algo tuve que ver yo mismo), se me ocurre preguntarle: "¿Por qué le tienes miedo a algo tan eclesial, tan conciliar y tan en consonancia con la última encíclica del Papa como es la Asociación de Teólogos Juan XXIII? ¿Por qué no te das una vuelta por nuestros congresos anuales, que ciertamente tienen sus defectos (y yo mismo los he subrayado en las páginas de este diario), y te desprendes de los correos chismosos que hacen de correveidiles entre la curia cerrada sobre sí misma y los congresos generosamente abiertos a todo el mundo?".

Sin embargo, yo sigo creyendo obstinadamente en el Espíritu Santo. Por eso no me extraña que entre los altos dirigentes de nuestra Iglesia se den fenómenos de conversión. Y para esto me atengo a la sincera confesión que el cardenal Suquía hace en su discurso. "También los obispos españoles hemos pagado tributo al silenciamiento general de la doctrina social".

Finalmente, habría que matizar esa fidelidad a la doctrina social de la Iglesia, partiendo del consejo que el propio Juan Pablo II nos da en su última encíclica. Es decir, que esta doctrina no puede ser estática y eterna; va evolucionando a lo largo de la historia. Depende de las circunstancias o de "los signos de los tiempos", como nos dijo aquel viejo sublime que se llamó Juan XXIII.

'Teología de la liberación'

Y precisamente haciendo esto empalmamos con lo más esencial de la teología de liberación latinoamericana, que monta su reflexión teológica después de haber compartido con los hombres, sobre todo los más pobres, la realidad cotidiana, por dura que sea. ¡Ah!, y una observación: Ángel Herrera Oria, seglar católico benemérito y después obispo de Málaga y cardenal, se atenía, ciertamente, a la doctrina social de la Iglesia, pero no la consideraba como un punto de partida para explorar nuevas tierras, sino como un punto de llegada. Por eso, con la mejor de las intenciones, frenó el ímpetu de muchos movimientos apostólicos de aquellos años inmediatamente posconciliares.

De todos modos, el refrán sigue siendo válido: nunca es tarde si la dicha es buena. Y, hoy por hoy, la dicha ha sido buena.

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