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FERIA DE SEVILLA

Música para el brindis de un torero

ENVIADO ESPECIAL, El público que abarrotaba la Maestranza, puesto en pie, tributó un emocionante recibimiento a Pepe Luis Vargas, que reaparecía ayer en esta plaza después de que, hace un año, sobre el mismo albero maestrante, sufriera un cornadón que estuvo a punto de ser mortal. La ovación cerrada se repitió cuando Pepe Luis Vargas brindaba el toro al doctor Ramón Vila y a todo el equipo médico que le intervino quirúrgicamente. La banda del maestro Tejera se sumó entonces al brindis, haciendo sonar los compases vibrantes de un pasodoble solemne.La banda del maestro Tejera une a su sensibilidad musical la que es propia de los aficionados puros, y sabe subrayar a toque de pasodoble los momentos de la lidia que de verdad merecen la pena. A veces, como ayer, hace una excepción y dedica su arte a homenajear a un torero que merecía como ninguno volver a la feria y sentir en sus pulsos el calor de un pueblo que quiso compensarle de cuantas amarguras ha sufrido este año atrás.

Jandilla / Vargas, Espartaco, Litri

Toros de Jandilla, bien presentados, flojos, aplomados. Pepe Luis Vargas: pinchazo y estocada caída perdiendo la muleta (orejal pinchazo y estocada (ovación y salida al tercio). Espartaco: estocada corta desprendida (fuerte petición y dos vueltas y estocada (oreja). Litri: estocada caída (ovación y salida al tercio y, dos pinchazos y estocada caída (aplausos y saludos).Plaza de la Maestranza, 17 de abril. Cuarta corrida de feria.

Ojalá el mal año haya cerrado sus siniestros designios después del triunfo que obtuvo Pepe Luis Vargas ayer. Un triunfo legítimo, que se produjo dentro del china emotivo de la tarde, pero también merced a su incuestionable torería. Pepe Luis Vargas sabe torear como el mejor, y a veces, como los ángeles. Sus delantales del quite y la media sevillanísima fueron primorosos; los trincherazos y pases de la firma con que inició su primera faena, de una calidad exquisita, y en el temple y la ligazón de los redondos y naturales sacados a fuerza de consentir la remisa embestida, se derramaban aromas que los buenos aficionados sevillanos paladearon con delectación.

Su otro toro aún estaba más aplomado y lo lidió con seguridad, gracia y oficio. Y si no pudo redondear faena fue porque cuando citaba era como si citara a una roca. Casi toda la corrida salió así, roqueña, en lo que una roca tiene de inmóvil; no en lo que tiene de dura, porque los toros eran blandorros y tan débiles algunos, que ni los picaron. Al público no le debía importar demasiado esta caricatura de lidia, pues nadie la protestaba. Al público sólo le importó que el presidente no le concediera una oreja a Espartaco, y se puso tan furioso como si le hubiese quitado la cartera. Al presidente estuvíeron a punto de echarle de la autonomía, por eso. Y, ciertamente, no era para tanto. Si todos los males de la fiesta se redujeran a que los presidentes deniegan trofeos, estaríamos viviendo la edad de oro del toreo.

Espartaco toreó bien tanto al toro complicado de la oreja puesta como al más manejable de la oreja cortada. Construyó bien las faenas, mandó en los pases, ligó las suertes. También metió pico y puso más ardor que alma en su tarea, detalles que un aficionado sabe ver. Por ejemplo, a los aficionados les emocionó más el arte con que Montoliú y El Ecijano prendieron los pares de banderillas.

Litri codilleó cuando sus toros embestían algo y cuando no embestían nada, los citaba poniéndose junto a los pitones. Vana estrategia porque al toro, el hombre le huele a rayos y cuando le atufa tan de cerca, antes que embestir, prefiere morirse. Para el arte, tampoco valía la temeridad presunta. Si el toreo hubiera sido siempre eso, un individuo parado junto a los pitones de un cornudo moribundo, no habría remontado su prehistoria, ni nadie habría perdido el tiempo en componerle odas, y la banda del maestro Tejera se habría ído, con la música a otra parte.

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