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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fuegos de artificio

EL VICEPRESIDENTE del Gobierno compareció ayer en el Congreso de los Diputados para responder a las preguntas de la oposición sobre el uso, al regreso de unas vacaciones, de un avión Mystère reservado para los desplazamientos de los altos cargos del Estado. Alfonso Guerra parece haber aceptado con especial delectación someterse a una discusión trivial en el terreno, vacuo y estéril, en el que la oposición parlamentaria, estimulada por determinadas instancias de opinión, ha querido situar el debate político de este país, como si no hubiera asuntos más importantes de los que tuvieran que ocuparse nuestros legisladores para el control de los actos del Ejecutivo.No le faltan razones al vicepresidente. Situado en ese terreno el grueso de la discusión política, aparte de que cualquier Gobierno tiene todas las de ganar, la acción parlamentaria se diluye y pierde fuerza. Si Alianza Popular ha querido colocar al Gobiero frente a las cuerdas y reanimar la lánguida existencia de un Parlamento prácticamente inane desde el comienzo de la segunda legislatura socialista, no podía haber elegido peores armas.

Vaya por delante que la actuación del vicepresidente del Gobierno es toda una torpeza -dijeran los portugueses lo que dijeran- en una sociedad sensibilizada, y con razón, contra los abusos del poder, y que esperaba de los socialistas el cambio que prometieron. A veces la forma de las cosas es más importante qué el fondo en el teatro de la política. La prepotencia de nuestros gobernantes resulta de algo más que de la mala educación: es el fruto de un escaso sentimiento democrático, de una falta de liberalismo en su actitud y de un apego al poder muy considerable. Da toda la mpresión de que Alfonso Guerra, humillado en la cola del transbordador por los viajeros que impidieron que pasara por delante, hubiera querido resarcirse con un acto de soberbia gratuito. El motivo de sus prisas era del todo particular, pero además, si hubiera guardado cola y no hubiera regresado a Faro a por el avión, probablemente habría llegado a Sevilla antes en coche que en Mystère. Pero el alcance de la discusión posterior fue sacado de quicio cuando desde el propio campo socialista un incontinente senador cántabro ha sacado a colación la figura del Rey y ha echado mano de una perogrullesca razón político-genética para indignarse sobre la cualidad hereditaria de las monarquías. (Dicho sea de paso, esto de sacar la Corona a colación cuando se cumplen años de la II República no parece una casualidad. Pero, por seguir en el campo del surrealismo político, hemos visto criticar al presidente del Gobierno que el partido comunista se declare republicano, cuando el PSOE también lo hace, y con todo derecho, y cuando lo verdaderamente insólito sería que ahora el partido comunista se declarara monárquico.)

Con todo, y si lo que se quiere es fortalecer el indispensable juego político de la oposición, a muchos españoles les hubiera gustado ver sentado en las Cortes a Alfonso Guerra, o al propio presidente del Gobierno, explicando cosas tales como la implicación de empresas del Estado, de cuya gestión el Gobierno es directamente responsable, en la venta de armas a los contendientes de la guerra del Golfo, noticia cumplidamente reseñada por la misma Prensa cuyo relato de las andanzas del vicepresidente han dado pie a tan lamentable guirigay; o por qué un funcionario de policía, de cuyas acciones es también responsable políticamente el Gobierno, sigue en su puesto cuando tribunales de Portugal y Francia han encontrado más que indicios, y no meras sospechas, de su implicación en las actividades terroristas de los GAL; o cómo es posible que un juez haya sido acosado y vigilado por servidores de la Administración del Estado por haberse atrevido a agitar las pestilentes aguas que cubren, todavía hoy, la desaparición de un delincuente común que se llamó Santiago Corella el Nani.

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En la España actual sobran motivos para que una oposición digna de tal nombre encuentre argumentos más sólidos con los que disputar el terreno político, y los votos, al partido en el poder.

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