_
_
_
_

Una 'diva' en lo mejor de su carrera

Miterrand electrizó al público en su primer mitin electoral

Lluís Bassets

El arte de François Mitterrand está llegando en esta campaña electoral -la cuarta que realiza como candidato a la presidencia- a las cumbres de lo sublime. Su discurso de Rennes, el viernes por la noche, mantuvo electrizados a los más de 20.000 partidarios apretujados, mientras no cesaba de lanzar guiños al resto del electorado y a sus oponentes. Durante 110 minutos, el veterano presidente, de 71 años, demostró que es todavía el mejor orador de la República y un profesional de la política, con una gama de registros comunicativos inigualada, como sucede con las grandes divas del arte lírico en la cumbre de su carrera.

El virtuosismo de Mitterrand como orador se acompañía de su excelente capacidad literaria. La Carta a todos los franceses, publicada a principios de semana, ha permitido observar que en esta campaña electoral hay un sólo político adaptado a la multiplicidad de los medios de comunicación. Su rival, Jacques Chirac, ha señalado que estaba muy bien escrita, y ha intentado descalificarla tachándola de "literatura, pura literatura".Pero a la literatura se añade la televisión, la comunicación directa ante un gran auditorio o ante los micrófonos de la radio. En todos los medios consigue los mejores resultados. Sus dos principales oponentes, Raymond Barre y Jacques Chirac, a pesar de sus correctas dotes comunicativas, se hallan a considerable distancia de las habilidades del divo socialista.

Barre, que a veces consigue buenas actuaciones gracias a su talento dicharachero y a sus agudezas verbales, a menudo suele adormecer, mediante las arideces técnicas, a sus propios partidarios. Chirac, por su parte, debe realizar esfuerzos para refrenar sus impulsos, que pueden llevarle a través de la tendencia a la arenga, a realizar deslices e imprecisiones.

Para evitar este peligro, sus mítines electorales han sido concebidos como mesas redondas televisivas. Chirac responde sentado, con el micrófono en la mano, a las preguntas de un grupo de simpatizantes. El único actor es Mitterrand. El único espectáculo auténtico, donde incluso el espectador distanciado puede gozar, son los mítines socialistas.

El goce del actor

El viernes en Rennes, Mitterrand empezó con la lividez en el rostro, súbitamente perlado de sudor. Al poco, el público pudo percibir que el actor ya estaba gozando. Según el programa inicial debía hablar durante 75 minutos. Llegó casi a las dos horas, sin pestañear, sin vacilaciones en la voz. Las insinuaciones de sus enemigos sobre su edad quedaron así desmentidas de un plumazo.El presidente terminó el mítin entortando La Marsellesa, de pie todavía, con el rostro brillante por la abundante transpiración, sólo en el escenario de banderas con mástiles lanceados, que componían los colores de Francia en una reproducción de una escultura de Arman titulada 1789 cuyo original se halla en el vestíbulo del palacio presidencial.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Durante su actuación declamó, susurró, gritó, rió y sonrió. Provocó el aplauso del auditorio en cuestiones tan insólitas como los programas Eureka (de investigación espacial) o Erasmus (de cooperación universitaria). También se hizo silbar cuando aseguró que no todo era malo dentro de la mayoría conservadora, para hacerse aplaudir a rabiar a continuación cuando mostró la diferencia entre los socialistas y los "otros": "Nosotros no somos los buenos ni ellos son los malos.

Incluso si ellos creen que son los buenos y nosotros somos los malos".

No olvidó ni la clave humorística ni la dramática. Como un gran actor, como un actor único, ora se acodaba sobre el atril para argumentar en la oreja de sus interlocutores, ora adoptaba el hieratismo y la gesticulación solemne. Ora tribuno de la plebe, ora sumo sacerdote de la democracia.

Su campaña electoral ha sido organizada y dosificada como las actuaciones de las grandes estrellas de la ópera. Pocas actuaciones, pero intensas. Sólo otro político, en el otro extremo del arco ideológico, pertenece todavía a esta vieja escuela de oradores políticos tan eficaces todavía. Es el extremista Jean-Marie Le Pen, pero cobra 30 francos por participar en sus mítines.

Mitterrand, en cambio, actúa gratis, se permite atender a las peticiones de bises y gusta a los suyos y a los otros. Hace poco aseguró a un ministro: "No crea usted que la política es un combate de ideas, la política es ante todo una profesión".

El más pundonoroso, el más inteligente, el más profesional, el mejor actor del teatro político, por el momento, todavía es Mitterrand.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_